Revista Cocina
Hacía tiempo que íbamos a la caza y captura de un “hueco” algo más grande que un puente, de unos billetes a buen precio y de una buena oferta de alojamiento, para volver una vez más a Roma. Las tres condiciones anteriores se cumplían, pero no a la vez, y nuestras intenciones viajeras quedaban relegadas a segundo plano o sustituidas por otros destinos. Era mi condición, si repetíamos de nuevo Roma como destino debíamos incluir una escapada a Nápoles y de ahí a Pompeya, de lo contrario continuaríamos esperando ocasión.
Y continuábamos esperando.
Una mañana del pasado agosto en la que andaba inmersa con los preparativos de nuestro Safari a Botswana, un email de la compañía aérea low-cost por excelencia, con las últimas ofertas, llega a mi buzón de correo.
La mayoría de las veces este tipo de email va directamente a la papelera, pero Marte debía estar alineado con Venus y no sólo lo abrí, sino que busqué ya-imagináis-qué, y encima encontré unos billetes irresistibles para el acueducto de Diciembre.
El alojamiento lo tenía más que elegido, sólo faltaba cruzar los dedos y que para esas fechas no disparara los precios. Y es que en Roma, el mismo hotel, dependiendo de la época, te lo puedes encontrar con el precio cuadriplicado. Pero Marte seguía alineado con Venus y encontré unos precios aceptables para el tipo de hotel y para su ubicación, otras de mis premisas.
Y ahí me tenéis, una calurosa mañana de agosto, entre repelentes de mosquitos, pasaportes, protectores solares y las bolsas de viaje con nuestra ropa de safari, cerrando y perfilando mi escapada viajera de invierno.
Y como quien no quiere la cosa, el verano queda atrás, llega el otoño y ya casi a las puertas del invierno me encuentro terminando mi libro fotográfico del Safari a Botswana y preparando nuestro pequeño equipaje: Volvemos a Roma y Descubrimos Nápoles.
Cinco días y cuatro noches y un plan de viaje bien marcado para Nápoles y Pompeya, donde pasamos las dos noches centrales de la escapada, y un plan de viaje en blanco para Roma, donde pasaríamos la primera y la última noche.
Nápoles, en un principio, la veíamos como base para dirigirnos a Pompeya, pero da algo más de sí y los dos días que le habíamos asignado se quedaron escuetos y dieron para hacer una visita de un día a Pompeya y a recorrer el centro antiguo de Nápoles.
Pompeya, si os van las “piedras” como a mí, requiere un día completo. En breve publicaré Nápoles Express y Visita a Pompeya, la crónica dedicada a este destino con todos los detalles sobre cómo llegar, entradas, etc.
Ahora me queda pendiente volver a Nápoles para visitar sus castillos, salir más allá del caos de su casco histórico y porqué no, visitar también las cercanas ruinas de Herculano, acercarme a Sorrento y recorrer la bella costa Amalfitana, y ya puestos, volver a Capri. Como véis, me he dejado mucho en el tintero.
Desde Roma se puede llegar fácilmente a Nápoles en tren. Los trenes rápidos son frecuentes y muy cómodos. Se pueden coger en la Estación de Termini, en Roma, y en apenas una hora y sin paradas, te dejan en la Estación Central de Nápoles. Los billetes no me parecieron caros, sobre todo si los comparo con lo que me cuesta ir desde Valencia a Madrid o a Barcelona en tren, y se pueden comprar, vía internet, con dos meses de antelación a través de TrenItalia.
A Pompeya desde Nápoles hay mucha frecuencia de trenes. En este caso la línea es la Circumvesuviana y la estación se encuentra en la planta inferior de la Estación Central de Nápoles. No hay pérdida, todo está bien indicado.
Y para Roma, como he dicho antes, nuestro plan de viaje estaba en blanco. Sólo llevaba unas cuantas recomendaciones gastronómicas, más que oportunidades de comer y cenar iba a tener allí, pero así podríamos elegir dependiendo de donde nos encontráramos.
En Roma queríamos vagabundear. Visitarlo todo y no visitar nada en especial. Volver a reencontrarnos con el Coliseo, imaginar una vez más el ajetreo que hace unos miles de años habría en el Mercado de Trajano y ver atardecer desde el Foro Romano.
Perdernos por las calles romanas y cruzar una y otra vez por delante del Panteón, de camino a la Piazza Navona o al Campo di Fiori, también para tomar el mejor capuccino de mi vida en el Caffé Sant Eustacchio. Una o dos de tantas, volver a entrar al Panteón y maravillarnos con su cúpula, cómo si fuera la primera vez.
Cruzar el Tíber, il Tevere, y callejear el Trastevere arriba y abajo, ahora tan de moda. Acercarnos a la Basilíca de San Pedro, que a pesar de su grandiosidad sigue sin causar en mí la fascinación que produce a otros, pero siempre que voy a Roma acabo visitando su plaza, quizás por que cerca de allí se encuentra el Castillo de Sant'Angelo y la imagen de los ángeles del puente del mismo nombre con el castillo como fondo, me encanta, además, las vistas del Tíber que se obtienen desde ese puente, esas sí que son asombrosas.
Estos paseos por Roma os los cuento con más detalles en Roma, siempre eterna, la próxima crónica dedicada a esta bella ciudad.
Bon Voyage!