Revista Talentos

Unos tíos como dios manda

Por Sergiodelmolino

Fíjense que yo me había hecho a la idea de que los jueces eran unos tiarrones o tiarronas con los genitales bien plantaos. Unos individuos intimidatorios, seriotes, ceñudos, que te cierran la boca de un mazazo sobre la mesa. Tipos perez-revertianos, sin complejos, que se afeitan con sable y que tienen la mirada gélida e insípida de quien se ha pasado diez años estudiando oposiciones, en pijama, sin ducharse y sin entablar relaciones sociales. Tíos capaces de mandar a cualquiera a la trena a las dos menos cinco y de sentarse a las dos y diez a apretarse un cocidazo en Lhardy sin torcer el morro.

O de irse a la Maestranza a ver una corrida como dios manda:

UNOS TÍOS COMO DIOS MANDA

Cuán equivocado estaba. He leído demasiada novela negra y he visto demasiadas series de polis. Me he acostumbrado al tópico fácil.

Los jueces, en realidad, son tipos y tipas sensibles. Finos estetas, letraheridos que lo mismo se emocionan con una suave coquetterie de Debussy que con el preámbulo del Real Decreto 324/2000, de 3 de marzo, por el que se establecen normas básicas de ordenación de las explotaciones porcinas.

Pásmense como yo me pasmo: los jueces tienen sentimientos. ¿Acaso si les pinchas, no sangran?

Menos mal que no les faltan fieros defensores de su sensibilidad herida. En los últimos días han sido muchos los que han reclamado respeto por los jueces y magistrados del Tribunal Supremo y del Constitucional. Alguno ha llegado a decir que le resulta insoportable la presión a la que le somete la crítica pública en los medios de comunicación y, con la voz quebrada, reclaman a los periodistuchos que dejen de tocarles los cojones. Emulando a Ortega Cano, gritan: “¡Déjenme en paz! ¡Déjenme vivir!”.

Y ojo, que son jueces de los gordos. Megajueces. Barandas de jueces. Ultratogados. Si ellos están así, ¿qué no les estará pasando a los humildes leguleyos de cualquier audiencia provincial o miserable juzgado de primera instancia? ¿Qué silenciosos y terribles calvarios estarán pasando estos grises y achaparrados profesionales? ¿Sobre quién volcarán toda esa ira y esa frutración por un mundo que no entienden y que no les entiende? ¿Se refugiarán en el alcohol, ese cálido amigo que te reconforta el pecho y el corazón cuando la noche es más oscura?

Y digo yo, señores magistrados, sin ánimo de agrandar esa herida suya de la que tanta sangre mana: ¿no será que estaban ustedes muy mal acostumbrados? ¿No será que se han habituado a moverse en un país con una cultura democrática de chichinabo y con una opinión pública que sólo pía cuando hay partido de liga?

¿Me están diciendo de verdad que su personalidad es tan frágil que se va a quebrar a la primera brisilla que sople del despacho de Pedro J.? ¿Su entendimiento y su capacidad de emitir sentencias conforme a la ley se va a enturbiar por un adjetivillo mal rimado de Fedeguico, una columnita melodiosa de Manuel Rivas o unos comentarios disléxicos de Francino?

Pues si es así, dimitan. Es evidente que no están a la altura de los cometidos que les imponen sus cargos. Si la situación les resulta insufrible, cójanse una baja por depresión y váyanse un mes a Cancún a meterse piña colada y prozac hasta que se les pase el disgusto. Hagan lo que crean conveniente, pero no jodan ni hagan esa cosa tan fea y tan apestosamente antidemocrática de pedirle a la prensa que se calle o que baje el tono. No lea usted los periódicos si sufre del corazón: no necesita leerlos para hacer bien su trabajo.

Coño, sea un juez. Demuestre que no sólo es un macho para ir a los toros y fumar puros.

PS.- Llevo demasiadas entradas glosando la actualidad y se me está poniendo cara de tertuliano. De hecho, me ha salido un micro en la solapa de la americana y la otra noche soñé que participaba en El gato al agua y le tiraba la copa de vino a la cara a Juan Manuel de Prada cuando dijo que las niñas de cuatro años iban vestidas como meretrices. De Prada rechupeteó con gusto lascivo el vino y dijo: “Los dulces brebajes de Baco solo son calorías vacías y no debiera dejarme llevar por la tentación, mas monseñor Rouco consagró esta divina botella con forma de falo de ángel antes de empezar esta pertinente emisión, y siento que Dios me habla a través de su tinto líquido”.

Me desperté bañado en sudor y con las manos temblándome. Sólo me calmé a la cuarta copa de coñac.

Por tanto, salvo apetencia puntual, me inhibo de comentar cosas de actualidad en unas semanitas. Por favor, hagan que cumpla mi promesa.


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