Un par de años antes de que le diesen el Nobel, John Steinbeck decidió conocer la verdadera alma de los Estados Unidos embarcándose en un viaje que le permitiría recorrer treinta y cuatro estados a lo largo de 16.000 kilómetros. Era ya un reconocido escritor y no debía de tener problemas de liquidez, por lo que encargó fabricar una especie de roulotte especial montada sobre la caja de una pick-up. No sabemos si existía un precedente o si ahí está el origen de las autocaravanas.
Construído el bicho, le puso el literario -no podía ser menos- nombre de Rocinante, y buscó como Sancho Panza a un caniche gigante, ya achacoso como él, de nombre Charley.
Antes de meterme en el libro, también me encontré -maldito internet- que hay un tipo que ha debido de dedicar media vida a tratar de demostrar que buena parte del viaje es una bola, que no pudo haber recorrido los kilómetros que dice y que en realidad se recorrió una parte de hotel en hotel de lujo. Pues mejor para él, sólo demostraría que verdaderamente sabía vivir. Unicamente un idiota puede dedicar su tiempo a tratar de desmontar el viaje que un escritor refleja en un libro, como si lo que importase fuera el viaje y no el libro. Ya sería una estupidez si el libro fuese de Frank de la Jungla, pero poner en cuestión al autor de Las uvas de la ira es simplemente propio de un rematado idiota. No les mencionaré al ganso, no quiero darle publicidad innecesaria.
El libro, en una de esas maravillosas ediciones de Nórdica, es una pura delicia. Llevaba yo un cierto tiempo desganao, sobreviviendo a base de novela negra en el Kindle, que es en el fondo un poco como comer de lata: que aunque esté buena,
no deja de ser comida de lata. De verdad les digo que da lo mismo lo que sea verdad o invento, pero los paisajes, las personas, los acentos, el aroma del café y hasta los árboles a los que Charley saluda frecuentemente son verídicos y están ahí. Afortunadamente estarán ahí para siempre.
Yo también quiero, claro. Hoy como casualidad del destino me saltó en el ordenador publicidad de una furgoneta California. Las herederas de esas míticas Volkswagen con techo elevable. ¡Qué envidia!. Sólo son 50.000 del ala.