![Vivir en un borrador Vivir en un borrador](https://m1.paperblog.com/i/643/6431804/vivir-un-borrador-L-dNJtnT.jpeg)
Ya he hablado mil veces de que ya nadie escribe cartas pero enviamos y recibimos cientos, miles de mensajes ya sea en tweets, mensajes de texto o correos electrónicos. Nada de todo eso tiene la más mínima elaboración, (la mayoría de las veces) y los enviamos sin pensarlo, sin revisar, sin reflexionar que quizás, si lo pensáramos más, si le diéramos un par de vueltas más, si lo reposáramos estaría mejor, sería más exacto, más concreto, reflejaría mejor lo que queremos o no queremos decir. Lo mismo nos ocurre con las fotografías, mil millones de fotografías porque total, son gratis, no importan, ahí se quedan, guardadas en el teléfono hasta que este te dice que ya no caben más borradores más, que todos esos ensayos ocupan demasiado espacio. Nada de esto puede corregirse después, mejorarse, matizarse.
El problema de vivir en un mundo que es un primer borrador de todo es que no hay espacio para la mejora, la corrección o, peor aún, el cambio de idea. Lanzas un tuit, mandas un mensaje de texto, te haces una foto y queda grabado como las tablas de la Ley. Lo has hecho sin pensar pero la sociedad se lo toma como una verdad absoluta que has pronunciado en un determinado momento y que jamás podrás cambiar. Podrás intentarlo pero esos mensajes, esas fotos, incluso esos titulares de noticias que salieron sin pensar, forzados por la prisa en la que vivimos, volverán a ti como un boomerang.
Nuestros primeros borradores son, además, replicables. Antes, cuando escribías en un cuaderno o en servilletas o en folios sueltos, nada de eso podía llegar a mucha gente porque se necesitaba una fotocopiadora, sellos. Dar publicidad y difusión a un primer borrador exigía una trabajera que casi nadie estaba dispuesto a hacer. Con la era del copia/pega y el reenviar, los borradores además de definitivos se han convertido en algo que puede compartirse hasta el infinito, multiplicando tu error, tu tontería, tu acto espontáneo tonto o tu arranque pasional en algo completamente fuera de control, que escapa de tus manos como jamás pudo hacerlo un cuaderno, una carta garabateada en un arranque pasional o una foto disfrazada de Carmen Miranda con frutas de plástico pinchadas en la cabeza.
La espontaneidad es una cualidad muy valiosa que hace la vida más animada, más sorprendente pero que, como todo en la vida, hay que manejar con cuidado. Un exceso de espontaneidad conduce a la dejadez, al desprecio al detalle o a la exactitud. ¡Qué más da que esto que digo sea una majadería si soy espontánea y chupi! Pues no, Mari Carmen, la línea que separa el ser espontáneo de ser bobo es finísima. Hace cincuenta años o veinte, tu exceso de espontaneidad no tenía consecuencias y, con suerte, solo te hacia pasar por ser un ser pizpireto y gracioso, pero ahora conviene frenar esos arranques, pensar si estás siendo espontáneo o simplemente dejado y pararte un segundo a reflexionar si dentro de dos días, tres semanas, seis meses o dos años esa espontaneidad verborreica que vas a dejar por escrito te va a hacer sonreír o querer convertirte en ermitaño en Los Monegros.
Es complicado salir del mundo borrador. Hay que pararse, comprar un cuaderno, escribir sin control ni medida y luego releerse, corregirse, exigirse, desechar. Es complicado no caer en la tentación de hacer mil fotos innecesarios, estúpidas, absurdas. Es difícil no pulsar el micrófono y grabar un audio que envías casi sin pensar y que podría llegar a dar la vuelta al mundo si eres tan espontáneo como para llegar a ser estúpido.
Desechemos el primer borrador de todo. Apaguemos el primer impulso, reservemos la espontaneidad para la distancia corta (si es que algún día vuelve) y volvamos a escribir una primera versión de todo que solo sea para nosotros.