Hablando de etnomusicólogos, aquí tenemos a un compositor que pudo haberlo sido si el tirón de sus otras grandes cualidades no lo hubiera conducido hacia el papel pautado, el estrado del director de orquesta y el vanguardismo institucional, a veces de manera simultánea.
El francés Pierre Boulez conoció la música balinesa y japonesa, y los tambores africanos, en el invierno de 1945, en el Museo Guimet de París. «Aquella música me fascinó tanto que estuve a punto de dedicarme a la etnomusicología —confesó más tarde—. Se tiene una sensación distinta del tiempo».
Boulez, que nació este día, estaba destinado a crear «sensaciones distintas» con texturas musicales, sonidos y tiempos. Alumno de Olivier Messiaen, ya de joven dio muestras de total seguridad sobre la clase de música que quería componer: baste decir que debía ser una música que no se hubiera oído nunca.
En el curso de su larga y variada trayectoria profesional, dirigió muchas grandes orquestas internacionales, fundó el IRCAM de París, instituto especializado en la investigación del arte electroacústico de vanguardia, y escribió la música más revolucionaria de su tiempo. De Boulez se puede decir, más que de ningún otro, que transformó el paisaje y el «sonaje» de la música clásica del siglo XX.
Su obra, como la de todo gran innovador, puede sonar un poco rara al principio. Messiaen señaló una vez que Boulez «transformó totalmente la sonoridad del piano» y puede costar un poco acostumbrarse a ello. Las Notaciones, compuestas inicialmente para piano en número de doce, se remontan a la época en que quedó hechizado por los sonidos balineses y ponen de manifiesto su determinación; es un buen momento para empezar.
Clemency Burton-Hill