Revista Libros
“Viviendo en el final de los tiempos” del filósofo esloveno Slavoj Zizek no es un libro para leer cinco minutos antes de dormirse o para llevarse a la playa. Es un libro arduo, pero aquí y allá tiene perlas que te hacen reflexionar y, hay que reconocerlo, deprimirte, porque efectivamente estamos viviendo en el final de los tiempos.
Intentar presentar las tesis de Zizek de una manera ordenada es poco menos que imposible. Hay veces que da la impresión de que es la perorata de un hombre muy inteligente y muy culto con dos copas de más, que se ha puesto a hablar en un bar de pueblo ante unos parroquianos que le escuchan fascinados. Habla y habla arrastrado por el entusiasmo que le provocan sus propias ideas, sin tener muy claro de adónde quiere llegar, pero eso poco importa. Así pues, más que presentar las ideas del libro de una manera estructurada, me limitaré a comentar algunas de las que me llamaron más la atención:
+ “… es más fácil imaginar una catástrofe total, que acabe con toda la vida en la Tierra, que imaginar un cambio real en las relaciones capitalistas; como si, incluso después de un cataclismo global, de alguna manera el capitalismo siguiera adelante (…) comparar la reacción a la crisis financiera de septiembre de 2008 con la Conferencia de Copenhague de 2009 [se refiere a la Conferencia sobre Cambio Climático que fue un fiasco] salvar al planeta del calentamiento global (alternativamente, salvar a los pacientes de sida, salvar a los que carecen de dinero para costosos tratamientos y operaciones, salvar a los niños que mueren de hambre, etc) todo esto puede esperar un poco, pero la llamada “¡salvar los bancos!” es un imperativo que no admite condiciones y que exige y recibe una acción inmediata. El pánico fue absoluto, se estableció inmediatamente una unidad transnacional, no partidista; todas las rencillas entre los líderes mundiales se olvidaron momentáneamente para evitar “la” catástrofe. Nos podemos preocupar todo lo que queramos sobre las realidades globales, pero el Capital es lo que es lo Real de nuestras vidas.”
Zizek ve el capitalismo como un elemento dominado por una lógica interna que le lleva a expandirse y autorreproducirse. No existe una oscura conspiración del Club Bilderberg promoviéndolo. Los ricos banqueros son tan peones del sistema capitalismo como los obreros de las fábricas. El sistema posee su propia coherencia, carece de ética y nos envuelve a todos.
+ No es posible un capitalismo ético. Simplemente la ética no está en los genes del capitalismo. Como me dijo una vez un economista que trabajaba para una institución internacional: al capitalismo se la sudan la justicia y la felicidad (él utilizó términos más comedidos, pero creo que los míos se captan lo suficientemente bien); su objetivo es producir y eso lo hace muy bien.
Zizek comenta el caso de los suicidios en la factoría china donde se montaban los iPads de Apple. La reacción de la compañía fue obligar a los trabajadores a que firmaran contratos prometiendo no matarse, a que informaran sobre los compañeros que les parecieran deprimidos, a que fuera al psiquiatra si sentían que empeoraba su salud mental… La mayor ética que puede alcanzar el capitalismo es preocuparse del bienestar psíquico de sus trabajadores esencialmente porque son recursos productivos y mala publicidad si se te suicidan demasiados. Lo que no puede es cambiar las condiciones de explotación que producen sus desmoronamientos psíquicos.
+ Tampoco cree en los intentos de crear un capitalismo ecológico y se muestra muy crítico con las ideas de Paul Hawken de añadir a las ecuaciones habituales el capital natural (recursos naturales) y el capital humano (trabajo, inteligencia, cultura y organización). La idea es introducir nuevas formas de contabilidad que tengan en cuenta esos dos tipos de capital en lugar de ocuparse sólo del capital financiero y del capital manufacturado.
Zizek cree que el planteamiento está equivocado porque “introduce el nuevo contenido ecológico dentro de la vieja forma capitalista, de manera que en vez de superar la mercantilización, se extiende ad absurdum hasta que todo, desde el aire que respiramos a nuestras capacidades humanas se convierte en una mercancía.” Zizek cree que eso no resuelve el problema de base: para el capitalismo “la realidad continuará funcionando como un telón de fondo indiferente, y por ello en última instancia prescindible, cuyo papel es servir a la consecución de beneficios.”
+ La economía se ha impuesto como la ideología hegemónica. Funciona como funcionaba la teología católica en la España de Felipe II. Es el aire que nos envuelve y del que no somos conscientes de tan asumido que lo tenemos. Esto se trasluce en muchos sectores: en educación, cada vez se habla menos de cultura humanista y más de preparar a los estudiantes para el mercado laboral, o sea que la enseñanza ya no consiste en formar personas, sino en producir trabajadores; las elecciones adquieren los rasgos de una campaña de marketing, donde varios partidos ofrecen sus productos; se privatizan funciones que deberían ser competencias estatales exclusivas como las prisiones, la seguridad o hasta la defensa (piénsese en la presencia de compañías de mercenarios junto al Ejército de EEUU durante la ocupación de Iraq); incluso las relaciones amorosas sufren el impacto de la ideología de mercado: la búsqueda de pareja se aborda por medio de agencias matrimoniales con la seriedad con la que se buscaría un socio comercial y en el proceso uno se vende en el mercado matrimonial como vendería un detergente.
Lo interesante es que la economía se vende como la esfera de la no-ideología. Uno puede discutir si el aborto es bueno o malo. No se discute si el crecimiento económico es bueno. Lo es per se y punto. No nos damos cuenta de que lo afirmamos y creemos con la misma certeza con la que un español del Siglo XVI aseveraba el dogma de la Santísima Trinidad. En ambos casos se trata de una ideología absorbida hasta tan punto que hemos dejado de cuestionarla. Nos parece tan evidente como que el sol sale por el este.
Y para terminar, una de las últimas frases del libro, que resume muy bien dónde nos encontramos: “Actualmente no sabemos qué tenemos que hacer, pero tenemos que actuar ahora, porque las consecuencias de la inactividad podrían ser catastróficas.” Mi único comentario es: ¿y ahora nos lo dices? Tenías que habérnoslo dicho en 2000, cuando aún estábamos a tiempo, aunque conociéndonos tampoco creo que hubiera servido para mucho.