Amigos, el otro día ardí en deseos de nacionalizarme alemán. No sólo porque sea un país en el que la gente generalmente trabaja y las cosas funcionan, sino por la vergüenza que tuve que pasar el día de la victoria de la selección española sobre Alemania.
Ese día quedé con unos amigos para ver el partido en un bar de mi localidad, Antequera. Llegamos allí una hora antes del encuentro conscientes de que había que coger rápido un asiento pues aquello se iba a llenar hasta la bandera, nunca mejor dicho. Mientras se acercaba la hora del partido, el local comenzó a llenarse de todo tipo de escoria: analfabetos funcionales, furcias con un amplificador de voz en la garganta y un vergonzoso etc.
Desplegados los jugadores en el terreno de juego, empezó a sonar en primer lugar el himno alemán. A las habituales pitadas sectarias que se hacen al himno del adversario, se sumaron los gritos e insultos proferidos contra las madres alemanas y, dicho sea de paso, contra el idioma español. Una vez iniciado el partido, continuó la secuencia de injurias y el cacareo de las gallinas que gritaban como fichas de dominó, primero el líder, y después el rebaño. Me consta, por lo vacío de sus comentarios, que las hijas de dama de burdel en cuestión tenían menos conocimiento futbolítisco que una cáscara de pipa, aun así se sentían legitimadas a acabar con mis tímpanos. Aunque, sin duda alguna, la razón por la que mis oídos se vieron más resentidos aquel día fue el ruido particular de un individuo, cani, es decir, maleducado, incívico, inferior en definitiva y su maldita vuvuzela. Les juro que en cierto momento sentí la tentación de levantarme e introducirle la vuvuzela por el orificio anal hasta que, por mala suerte, muriera desangrado. Ante semejante espectáculo grotesco, decidí marcharme a casa al concluir la primera parte del partido.
Magnífico partido de España y victoria sobre Alemania. En consecuencia, la plaza principal de nuestra ciudad apareció inundada por la masa. Cánticos, entorpecimiento del tráfico, peleas y uso del sistema de la masa definido anteriormente: el líder dicta y el rebaño obedece.
Es natural que haya celebraciones, fiesta, alegría y júbilo tras el pase a la final de un torneo tan importante. Pero, ¿de verdad debe dejarse a un lado la educación, el respeto y personalidad propia?
Me gustaría apuntar, a modo de reflexión, que todos estos actos inciviles son consecuencia de la mala educación de un pueblo que se deja llevar por los demás y jamás ha analizado sus actos. No se reflexiona sobre lo que se hace o se defiende, ésta es la ideología del corazón y la pasión, la de los instintos, la que me hace desplazarlos más hacia el resto de animales que hacia el ser racional. Es curioso como un simple torneo de fútbol nos va a devolver un espejismo llamado confianza cuando el país se encuentra rozando el 20% de paro y los peores resultados en educación de los últimos veinte años. ¡Miedo me da si ganamos mañana!