
Siento una especial devoción hacia Jodie Foster, magnífica actriz cuya trayectoria sigo desde hace muchos años. Ganadora de dos Oscars por sus actuaciones en “Acusados” y en la obra maestra “El silencio de los corderos”, ha destacado desde muy temprana edad como intérprete y, después, como directora. Protagonizó en 1976 la adaptación de una obra literaria cuya lectura me encandiló siendo adolescente (“La muchacha del sendero”, en el original “The Little Girl Who Lives Down the Lane”, del escritor Laird Koenig). Por aquel entonces ya se había convertido en un icono cinematográfico gracias a papeles emblemáticos en películas como “Taxi Driver”, de Martin Scorsese. Más recientemente, sus participaciones en “La habitación del pánico”, “Un dios salvaje” o “El mauritano” la han mantenido en el nivel más alto de su profesión. Galardonada con cinco Globos de Oro y tres BAFTA, ha firmado como realizadora “El pequeño Tate” y algunos capítulos de las series televisivas “House of Cards” y “Black Mirror”. En no pocos aspectos, constituye todo un referente en la industria de Hollywood. Lleva seis décadas ininterrumpidas ejerciendo su actividad (comenzó interviniendo en anuncios de televisión con apenas dos años) y más de medio siglo entre la pequeña y la gran pantalla.
Ella representa, pues, la principal razón que me ha impulsado a ver la cinta francesa “Vida privada”, en la que acredita, además, su perfecto dominio del idioma galo, que combina con su inglés nativo. Se trata de un largometraje que se desarrolla por la senda del “thriller”, si bien incluye una importante vena cómica. La mezcla resulta extraña, pero funciona. La trama engancha al público y refleja una evolución interesante, si bien, habida cuenta de otras propuestas del género en las que también ha figurado (en especial, la imbatible “El silencio de los corderos”) quedan varios peldaños por debajo de su mejor versión. No obstante, el carisma y la habilidad de Foster sostienen el film por completo, convirtiéndose nuevamente en el pilar que soporta en gran medida el peso de la acción.
Rebecca Zlotowski, responsable de la meritoria “Los hijos de otros” y de algún guion vergonzante -como el “remake” de “Emmanuelle” en 2024- se sitúa detrás de la cámara. Pese a que diversos tramos del metraje se tornan más desangelados que otros y se perciben ligeros desajustes en el ritmo narrativo, logra los objetivos básicos inherentes al suspense y, sobre todo, ofrece un destacado trabajo interpretativo coral, con Jodie Foster a la cabeza.
Una prestigiosa psiquiatra decide investigar por su cuenta la sospechosa muerte de una paciente. Convencida de que fue un asesinato y, extralimitándose de sus funciones como médico, se adentra en una peligrosa red de secretos y mentiras que pondrá su vida y su carrera en peligro. El relato se desenvuelve entre la comedia ligera y la intriga absorbente. Se ve con agrado, merced a una cota de entretenimiento más que apta. En definitiva, supone una propuesta diferente dentro de una cartelera navideña escasamente variada.
Acompaña a Foster la siempre agradable Irène Jacob. Musa del genial Krzysztof Kieslowski en “La doble vida de Verónica” o “Tres colores: Rojo”, desempeña un papel bastante secundario, aunque ha supuesto una grata sorpresa la coincidencia de ambas en un mismo proyecto.
Junto a ellas figura Daniel Auteuil, poseedor de un BAFTA por “El manantial de las colinas” y catorce veces candidato al premio Cesar de su país por títulos como “Una razón brillante” o “La chica del puente”. A Mathieu Amalric le hemos visto en “Múnich”, de Steven Spielberg, “Quantum of Solace” y “La escafandra y la mariposa”. Completan el elenco Virginie Efira (“Elle”), Luàna Bajram (“Retrato de una mujer en llamas”) y Sophie Guillemin (“Sólo te tengo a ti”).
