Revista Cultura y Ocio

Viajar y escribir con Patrick Leigh Fermor

Publicado el 26 agosto 2019 por Molinos @molinos1282
Viajar y escribir con Patrick Leigh FermorLeer despacio. Leer sin prisa. Viajar despacio, viajar sin prisa. Mirar, disfrutar del paisaje, de la historia, tener curiosidad, interés y tratar de que no te apabulle ni tu desconocimiento ni la certeza de que jamás tendrás tiempo para conocer todo lo que te interesa. No desfallecer ante la certeza de que mi cabeza no es capaz de absorberlo todo, de retener todo lo que me gustaría saber.  
En 1933, Patrick Leigh Fermor tenía diecinueve años y salió de Londres con una mochila con un poco de ropa,  un par de libros, un diario, un bastón y unas botas de clavos. Todo lo perdió varios veces a lo largo del camino que le llevaría, atravesando Europa, hasta Constantinopla. Cuarenta años después escribió El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua contando parte de este viaje, dejándonos para siempre sin saber cómo llego al final porque murió, con noventa y seis años en 2011 sin haber tenido tiempo de terminar de contar esta historia. 
En 2019, con cuarenta y seis años y tirada en una playa de arena negra de La Palma tras haber caminado diecisiete kilómetros viendo volcanes comencé a leer a Patrick. Él camina sin prisa porque no la tiene, porque dispone de todo el tiempo del mundo para hacer ese viaje pero yo empiezo a leerlo con ansia porque quiero saber a dónde va, qué le va a pasar, qué va a ver, con quién se va a encontrar. Entro en su viaje, agotada y oliendo a arena y a pinocha de pino canario, diciendo a Patrick: «Venga, cuéntame, vamos, avanza, esto ya lo hemos visto, venga, aquí no hay nada que ver, sigue, vamos a pasar a la siguiente etapa». Sin fuerzas y con los pies negros de arena volcánica entré corriendo en su libro pero pronto me di cuenta de que así no podía leerlo, de que no lo estaba haciendo bien. Poco a poco, durante todo el mes, según iban pasando los días acompasé mi lectura al ritmo de sus pasos sobre la nieve, por la orilla del rio, por las calles de los pueblos que atraviesa, de las ciudades a las que llega y para cuando alcanzó los bosques de Hungría y Transilvania, yo ya iba como él, mirando el paisaje, con una pajita entre mis manos queriendo pararme en cada rincón a preguntar curiosidades, a apuntar datos, a buscar en google ese monasterio en el que ha pasado esa noche o ese retablo que comenta y que recuerdo perfectamente porque lo vi en Colmar hace un par de años. Ojalá me hubiera fijado como él, ojalá lo hubiera descrito, ojalá pudiera escribir como él pero como dicen en la contraportada «es tan bueno que está más allá de la envidia». 
Mientras iba cogiéndole el ritmo y siguiendo su ruta atravesando Alemania, Austria, Hungría, Rumanía, aprendí a mirar como él, a preguntarme cosas. ¿Por qué las ventanas en La Palma son rectangulares? ¿Quién fue el primero que decidió decorarlas con rombos en su parte inferior? ¿Qué pensaron los primeros castellanos que llegaron a La Palma? ¿Por qué las plataneras son tan deprimentes? ¿Quienes eran los muchachos del Roque de los muchachos? ¿Quedan pastores que salten con pértiga? Comparo los colores de La Palma con los de Fuerteventura y Lanzarote, no recuerdo que allí todo fuera tan nítido, tanto que casi duele mirarlo. Y desde luego allí no había esas pendientes por las que temo despeñarme con el coche. 
Cuando terminaron las vacaciones y continué con el veraneo seguí acompañando a Patrick, llegamos a Viena, a Bratislava, a Praga. Él no tenía prisa, paraba en casas, en castillos, en haciendas solariegas de amigos que había ido conociendo por el camino. Yo tampoco tenía prisa ya, dejé de desear llegar al final y quise que nos quedaramos a vivir en cada etapa. «Patrick, quedémonos un poco más en esta ciudad, en este castillo, con estos pastores. ¿A qué viene tanta prisa?» En el valle de Benasque, entre bosques y ríos, pensé ¿quién llegaría aquí primero? ¿por qué Sos dejó de ser capital del valle? ¿qué significa Sositania? ¿Habrá restos romanos por aquí? 
Viajar y escribir con Patrick Leigh FermorPatrick es un aventurero. Yo no. Creo que es bueno que quedemos unos pocos irreductibles a salvo de la tentación de la aventura porque somos el refugio de los que sí lo son. Somos tanto el sitio al que acaban volviendo como el lugar que no quieren ser: somos su motor, su razón de ser.  Viajo con él mientras recorro La Palma y el valle de Benasque e imagino tener el tiempo que tuvo él, esos tres años, y casi ochenta más para reflexionar sobre ese viaje, para escribirlo, para pensarlo. Viajó para tener algo sobre lo que escribir y se pasó la vida estudiando lo que había viajado para poder contarlo, para explicarlo y explicárselo. La mayoría de las zonas que recorrió en aquellos tres años fueron arrasadas por la II Guerra Mundial y desaparecieron tanto geográfica como emocionalmente: la mezcla de nacionalidades, la vida en el campo, la vida girando en torno al ciclo de las estaciones, la naturaleza virgen, el tiempo sin prisa...¿Y si lo que yo veo desaparece? ¿Y si nadie lo cuenta?  
En el prólogo dice Jacinto Antón que Patrick es «el hombre que uno hubiera querido ser, si hubiera tenido suficiente coraje para ello». No he sido capaz de escribir sobre mis viajes de este verano porque recapitular un viaje, contarlo, es siempre un ejercicio peligroso. Escribir sobre un viaje cuando, a la vez, estás acompañando a Patrick es un suicidio, pero ¿para que tengo el blog si no es para arriesgarme? Al menos lo he intentado.    

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