Fecha: 23 mayo 2015
Asistencia: 15.000 personas
Precio: Desde 22 euros
Artistas Invitados: -
Músicos: Pucho (voz), David 'El Indio' García (baterista), Álvaro Benito (bajista), Jorge González (percusionista), Guillermo Galván (guitarras) y Juan Manuel Latorre (guitarras y teclados)
Vetusta Morla hacen del mundo un lugar mejor
Hay conciertos con aura. Hay conciertos que son el vehículo para trascender. No se trata solo de música, se trata de la vida. La música es la vida. Los conciertos son la vida. Amanece en Carabanchel, oh vaya, es domingo. Pero sientes algo distinto. Sientes que ha ocurrido algo que se queda ahí. Tienes fogonazos de la noche de ayer y todo lo que te llega es gente feliz tratando de atrapar el momento que se escapa. Hay cierta desesperación por intentar que este preciso sentimiento de descarada inmortalidad se quede para siempre. Y es que cuando la música es algo más, la música es todo.
Resulta profundamente inspirador reunirse con 15.000 personas para disfrutar por enésima vez de Vetusta Morla en todo un Palacio de los Deportes (que sí, que se llama BarclayCard Center). Porque Vetusta Morla lleva sonando por Madrid desde que cambiamos de siglo y llegaron a mis oídos allá por 2004, cuando ya había gente que te llegaba con eso de 'tío tienes que oírlos'. Y pasa el tiempo y se cuelan en nuestra vida y se afianzan y se reivindican y te dan el golpe de gracia y lo bueno es que puedes girarte hacia esa misma gente y decirles 'teníais razón'. Y darles un abrazo y ofrecerles cerveza. Y atrapar ese momento y hacerlo tuyo. Para siempre.
Porque este sábado hemos asistido al momento en el que el indie tal y como lo conocimos murió. Al fin nos hemos liberado de las etiquetas que importan a cuatro y que solo encorsetan y nos cortan las alas. Los aleteos de Pucho, de hecho, son en realidad los de una banda luchando por despojarse de todo lo que nos limita. Son eso, el grandilocuente vehículo para ir más allá a través de unas canciones que nos definen como generación y que, oh sorpresa, fueron coreadas con vehemente fe por la parroquia. ¿Habéis visto alguna ceremonia de gospel? Bueno, en el tiempo que aquí nos ha tocado vivir, se trata de eso a nuestra manera.
Y vale, efectivamente, el sonido no fue lo mejor de la noche. De hecho, la maraña tuvo carencias evidentes. Pero la cosa funciona porque se sienten los latidos de los músicos desde el escenario. Nadie está dispuesto a que esta noche se tuerza porque esta noche ya es una victoria desde que amaneció su correspondiente día. 'La deriva', 'Lo que te hace grande', 'Golpe maestro', 'La mosca en tu pared', 'Pirómanos', 'Boca en la tierra', 'Fuego'... y ya las cuestiones técnicas dan igual para cuando llega otra tanda de las de agarrarse la patata: 'Rey sol', 'Cuarteles de invierno', 'Al respirar'.
Qué gran sensación es cerrar los ojos y jugar a estar dentro de veinte años y saber que sentirás esto. Que hubo un sábado en Madrid que se hizo justicia y que el talento y la perseverancia vencieron. Significa básicamente que todavía se pueden hacer las cosas de una determinada manera, sin atajos y sin trucos de trilero. Sin trampa ni cartón porque la prueba del algodón es 'Copenhague' cantada al unísono con tu gente y con ese tipo desconocido que te abraza y te ofrece su bien más preciado, ergo, su líquido elemento. Si este no es el milagro de los panes y los peces, ¿qué es?
'Baldosas amarillas', 'Tour de Francia' (ay, esos días de verano despreocupado con etapas de siete horas en La2, quimera hoy), 'Un día en el mundo', 'Saharabbey Road', 'Maldita Dulzura', 'Mapas', 'Fiesta mayor' y 'La cuadratura del círculo'. Son las canciones las que alimentan nuestra ansia vital. Las hemos escuchado mil veces pero esta noche son únicas (y no porque el concierto se haya grabado para una futura edición audiovisual). Parece que llevan toda la vida entre nosotros, pero en realidad todavía están germinando, todavía estamos en el ahora. Ya fliparéis cuando pasen veinte años y sigan ahí. Porque las canciones nos persiguen y nos dan la puntilla cuando llega su momento.
El espectáculo es interesante pero tampoco apabulla como estamos acostumbrados en este mismo recinto. Tampoco se trata de eso, pero ciertamente es algo que acompaña, sobre todo a los que están allí arriba, en la última fila, literalmente en pie con los brazos en alto. Si hubiera una tirolina, se arrojarían y todos les abrazaríamos al despeñarse. En el momento del bis la comunión es ya total y se comenta en el gentío las caras de flipe y felicidad de unos músicos que sí, que han tocado para más gente, pero en festivales de esos a los que vais a drogaros (jaja), pero no en un 'concierto propio' en el que tienes tú que vender toda la taquilla con tus santos bemoles.
Y precisamente por eso de alguna manera Vetusta Morla esta noche somos todos. Porque cuando te tienta la idea de tirar la toalla, ahí está una canción. Y porque cuando te tienta la idea de bajar los brazos, ahí está una canción. Y porque cuando te tienta la idea de arrodillarte, ahí está una canción. Y porque cuando te tienta la idea de ser uno más, ahí están seis tipos que también coquetearon con esa funesta tentación pero, ay tú, fueron regios. Y lejos de abandonar el camino de su sueño, compusieron 'Año nuevo', probablemente la mejor canción de su repertorio.
O no, esperad, puede que esa sea 'Valiente', esa canción en la que siempre sentirse egregio e insigne. Eterno, sempiterno, imperecedero, perpetuo e infinito, en definitiva, nada menos. Y también un tanto estúpido porque, aunque la jugada no vaya realmente conmigo, no puedo evitar sentirme en una milimésima parte partícipe del momento presente que todos juntos vivimos. Y por eso me emociona girarme y ver las gradas abarrotadas, conociendo perfectamente los sinsabores de estar creando algo cuando dudas de si habrá alguien al otro lado. Y cuando lo hay, es la sangre brotando de tu nariz rota. Pero feliz con 'El hombre del saco'.
Vetusta Morla hacen del mundo un lugar mejor. Vetusta Morla son un lujo. Vetusta Morla son nuestro lujo. A través de ellos nuestras vidas grises trascienden. A través de ellos nos fundimos en una fuerza indudablemente transformadora. ¿Por qué? ¡Qué más da! Sencillamente ocurre y todo lo que podemos hacer es arrancarnos el meollo palpitante para regalárselo a nuestros desconocidos semejantes. Ese es el poder de 'Los días raros', habitual crescendo que, de la nada hasta el todo, resume nuestro amor por la música. Nuestro amor por la vida. Nuestro inútil desesperado deseo de atrapar lo fugaz en una canción. Dichosa trascendencia.