
Lo siente en la piel; sabe cuando está frío, cálido, calmado.
El oído le dice si está tranquilo o furioso.
Por el gusto sabe que dependiendo del grado de salinidad es más o menos sabroso.
El olfato le trae a la memoria el olor y el sabor de ciertos alimentos.
Sólo se me ocurre hacerle entender que puede ser como cuando recogió en sus brazos a su hijo recién nacido. Aquella sensación de plenitud, de encantamiento, de agradecimiento.
El color de tonos cambiantes, que inundan el alma y la hacen ensancharse cuando se ve un amanecer o una puesta de sol sobre el mar, se iguala a los sonidos que le llegan de ese cuerpecillo indefenso y querido que ahora depende de él y que sin verle tendrá que saber interpretar con una gama de sensaciones únicas.
Texto: María Fuencisla López López