Visiones en voz alta( 1). En una publicidad de la que no logro querer acordarme se incluye una ráfaga musical de la inolvidable cabecera de «A dos metros bajo tierra» (Six Feet Under). Y a la que le debo la confirmación de que este género narrativo, junto con algunas miniaturas dispersas por la Red, es probablemente el más adecuado y ventajoso para contener y darle cuerda a la ficción contemporánea. Si descuento algunos atisbos prehistóricos de Jim West y, de forma particular, la sorpresa absoluta y aislada que me supuso la primera temporada de Twin Peaks, nada hay comparable en mis tratos con la pequeña pantalla a la experiencia de convivir durante muchas semanas con la familia Fisher y sus historias funerarias, tan vivas y tan bien contadas. La cabecera de la serie es una pequeña obra maestra del arte televisual contemporáneo. Me parece que incluso se le ha dedicado ya alguna tesis doctoral... de final de máster. Lo cierto es que su simple mención a través de una ráfaga me ha hecho segregar, como perrillo de Pavlov, una nostalgia concreta y envolvente de días muy felices en mi biografía de espectador doméstico. Aquí la repico.
Visiones en voz alta ( 2). Volviendo a ver, ahora en la tele, Pan negro (Pa negre), la gran película de Agustí Villaronga, con toda su verdad sin cortapisas y su belleza hiriente, me reafirmo en la vieja intuición de que el cine es en realidad un género literario. Incluso, y en lo que al campo narrativo se refiere, el género literario por excelencia de nuestra época: es capaz de sacar el máximo partido expresivo al arte de contar. El buen cine, además, logra explorar nuevas formas de narración con una economía de medios y una sutileza que deben ser consideradas fundamentalmente como hallazgos literarios. La manera en que Villaronga muestra, al final de la película, el proceso de envilecimiento consciente que se ha instalado en el corazón de su personaje, además de atroz y terrible, es de una precisión extraordinaria. Escritura de luz capaz de iluminar el interior de una conciencia hasta volverla por completo transparente ante los ojos del espectador, devenido un «lector» privilegiado. Lo cierto es que hace ya mucho tiempo que me resulta imposible establecer departamentos estancos entre las experiencias de ver un libro y leer una película, salvo quizás por algunas diferencias técnicas en el manejo de los soportes, aunque también en ese campo —y gracias, sobre todo, a las teclas de pausa y avance/retroceso— se han reducido las distancias.
Tal vez la ventaja mayor que el cine tenga sobre la literatura impresa es que, cuando se alcanza la perfección expresiva, las imágenes imponen su dominio y tienden a colonizar cualquier lectura futura de la obra filmada. Es, en mi opinión, lo que ocurre con Pa negre: su relación con el mundo narrativo de Emili Teixidor, del que parte, es el de una reescritura que, en cierto modo, equivale a una nueva edición revisada de los textos. Un punto de vista que, por su intensidad y perfección, se destaca sobre otros posibles. Aunque no impida, sino todo lo contrario, nuevas lecturas, que ya estarán enriquecidas por los privilegios de lo visto.
Visiones en voz alta ( 3). Pues sí: qué incierta la gloria de Incierta gloria, la última película de Agustí Villaronga, una nueva cala en la sordideces íntimas de la Guerra Civil. Siento decir que me defraudó. Quizás porque las expectativas creadas después de Pa negre —revisionada hace poco en la tele, como ya conté acá— eran muy altas. Es una película discreta, incluso buena y hasta notable de forma fragmentaria, si nos centramos en algunos de sus momentos, visualmente muy poderosos, junto con el buen trabajo escenográfico y de localización. Pero ni por su guion ni por su desarrollo está, ni de lejos, a la altura de la anterior. O de otras de la ya larga carrera de su director (El rey de La Habana, por ejemplo reciente). Esta adaptación de la que algunos dicen que es la mejor novela escrita en catalán sobre la Guerra Civil, obra de Joan Sales —que no he leído—, resulta demasiado caprichosa y previsible, en parte. En parte, también, confusa y retórica. Tiene buenas secuencias y un valiente y oscuro nudo o tema central: el mal triunfante. Y destellos interpretativos muy loables. Pero el conjunto naufraga.
