Por sobre el alma el aleteo inútil de lo que no fue, ni pudo ser, y es todo. Nada que ver con aquella tontada de novela de Bret Easton Ellis, a la que jamás encontré gracia alguna. Uno por uno, menos que cero. Cuando era pequeño, en aquella Barcelona sin los apabullantes colores de hoy, me gustaba el fútbol. Era del Barça. Pero no sólo era del Barça. También era del Espanyol, del Valencia, del Zaragoza, del Valladolid. Y no sólo eso, sentía simpatía por el Atlético de Madrid, el Bilbao, el Sevilla y el Celta de Vigo. Fui creciendo, qué remedio. Y poco a poco fui eliminando equipos para quedarme únicamente con el Barça. Siempre tuve especial fijeza por la siempre trágica figura del portero, que comparte con el poeta la laguna oxidada de la soledad. Que se lo digan a Casillas, por ejemplo. En aquellos años mis porteros preferidos no jugaban en el Barça, poseía y poesía de esa flexibilidad. Uno era un bárbaro norteño y melenudo llamado Theo Custers, que militaba en el R.C.D Espanyol y cuyas salidas de puño provocaban que hasta los más aguerridos delanteros agacharan la cabeza como creyentes ante la ira de Dios. Mi otro héroe era el cancerbero del Valencia, José Manuel Sempere, cuyos reflejos con los pies todavía hoy me parecen asombrosos. Aunque el judo siga siendo mi deporte y obsesión —todavía hoy y hasta que el cuerpo aguante—, hasta llegué a jugar unos años de portero emulando a mis viejos mitos de niñez. ¿Qué me había pasado? ¿Por qué renunciar a todos esos equipos que amaba? Quizá fuera el yo social, el que mejor era aceptado por el grupo. Así, en sucesivos asesinatos silenciosos fui acuchillando mis propias querencias futboleras. Lo digo porque ahora con el Mundial me pasa algo parecido. Me estaba fumando un cigarrillo y pensaba en todos los equipos que me gustan. Me gustan todos los que quedan. México, Argentina, Alemania, Holanda, Colombia, Uruguay (ayer eliminada), Francia etc. Es curioso que en el fútbol internacional los heterónimos sigan vivos porque todo el mundo acepta que puedas ser un seguidor de España y también de Brasil. No pasa nada. Así que quedan.
Gonzalo Torrente Ballester
En el “Prólogo en cierto modo” que escribió Gonzalo Torrente Ballester para dar un marco a la antología poética de Fernando Pessoa todo este embrollo que expongo se explica maravillosamente:
«y, finalmente, aceptar que la vida de cada uno esté compuesta, no sólo por lo que fue y lo que se hizo, sino (ante todo) por lo que pudo ser y por lo que soñó hacer (…) La persona es a veces una multiplicidad sin contornos, digamos desarrapada, y que la pretendida unidad y su absoluta perfección formal y moral resulta de la aplicación sistemática de la poda, de la renuncia, del crimen y del olvido: cuando no del temor a ser muchos y a serlo de infinitas maneras. La vida de cada hombre es la lucha incesante de lo imaginario real contra lo posible-ideal: al fin casi siempre vence lo peor. Cada hombre escoge, o le hacen escoger, un arquetipo, el que conviene a la sociedad (…) Pues la vida de cada cual consiste siempre en quedarse a la mitad con las manos tendidas y en aceptar para el resto del camino los engaños que la sociedad le ofrece».
Ya lo escribió aquel genio, Quevedo: «posibles hombres que han muerto para que sólo uno permanezca, y no el mejor», cita Ballester.
Pessoa, uno de los mejores poetas a este lado chico de la Vía Láctea, nunca renunció a sus heterónimos, a sus otros yo a los que dio vida, aunque en vida fuesen, como el mismo Pessoa, unos seres inadvertidos. Sus nombres fueron Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Quizá es que existe el yo en este mundo y el yo en otros paralelos. O incluso varios mismos en este y los otros planetas. Cómo saberlo y ¡para qué estar seguro de ello! Ahí radica el poder y la importancia de algo que nos separa de las cucarachas, que es bien conocido, nos sobrevivirán. Y ese algo es la fantasía.
«Hay angustias soñadas más realesQue las que la vida nos trae, hay sensacionesSentidas sólo con imaginarlasQue son más nuestras que la misma vida (…)Por sobre el alma el aleteo inútilDe lo que no fue, ni pudo ser, y es todo.Dame más vino, porque la vida es nada».
Y de esta nada tan pessoniana a la prácticamente cosmología y geometría sonora que dejó al resto de rumiantes, escritorio a escritorio, bar a café a taberna, entre amigos y familiares, siempre solitario, jamás sin salir de la mítica y bella Lisboa. Aquí dejo este magnífico vídeo sobre el portugués.