Revista Deportes
La mayor virtud del Barcelona actual consiste en la precisión de sus jugadores. Rara vez erran un pase, rara vez les interceptan un pase, entonces la movilidad de todos tiene un sentido, la disfrutan. Diferente sería si el jugador tocara y se moviera pero no recibiera la devolución, al cansancio físico se le agregaría el cansancio mental, el jugador empezaría a preguntarse para qué correr tanto.
La presión en el campo es patrimonio de muchos equipos, la mayoría presiona, muchos equipos en el mundo salen jugando y arriesgan, muchos equipos en el mundo son letales en la definición de las jugadas, muchos equipos intentan hacerse fuertes mediante la tenencia, pero ninguno es capaz de tener la pelota la cantidad de minutos que el Barcelona la tiene por partido. Porque los jugadores son precisos, porque cuando están incómodos y le tapan los pases, saben amagar para mover al rival y encontrar el espacio.
Desde luego, hay muchos puntos en los que el Barcelona supera ampliamente al resto: La concentración para estar siempre atento a la posibilidad de recibir. La capacidad técnica de los jugadores para controlar pelotas difíciles, que a cualquier otro jugador le rebotarían, esas que van a media altura o a la altura de la garganta, el Barcelona las convierte de nuevo en pelotas jugables. La velocidad mental para entender el juego y resolver en un toque. La capacidad de aceptar que hay dos o tres que marcan el rumbo y que los demás son acompañantes, accesorios imprescindibles sin los que no sería posible jugar del mismo modo.
Y hay dos fotos que pintan otras dos virtudes del Barcelona que lo destacan del resto de los equipos del mundo: Primero que nada, la solidaridad. Para que el defensor se sienta respaldado, la línea de volantes presiona y ensucia la salida de los rivales. Para que los volantes se sientan respaldados, los defensores y el arquero no dividen la salida. Para que los delanteros puedan recibir con ventaja dentro del área, todos se mueven y se mueven, tocan y tocan, hasta encontrar el espacio, con paciencia, sabiendo que no debe jugarse cada pelota como si fuese la última, excepto la última. La misma solidaridad que han demostrado hacia David Villa recordándolo y haciéndolo sentir parte del triunfo en cada momento tras la lesión, después yéndolo a visitar, y llevándole el trofeo, es la misma solidaridad que demuestran dentro de la cancha. Cuando un jugador está muy marcado, allá van tres compañeros a ponerse uno delante, otro detrás y el tercero al costado para que el que lleva la pelota le bastara con amagar y tocar. Nunca un jugador del Barcelona levanta la cabeza y no tiene pase, siempre hay alguien listo para recibir.
Por otra parte, el juego limpio, el saber que no vale todo, que el rival quiere ganar y que tienen que impedírselo, que tienen que superarlo en todos los puntos de la cancha, pero sin golpear, sin apelar a elementos extrafutbolísticos, sin malas intenciones, y sin olvidarse que del otro lado del campo hay un colega que comparte la misma profesión, sin olvidarse que fuera del campo hay un espectador que paga una entrada con el valor de sus ilusiones, sin olvidarse del respeto, del buen gusto, de la honestidad, y por supuesto, mucho menos, del fútbol. No sé si el Barcelona es el mejor equipo de la historia, a mi edad no he visto a la mayoría y no le veo interés a las comparaciones, pero sí sé que este juego cobra un sentido cuando la pelota rueda en los pies de Iniesta, de Xavi, de Busquets, de Fábregas, de Villa, de Pedro, de Alves, de Abidal, de Maxwell, de Piqué, de Puyol, de Mascherano, de Valdés, de Pinto, y cuando pasa por la imaginación del Pep Guardiola, consiguiendo una belleza acorde a la geografía que lo rodea.
Messi en este Barcelona merece un párrafo aparte. Está calibrado bajo los parámetros de otro planeta. Un planeta donde el tiempo pasa más lento, donde la gente no envejece, donde el fútbol es tan fácil como decirlo, donde la pelota se lleva pegada al pie y sin mirarla. Messi está calibrado bajo los parámetros del planeta blaugrana.