Con todo, es digna de verse: la calidad de imagen y la belleza de composición del cine de Villaronga siguen presentes. También su negrura. Aquí demasiado altisonante, farragosa, excesivamente «literaria», automanierista. Tal vez algún día, haciendo caso de mi conciencia de espectador agradecido, le dé una segunda oportunidad.
Visiones en voz alta ( 4). ¿Alguien puede atreverse, a estas alturas, a ilustrar la secuencia central de una película con toda (¡toda!) la parsimoniosa y abrumadora melancolía del adagio de Albinoni? Y una vez producido el atrevimiento, ¿quién será capaz de asegurar que el resultado, en el espectador de ojo despierto, pueda ir más allá de la pastosa sensación de estar siendo (estar siendo) manipulado emocionalmente con una mezcla de recursos supuestamente artísticos o poéticos por sí solos? Tengo para mí que de la respuesta a estas dos preguntas van a depender el estado de ánimo y la opinión del espectador de Manchester frente al mar, una película dura, terrible, hermosa, frente a la que no caben, creo, medias tintas. A mí me emocionó. Aunque podría poner algún reparo a esta opinión, pero sólo a costa de ponérselo también a mis emociones. Que nada es descartable.
La secuencia a la que aludo más arriba, verdadero eje argumental de la trágica historia de culpa inexpiable que se cuenta, es estremecedora. Consigue que la majestuosa lentitud de la música, su invasión sensitiva, combine a la perfección con un estallido insólito, aunque no inesperado, del argumento. Y de esa mezcla —literalmente un incendio explosivo— surge la atmósfera que logra dar sentido, coherencia y ritmo a una historia narrada a través de saltos temporales, con una gran contención interpretativa rayana a veces en la inexpresividad —pero que es la que corresponde al meollo de la tragedia del protagonista: un zombi mental—, la acumulación algo repetitiva de motivos, una banda sonora bien medida, y tres o cuatro momentos muy brillantes que, junto con la soberbia, larga, inolvidable secuencia central, hacen de
Manchester frente al mar una de las pelis imprescindibles de la temporada. Eso sí, procuren verla en versión original.Visiones en voz alta ( 5). Aprovecho la columna que Jabois le dedica hoy en El país para no seguir dejando pasar la ocasión de recomendar públicamente —en privado, no he dejado de hacerlo— esta película, pequeña y cercana, inmensa y ligera, quizás también triste, llena de un humor sutil y sosegado, sin dejar de ser inquietante. Y con la más poderosa imagen que recuerdo haber visto en una pantalla —incluidas estas en las que nos balanceamos— para definir la verdadera condición que cabe suponerle a todo crítico literario: un alma de perro. Es, en suma, una de las grandes sorpresas de los últimos meses: Paterson. Por no repetir lo que desvela Jabois, y lo que ya he ido comentando aquí y allá, les remito a esta entrada del blog de Juan Poz, «El ojo cosmológico» —por cierto, imprescindible para cinéfilos—: en el texto dedicado a Paterson, y en los amplios comentarios, se abordan algunos de los muchos aspectos reseñables del film. Una película cuyo valor añadido debería ser, también, un acercamiento a la poesía de William Carlos Williams, en cuya figura y obra homónima está inspirada. ¡Uf, ya está! El secreto compartido deja el espíritu disponible para nuevas travesías. Visiones en voz alta ( 6). Durante la lectura, hace unos meses, de Patria, la excelente y sin embargo exitosa novela de Fernando Aramburu, además de hacerme el firme propósito de retomar la lectura de la obra de Ramiro Pinilla, me acordé de La muerte de Mikel (1984), la película de Imanol Uribe que tanto impacto nos causó a muchos por la claridad y valentía con que denunciaba comportamientos homófobos en la sociedad vasca, incluida la «progresía» aberzale. El peso de lo que en la antropología cultural suele denominarse sociedades matriarcales desempeñaba allí un papel decisivo y, en gran medida, similar al que Aramburu expone con crudeza y gran fuerza narrativa en su obra. He vuelto a ver hace unos días, en la tele, la película de Uribe. Y si bien he podido confirmar esa sintonía, la experiencia ha sido frustrante: el tiempo no ha tratado bien a una obra cinematográfica que ha perdido frescura, verosimilitud interpretativa e interés artístico. Sigue siendo, eso sí, una visión valiente, y el fondo de lo que plantea tal vez haya ganado vigencia como problema soterrado por otras urgencias sociales. Pero la obra artística naufraga. Al malévolo grillo impertinente que de vez en cuando deja oír su cri-cri en los alrededores de mi cuarto de ver y de leer me ha parecido oírle murmurar: «Sic transit gloria mundi. De la hoguera del tiempo nada se salva». «Menos la esperanza», he estado a punto de contestarle. Pero me he quedado perplejo en mitad de la frase, paralizado por una duda mayúscula. Y aquí sigo.
