Confieso públicamente que, al menos una vez por semana, me pregunto quién está detrás de las redes sociales de Izquierda Unida. Hoy me ha sorprendido con esta imagen en que podemos observar a Lenin afirmando que “volverá” en el centenario de la revlas que Lenín Moreno –de ahí viene la referencia tan elocuente–, de la Alianza PAÍS, se disputa el poder con el conservador Guillermo Lasso. No entraré en las cuestiones de Ecuador debido a mi total desconocimiento sobre las vías del socialismo del siglo XXI en este país.
Lo que realmente me sorprende –aunque confieso que cada vez menos– es la apología continuada por parte de Izquierda Unida a la figura de Lenin, o a la de Fidel Castro por citar alguno más. No sé si el cuerpo embalsamado de Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, regresará, pero lo cierto es que no me produce una gran ilusión su vuelta. Sobre esta figura se ha escrito mucho, incluso se ha extraído su cerebro para medirlo y analizarlo, pero lo cierto es que si se abordan desde un punto de vista histórico los rituales de enaltecimiento a su culto por parte de IU caen por su propio peso. Puedo entender que dentro de esta organización haya mucho viejo comunista que aún sueña con una Unión Soviética que no hubiese caído y hubiera mantenido su régimen de partido único, pero cuando los historiadores tratamos de analizar el pasado las apelaciones simbólicas al corazón de los bienintencionados oyentes pierden todo rigor histórico. La gran mayoría de los historiadores coinciden básicamente en una idea: Lenin no fue la oportunidad perdida del comunismo soviético, cuyo legado fue estropeado por el súper malvado Stalin. Para apuntalar esta idea ofreceré algunos argumentos:
1-Los bolcheviques tomaron el poder en octubre de 1917 imponiéndose el criterio de Lenin aun con resistencias por parte de Zinóviev y Kámenev. El asalto al Palacio de Invierno, que puso fin al gobierno provisional, no tuvo una gran movilización popular que la acompañara. Entre el 15 y el 19 de noviembre de 1917 (las fechas son del calendario juliano) hubo elecciones para la asamblea constituyente en las que los socialistas revolucionarios tuvieron una amplia mayoría: 370 diputados de los 715 que había. Los bolcheviques obtuvieron 179 diputados. La asamblea se reunió en enero de 1918 y rechazó una “Declaración de Derechos del Pueblo trabajador y explotado”, propuesta por los bolcheviques. Los bolcheviques abandonaron esta asamblea y entre el 10 y el 18 de enero de 1918 aprobaron su disolución. Algunos historiadores lo han interpretado, en una visión liberal, como la consumación del golpe de Estado de octubre; lo que fue, desde luego, es un golpe de fuerza creando una dictadura de un solo partido así como la sepultura de la representación popular en términos del liberalismo democrático.
2-El gobierno bolchevique pronto puso en marcha una serie de medidas bien conocidas por todos. Me permito recordar alguna de ellas que se suele olvidar: la política de terror contra los enemigos del pueblo. Autores como Sheila Fitzpatrick han analizado las diferencias del terror revolucionario de Lenin y el terror totalitario de Stalin, estableciendo diferencias en los objetivos, en la magnitud y en las formas. Aun así, tanto esta autora como otros reputados como Orlando Figes, Bernard Bruneteau o Julián Casanova, señalan que las bases del terror estalinista están en la política de Lenin. La creación de la Checa, policía del Estado bolchevique, en diciembre de 1917 es un ejemplo de esta política de eliminación física del enemigo, enemigo conceptualizado como burgués donde cupieron no solo propietarios burgueses, sino mencheviques, socialistas revolucionarios, cadetes, bolcheviques críticos, campesinos que resistieron la colectivización, etc. En diciembre de 1917 Lenin escribía una llamada a la guerra contra “los ricos, los holgazanes y los parásitos”: era necesario “limpiar la tierra rusa de toda la chusma”. Pronto el aparato estatal bolchevique creó chivos expiatorios diferentes que generaron un clima de terror por Rusia. En Crimea, los bolcheviques en el invierno de 1920 dividieron la población entre los que había que fusilar y ahorcar, los que había que encerrar en un campo y los que quedarían absueltos. 50.000 personas fueron incluidas en la primera categoría. Lenin no “necesitó” reprimir su propio partido como lo haría una década después Stalin, pero estableció los instrumentos y la conceptualización del enemigo de la clase obrera que era preciso aniquilar.
3-Otro elemento clásico de cualquier sistema dictatorial fue el culto al líder. Las imágenes, los lemas, el tratamiento de su cadáver, las hagiografías, el uso de lemas fáciles para sobreponerse de su incapacidad lingüística, la gestualidad teatral o el poder hipnótico que generaba en algunos fueron ejemplos de cómo se gestó un culto a la figura de Lenin.
Es cierto que, en ocasiones, analizar la historia con perspectiva puede llevar a posiciones de cierta benevolencia interpretativa hacia personajes que hoy en día no aceptaríamos. La revolución soviética se enmarca en una época conocida como la guerra civil europea en que la experiencia bélica de la primera guerra mundial marcó la política de países como Rusia, así como la orientación revolucionaria del comunismo internacional. Analizar todo esto de forma rigurosa por la comunidad científica es el objetivo de los historiadores. Sin embargo, utilizar figuras de este tipo para defender una posición política actual es, en mi opinión, la oportunidad perdida de reflexionar seriamente sobre nuestro mundo actual y de abandonar la pasión, el frenesí, el arrebato o el entusiasmo propio de mítines políticos. Recomendaría a los responsables de redes sociales de IU que revisaran cuál es su consideración sobre la democracia y el socialismo en el siglo XXI, algo que por cierto nadie sabe muy bien definir en una situación de absoluta desorientación, en que el neoliberalismo nos ha ganado la partida. Hay alternativas y debe haberlas: el socialismo del siglo XXI, el ecosocialismo, el ecologismo, una mayor democracia participativa, una socialdemocracia reinventada, etc. No hay gurús pasados que puedan darnos respuesta a los problemas del mundo globalizado. Dejemos de abanderar fantasmas del pasado para solucionar problemas del presente. Seamos un poco historiadores; un poco menos políticos.