Revista Cine

Vivir sin parar: una carrera perdida.

Publicado el 11 noviembre 2014 por Maresssss @cineyear
Publicado en opinamos / por Sergio A. T. / el 11 noviembre, 2014 a las 3:06 pm /

Dentro del mundo del cine y del género dramático en particular, existe una temática que puede, y de hecho lo ha hecho a lo largo de la historia, entregar las historias más bellas e inolvidables que podamos recordar. Me refiero a los argumentos que giran en torno a la vejez. A mi memoria vienen títulos tan imborrables como ‘El último’ de Murnau, ‘Umberto D‘ de Sica, o la maravillosa ‘Una historia verdadera‘ de David Lynch, aunque los ejemplos sobresalientes son muchos más. Es cierto que dicha temática puede ser abordada desde casi cualquier género y de las maneras más dispares, ahondando en cuestiones de la vida y la muerte con las que todos nos identificamos independientemente de la edad que tengamos, pues a todos nos atañe y nos espera la cuestión del paso del tiempo.

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Pues bien, en esta ocasión hablamos de la cinta alemana ‘Vivir sin parar’. Una historia que tiene como protagonista a un matrimonio viviendo el día a día del crepúsculo de sus vidas. Él es Paul Averhoff, y este nombre hace tiempo que cayó en el olvido pese a un pasado glorioso como atleta en los tiempos grises y difíciles de la posguerra. La carrera del matrimonio ahora es otra, y esta se topa con un entorno nuevo al que tendrán que amoldarse: un asilo. Hasta aquí contaré a modo de sinopsis. La película funciona a caballo entre la melancolía y la nostalgia atrapando al espectador durante el planteamiento de la trama, pero, en ocasiones, un buen planteamiento puede acabar en tragedia cinematográfica ante todo pronóstico. En mi opinión, ‘Vivir sin parar‘ es un claro ejemplo de ello.

Porque sin entrar a valorar cuestiones argumentativas varias, y a pesar del buen hacer de sus actores protagonistas, se puede decir que a medida que el metraje avanza hacia el final parece que a la historia le empieza a faltar aire; quizás un comienzo demasiado confiado, con un ritmo plausible, conlleve una fatiga por sobredosis de azúcar en el último tramo. Y dejando ya las metáforas atléticas a un lado para no parecer de algún medio amarillista, la cosa es bien simple. El director y guionista Kilian Riedhof coge esa buena primera mitad para comenzar a pisar todos los charcos y tópicos propios de las películas más hollywoodiensemente edulcoradas, con atisbos de telefilm de las cinco de la tarde.

Al finalizar uno solo puede sentir pena, incluso rabia (solo rabia de cinéfilo, nada grave), pues ‘Vivir sin parar’ podría haber sido algo más que una película que pretende satisfacer tanto al espectador medio que pierde toda su magia en un final moribundo, donde la historia ya es un cadáver cinematográfico rumbo del cementerio de las películas que muy pronto olvidaré para siempre.

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