Uno de esos autores, novelista por más señas (también poeta, acabo de descubrirlo) tuvo por nombre José Vidal Cadellans. Gozó de cierto prestigio durante un par de años porque ganó el premio Nadal de 1958 con la novela No era de los nuestros, pero ese renombre no tardaría en apagarse. Lo apagó, sobre todo, su prematura muerte: falleció en 1960, con sólo 32 años (había nacido en 1928) dejando dos novelas inéditas que aparecerían en los años inmediatamente posteriores.
El descubrimiento
Una de las pocas imágenes públicas
de José Vidal Cadellans
En el apartado en que estaba incluido Cadellans se encontraban otros novelistas que impulsarían la renovación de la narrativa social: Juan Benet, Mario Lacruz, Antonio Prieto, José María Mendiola o Andrés Bosch, entre otros.Intuí que la renovación que a principios de los ochenta acometen autores como Molina Foix, Azúa, Marías o Gándara tenía en Cadellans un antecedente poderoso aunque no reconocido (quizá por desconocimiento). De inmediato me propuse encontrar un ejemplar de la novela. Recorrí algunas librerías de viejo, pregunté en la que yo era habitual (hablo de Fuentetaja) sin que nadie me diera razón. Sería Francisco Solano, narrador y crítico, quien un buen día se presentara con el codiciado ejemplar de Ballet... en uno de los muchos almuerzos que surcaron los mediodías de aquel tiempo, almuerzos en que preparábamos, junto a Ángel García Galiano, el programa radiofónico Libromanía, Lo había encontrado en la biblioteca de la sede de la hoy desaparecida revista Reseña, de la que entonces era redactor jefe.
Ballet para una infanta
La leí con fruición en muy pocos días y no me defraudó. En aquella novela, ambientada en una ciudad portuaria que podía perfectamente estar situada en cualquiera de los lander costeros de Alemania, estaba Kafka, y Camus, y Walser, y Max Frisch. Era una novela inconcebible en la España de 1958, o de 1959 y más inconcebible aún escrita por un escritor de apenas treinta años al que se suponía alejado del acerbo literario y cultural del que se disfrutaba en la Europa democrática a causa de la realidad dictatorial del franquismo. La novela, que, según he podido leer en las escasísimas, casi nulas referencias periodísticas y críticas que he encontrado (en Internet y al margen de Internet), contó con varios títulos antes de publicarse como Ballet para una infanta (para una infanta difunta, o moribunda, entre otros calificativos), tuvo una suerte crítica muy limitada (pasó casi inadvertida) y quedaría relegada entre el bosque de best-sellers y novelas de entretenimiento que acogía el catálogo de Plaza y Janés de la época. Reflexión filosófica, ambientes brumosos en una ciudad llamada Curlandia, calles enrevesadas y un hermoso palacio rodeado de jardines con las luces encendidas esperando la fiesta (el ballet) en la que encontrará encaje una ambigua e inquietante historia de amor entre Herta y Félix, los dos protaognista.
Las dos ediciones de Ballet. para una infanta.
Germanía en 2000; Plaza y Janés en 1963
El escritor, el ser humano
Junto al libro me fascinó el José Vidal Cadellans escritor jovencísimo, enfermo y muy prolífico, nacido en Barcelona y residente en Igualada (donde moriría), con una formación existencial-cristiana, que vivió en los márgenes de la literatura española de la época, que tuvo formación de seminarista y que, cuando murió, tenía en su haber, al menos tres novelas: la del Nadal, No era de los nuestros, y las dos que aparecerían póstumamente, Cuando amanece (1961), y Ballet paa una infanta (1963). A lo largo del año que precedió a la reedición de esta última para Germanía, tomé contacto con su hija, Solange Vidal Torrescasana, que seguía viviendo en Igualada un tanto alejada de lo que fue la vida literaria de su padre. Hablamos muy poco, es verdad, pero la circunstancia que acabo de mencionar despertaba en mí una atracción casi morbosa por la figura de Vidal Cadellans. Después, a fuerza de indagación en Internet y de buscar declaraciones de algunos de sus coetáneos, pude acercarme a una vida discreta de un escritor que vivió "en la provincia" y que era dueño de un poderoso impulso creativo y de una enorme capacidad de trabajo. Una pregunta que me hice en los años posteriores era. ¿De dónde podía venirle el aire de novela centoeuropea, radicalmente moderna, de Ballet para una infanta, a Cadellans?
