Revista Coaching
Hay un libro que ha estado acompañándome en los últimos años. Un libro inacabado, un libro que empecé hará unos 7 años y cuya historia se hubo detenido de pronto, porque cambios inesperados llegaron a mi vida y me dediqué precisamente a eso: a vivir.
Hasta entonces también había vivido, pero era otra historia, otra vida que en parte ni siquiera era mía; aquella parte de mi existencia también formará parte de un libro, un libro que algún día escribiré, pero aun no le ha llegado su momento.
Volviendo al libro inacabado. Os contaré: es una historia. No, son varias historias y varios personajes. Personajes en parte reales, porque a todos (o casi todos) los conocí alguna vez. A unos de lejos pero a conciencia, a otros muy de cerca, a muchos, sólo puntualmente. Pero ahí está la gracia: la imaginación del escritor, del inventor, es lo que les infunde vida, les inspira unos rasgos, les regala un pasado y les crea un futuro.
Nunca supe por qué me gusta escribir: era algo como una necesidad, más que otra cosa. Era una terapia, una evasión del mundo real, un encuentro conmigo misma, con mis ideas. En esos siete años apenas escribí, en momentos más fructíferos, una hoja a la semana. Y sin embargo la novela seguía esperándome, seguía preguntándome, preguntándose por su porvenir, por las historias de los personajes.
Unos murieron y otros vinieron. Siempre hay personajes míos que de alguna forma u otra deben morir. Ocurre como con la vida misma: cuando ya lo has dicho todo, cuando no tienes nada más que decir, cuando has cumplido tu misión, has dejado tu huella o simplemente no has dejado ninguna pero te has quedado vacío, sin palabras, sin esperanzas… llega tu hora. Aunque algunos mueren también en medio de un proceso, de una búsqueda vital, de forma abrupta y inesperada.
Murió en un hospital frío, desconocido, en Jerursalén. El maestro se lamentaba: un chico tan joven, con tanto talento. Sólo hay una persona en este mundo que reconocerá esta frase y cuando lea este articulo, sin duda alguna, sonreirá.
Escribir siempre formó parte de mí misma, de mis etapas. Las primeras novelas estaban basadas en esa búsqueda a ciegas, desorientada y adolescente; las siguiente empezaron a perder su sentido y mis personajes se encontraron sin rumbo: Tren sin destino, Calle sin nombre.
Ahora me toca culminar lo que hace más de 7 años hube empezado, en un paseo solitario de un domingo gris a finales de octubre en Milán. El nombre fue lo primero que me vino a la cabeza. Un nombre que en aquel entonces no significaba más que una historia de amor desafortunada, un desengaño amoroso sin más, otro de tantos. Pero mi historia fluyó, desembocó en otras historias y mi protagonismo se redujo a mera observadora silenciosa, a diálogos con personas dispersas por varios lugares de Europa: un pueblo cerca de Londres, París, Lisboa, Madrid.
Un inglés, cocinero y alcohólico, obsesionado con la la ruptura con su novia española de antaño, convencido de haberla estrangulado con un cable telefónico, que huye de sus propias alucinaciones a Lisboa. Un fotógrafo y periodista español que se refugia en París, huyendo también de su pasado infeliz, la distante relación con sus padres, y busca desesperadamente esa imagen única que nunca encuentra. Un conserje en un edificio de lujo de Madrid, camarero de noche y bailarín de salsa, cuya vida apenas ha cambiado en sus 40 años de vida y que sin embargo parece haber encontrado la paz. Entre ellos, algunas mujeres, desdichadas a su manera: la enigmática Cécile, amiga francesa del fotógrafo, bella y muda. Y la carismática Carmen, la supuestamente asesinada por el inglés.
Así transcurre la vida: momentos de lucidez y de miedo, de viajes y esperanzas, recuerdos y anhelos. Y todo empezó con solamente un nombre, un nombre que años después se tornó premonitorio, un nombre que dio pie a una novela a punto de acabarse y un libro que de alguna manera es la historia de mi vida de esos últimos años: La otra ciudad.
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Este post forma parte del ¡Veo Veo!, un juego de la infancia trasladado al mundo blog, donde diferentes autores comparten un tema común una vez al mes elegido en el grupo Veo veo en Facebook, y por medio del hashtag #VeoVeo en Twitter y otras redes sociales. ¿Queréis jugar? ¡Veo veo! ¿Qué ves?
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