Revista Cultura y Ocio
No soy un lector de género. A veces picoteo un poco de ciencia ficción o de novela policiaca, si resulta que, por circunstancias, cae alguna novelita como esta en mi mesilla de noche, ya sea por recomendación o por interés propio. Vestido de novia fue un regalo. Al principio pensé que pospondría su lectura por tiempo indeterminado. Pero un día de invierno, uno de esos domingos de chocolate con churros, manta y sofá, me dio por abrirla. Y ya no pude parar de leer hasta bien entrada la noche.
Hablar de Vestido de novia resulta un problema; cualquier cosa que comente sobre su argumento podría arruinar la lectura, así que te advierto, lector, de que esta nota podría contener spoilers que no obstante intentaré evitar desde este mismo punto.
Bien, por un lado tenemos la historia de Sophie, la protagonista. El nombre no es muy original. La forma de componer el thriller tampoco. Pero funciona porque tiene ritmo e intensidad. Y un estilo contundente y chispeante. Las primeras cien páginas están llenas de acción y descripción; puro suceso, carencia de reflexiones, digresiones o apuntes que apuntalen el perfil del personaje. Sophie es una niñera que cuida del hijo único de un matrimonio adinerado. De repente, sin saber cómo, el niño aparece muerto. A partir de aquí, los cadáveres comenzarán a acumularse alrededor de Sophie sin que ella recuerde nada. Sophie no alcanza a comprender qué le sucede, por qué olvida situaciones y pierde objetos, por qué se encuentra tan cansada. En cualquier caso, demostrará ser una gran superviviente.
Es fácil jugar con el lector cuando le suministras unas pocas dosis de información y te guardas las otras para manipularlo. El suspense es un viejo recurso del arte narrativo. Muy efectivo cuando está bien ejecutado, como sucede en este caso. Sin embargo, no dejan de sorprenderme las licencias que se toman algunos narradores de noir para insertar situaciones inverosímiles en marcos realistas y pretender que al lector le resulte creíble. Esto viene a tenor de la segunda parte del libro, donde se plantea un punto de vista voyeur que nos enfrenta a Sophie y su realidad y que nos aporta respuestas a muchas de las preguntas que habían quedado abiertas en el inicio. En esta parte, se nos presenta una presencia todopoderosa y creadora; un personaje pleno de recursos y dotado de una inteligencia casi extraterrestre. Él será quien nos cuente, en forma de diario, quién es Sophie y por qué le suceden cosas tan extrañas. Llegados a este punto, la tensión dramática va in crescendo y el lector busca a toda prisa el clímax.
Y de este modo llega una tercera parte (compuesto por la tercera y cuarta, de igual estructura) donde se funden los dos puntos de vista anteriores a través de un narrador omnisciente. El desenlace es una suerte de juego de tetris donde el autor va encajando todas las piezas que aún quedan sueltas. Pero, a decir verdad, esta parte es mucho más que eso: es un ejercicio de manipulación psicológica que nos recuerda un libro recientemente comentado aquí, El bigote, de otro francés, Emmanuel Carrére. Y con ese truco llegamos a un final que da un giro brusco, aunque no necesariamente sorprendente.
Ciertamente, Lemaitre demuestra ser un escritor con domino de la técnica y, por lo tanto, es capaz de darle al género ese toque estilístico que, más allá de la estética, aporta una sensación; la sensación de que uno no ha estado perdiendo el tiempo con una de esas novelitas que se ridiculizan en esta misma obra cuando Sophie, en momentos de cierta estabilidad, pasa gran parte de su tiempo libre leyendo “novelas”. Un guiño a Madame Bovary, y quizá también a El Quijote, y a la figura de la mujer como Penélope que ahoga su tiempo en el ocio puro mientras espera el regreso de su marido o de su amante. Sin embargo, aquí tenemos una obra que, aun pensada para ser devorada ociosamente, pues contiene todos los elementos del género, es capaz de aportar el poso literario que se espera de un Premio Goncourt.
Vestido de novia, de Pierre Lemaitre. Alfaguara, 2014. [Traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego.]