Visiones en voz alta ( 7). Desde que descubrí su existencia, allá por 2013, soy fan de Black Mirror, a mi entender la mejor serie de ciencia-ficción anticipatoria, y con un claro sesgo distópico, que hoy pueda verse en las pantallas personales. Centrada de forma monotemática en los efectos que las nuevas TIC y sus usos sociales puedan tener en un futuro más o menos inmediato, la serie destaca por la originalidad de sus argumentos, un buen pulso narrativo en el desarrollo de los guiones, el rigor científico y técnico de sus puntos de vista y, de forma muy visible, el planteamiento crítico, incluso levemente apocalíptico (!), con que se dibuja el futuro cercano, tal vez de mañana mismo. Incluso ya hoy. He visto con gran interés, y en varios casos más de una vez, los trece capítulos de sus tres temporadas. En líneas generales, coincido con las consideraciones y el orden de preferencias que establece este artículo de El país —sirve, además, de cómodo índice—, aunque variaría la posición asignada a algunos títulos. En todo caso, cualquiera de los tres o cuatro primeros es válido para comprobar hasta qué punto es una serie diferente y digna de atención. Y ya que esto se escribe en FaceBook, anotaré que un capítulo que no debería perderse ningún usuario más o menos compulsivo de las Redes Sociales —y no se engañen: lo somos o estamos en trance de serlo casi todos— es el titulado Caída en picado (primer relato de la tercera temporada). Lo conocí antes de desembarcar en FB y su historia de la Red concebida como un permanente y cruel concurso de méritos, con la mirada y la opinión ajenas convertidas en sucedáneos sustitutivos de la conciencia propia, me pareció algo hiperbólico. Hoy, tras un trimestre como usuario activo del juguete creado por Zuckerberg, pienso con franqueza que el episodio está a punto de quedarse corto en sus divertidos, dramáticos, incluso espeluznantes y, sobre todo, muy reconocibles vaticinios.
Visiones en voz alta ( 8). El deslumbrante arranque de la tercera temporada de Fargo, la teleserie que recrea con fidelidad estética y libertad imaginativa la blanca atmósfera de la película de los Cohen, es una prueba de la madurez que han alcanzado las formas narrativas nacidas en la televisión. De momento no está claro cuál es el papel de este poderoso prólogo, de inspiración kafkiana, en la historia policial que nos ha empezado a contar la nueva temporada. Pero, junto con la envolvente y bellísima banda sonora, ya ha predispuesto nuestro ánimo —y la voluntad completa del amante de intensidades visuales que llevamos dentro— para que podamos confiar en tener asegurados, durante las próximas semanas, unos cuantos minutos de felicidad. Visiones en voz alta( 9). Ordenando las estanterías, a veces surge todo un mundo oculto en una caja. Y con ella, un minicorto o clip, mínimo, acaso soñador, interrupto. Helo aquí. https://www.facebook.com/alfredoj.ramos.9843/videos/203993223452406/
Visiones en voz alta ( 10). En la sala de cine de La Posada comento la película Déjame salir, una mezcla de thriller y comedia con una pocas, pero intensas, gotas de terror. Y con el problema del racismo y sus máscaras como telón de fondo. Una opción muy adecuada para combatir el calor durante un par de horas... dentro de un cine.