Creo que junto a un gran cúmulo de lecturas, ayudó a su estilo el intenso trabajo que como versionador y traductor de novelistas europeos o norteamericanos realiz para Plaza y Janés (la mítica colección Reno) y para otras editorilaes, en algunos casos en colaboración con escritores conocidos entonces como Ramón Hernández. Así, todavía es posible rastrear, en la Red, numerososas obras del sueco Mika Waltari, entre ellas Vacaciones en Carnac, o Una muchacha llamada Osima, del norteamericano de origen polaco Leon Uris o del italiano Curzio Malaparte en cuya portada figura el nombre de José Vidal Cadellans como traductor. Supe que trabajaba en la restauración del patrimonio de la Iglesia en la provincia de Barcelona y que entre sus autores prefereidos estaban Kafka, Camus y Baroja. Y, rastreando en las crónicas del Nadal de 1958 (sobre todo en ABC y en La Vanguardia), he descubierto que escribió poesía, que tenía no pocos poemas guardados quién sabía donde (es probable que su hija sepa de ellos) y he sentido la necesidad de acercarme a ellos, de leerlos y valorarlos en relación con su labor como novelista. Es más, he sabido que presentó un libro de poemas de poemas al entonces prestigioso premio Boscán (lo concedía el Instituto de Cultura Hispánica en Barcelona): ¿qué habrá sido de ese libro?
Vidal Cadellans es hoy un raro. Un absoluto desconocido. He entrado en la web de la editorial Germanía y la novela ha desaparecido de su fondo. Ni rastro no sólo Ballet para una infanta, sino de la colección de narrativa El Umbral, proyecto efímero que no pasó de los cinco títulos. Problemas de distribución, quizá una escasa conciencia de la dimensión de la obra que acababa de ser publicada y dificultades económicas de diversa índole hicieron que esa nueva edición, con un bello y moderno diseño, pasara casi inadvertida. Tuvo algunas críticas en las que se advertía desconcierto y sorpresa (Luis de la Peña, en Babelia, por ejemplo), pero éstas no sirvieron para restirui la novela al lugar que merecía. Sería bueno corregir ese "insuceso": las editoriales literarias de hoy tienen ahí un desafío no desdeñable. Estoy leyendo estos días una novela anterior de Cadellans: la que fue premiada con el Nadal, No era de los nuestros y, aunque muy diferente a Ballet puesto que tiene un trasfondo existencial y respira una suerte de cristianismo heterodoxo (la huella de Bernanos, de Julen Green, de Malraux) que le da un aire de época cruzado por un inteligente y sutil desafío a las verdades establecidas por el régimen de Franco, me parece una magnífica novela.
En este rastreo por las huellas del escritor muerto con sólo 32 años he encontrado dos "documentos" que me parecen muy interesantes para el lector curioso. El primero es el fragmento de una semblanza necrológica que el escritor y amigo Tomás Salvador publicó, al día siguiente de la muerte de Cadellans, en La Vanguardia:
“Vidal Cadellans, en la docena escasa de artículos que había publicado, motivó otras tantas polémicas. Tenía la virtud de irritar siempre a alguien, de que se enfadaran con él los satisfechos de la vida. Buena cosa es ello: la simpatía es señal de decadencia. Y Vidal Cadellans, enfermo grave, físicamente menos que un niño, no inspiraba simpatía tontonas. Ni llevaba su enfermedad por bandera. En todo caso, su enfermedad era un freno, casi digo que afortunadamente, no por estar enfermo, que esa es cuestión de Dios, sino porque de estar con todas sus fuerzas la literatura de Vidal Cadellans hubiera sido torrencial, algo increíble. Vidal Cadellans escribía cartas de cinco o seis folios a un espacio; sus artículos allá se le iban. Podía escribir treinta o cuarenta páginas diarias de un libro”.La segunda es una conversación de urgencia realizada por teléfono cuando le fue concedido el Nadal y publicada en ABC el 7 de enero de 1959. Él está ausente, ilocalizable y quien se pone al teléfono es su madre, residente en aquel momento en el pueblo de Relllinás. Lo reproduzco.
"José Vidal Cadellans, ha ganado el Premio Nadal de Novela 1958 con No era de los nuestros.
--No está ¿quién le llama? Soy su madre ¿Pasa algo?
-- Sí, señora, que su hijo ha ganado el Premio Nadal de Novela. ¿Y dónde está su hijo?
-- En Igualada; ha ido a ver a su novia. No tiene teléfono.
-- ¿Qué hace su hijo?
--Trabaja aquí, en la central telefónica. Además se dedica a las traducciones. Tiene treinta años, alto, delgado, lleva lentes. Ha estado varios años enfermo.
--¿Ha escrito algo antes?
--Hace dos o tres años que manda una novela al Nadal. Fué al Boscán de poesía y en el concurso de cuentos de El Correo Catalán quedó segundo.
--Adiós, señora y felicidades.
Llamé a la fábrica donde trabaja la novia, a casa de los dueños de la fábrica, a otra dirección que me dieron...No dí con ella. ¿Dónde se habrán metido".