Revista Cine

Visionado: "Trance", de Danny Boyle. "Espejismos de la mente"

Publicado el 07 julio 2013 por Cinetario @Cinetario

Nota: * * *
"Trancealimentó mi lado oscuro, que sigue ahí y exige su parte". El polifacético Danny Boyle definió, de este modo, la fuerza inspiradora que le ayudó a crear su última película en un momento en el que se encontraba inmerso en la preparación de la ceremonia de inauguración de los pasados Juegos Olímpicos, en Gran Bretaña. Fue una vía de escape providencial que le salvó de un trabajo que, para él, era novedoso y lleno de desafíos, pero también una labor que le exigía demasiados sacrificios.
De este modo, Boyle se refugió en los laberintos de la mente para contarnos la historia de un subastador, Simon (James McAvoy), que pone a salvo la obra Vuelo de Brujas, de Goya, ante el intento de robo perpetrado por una banda de mafiosos. Sin embargo, Simon recibe un fuerte golpe en la cabeza que le hace olvidar dónde la ha escondido. Franck (Vincent Cassel), el jefe de los ladrones, tras observar que con la tortura es incapaz de sacarle una confesión al subastador, intentará ahondar en su mente hasta alcanzar sus recuerdos olvidados gracias a la ayuda de una competente hipnotista, Elizabeth Lamb (Rosario Dawson).
Trance es un trabajo de orfebrería pergeñado en la sala de montaje, fruto de la endiablada labor de un tipo con agudo ingenuo que, hilvanando secuencias, sabe cómo tocar los resortes de la sorpresa, aquella que se produce en nuestro ánimo al descubrir la vaga frontera que se establece en la película entre la realidad y la ficción, entre el recuerdo y el pensamiento condicionado, entre las luces y las sombras de un inquietante trío protagonista.
Sin embargo, Trance no es una película redonda. A buen seguro que a más de uno le habrá irritado el exceso de giros argumentales y de expectativas truncadas que ofrece. Son demasiados conejos escapando de la chistera de Danny Boyle y de su guionista de los primeros tiempos de su carrera, John Hodge (A tumba abierta, Trainspotting). Pero además, hay otras cuestiones dudosas como que el  protagonista, en ocasiones, tenga comportamientos incoherentes con su lucha por la supervivencia. Todo ello por no hablar de la borrachera de violencia que invade el filme, sobre todo en la parte final, que a más de uno le habrá parecido una sospechosa maniobra de distracción para que las nuevas e impactantes revelaciones, que se nos van desgranando a velocidad de vértigo, apenas tengan tiempo de reposar en la cabeza del espectador. Tras los títulos de crédito y el éxtasis visual que deja como poso la película, es más fácil asimilarlas como una verdad convincente…
Pero lo cierto es que Boyle tiene mucho de mago y tanto el vigor con el que irrumpen dichos quiebros argumentales  como la originalidad que presentan son capaces de vencer cualquier tipo de reticencia. Además, como sucede en muchas de las películas del cineasta, es inevitable sentir fascinación ante su habilidad para crear imágenes sugestivas,  envolvernos en lugares cuya plasticidad inventa nuevos espacios, en este caso, con cierta 'estética underground', de claroscuros de neón. Imágenes, además, acompañadas de una impecable ambientación musical. 
Buena parte de la eficacia de la película reside en las interpretaciones: en un McAvoy maravillosamente entregado a un personaje  barroco, inmerso en su propio y tortuoso baile de mascaradas; un Vincent Cassel campando a sus anchas y con demasiada elegancia en la piel de un mafioso de los bajos fondos. Y en especial, se debe una Rosario Dawson sensual, astuta, superviviente y quizás... vulnerable. Solo con observar a sus criaturas, el lado oscuro de Boyle, seguramente, se habrá visto ampliamente recompensado.

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