La lluvia en Galicia también es noticia. O al menos aquí, en este maravilloso "micro-clima" morracense del que tanto presumimos. Porque, a veces, hasta la meteorología estival falla y ninguna privilegiada ubicación planetaria nos libra de ese rezongar de los cielos más propio del mes de abril. No quisiera aferrarme a los típicos argumentos de que la semana pasada estaba en chancletas, caminando bajo un sol amodorrante, y hoy he tenido que desempolvar mis botines, que yacían olvidados, como el arpa de Bécquer, en un ángulo muerto de mi habitación. Tampoco diré que es por miedo a perder el bronceado, ya que lo mío es un amarillo tipo "Simpson" que permanece constante todo el año. Creo que me incomodidad se debió, más bien, a una cuestión de agilidad con el paraguas. Siempre cuesta reconocer las torpezas de uno y esta Trilby que les habla es muy poco mañosa con estos artilugios impermeables. Cuando no los olvido, directamente me niego a portarlos y darles un paseo. Pero por caprichosos azares, esta mañana sí tenía tal predisposición. Y no entiendo todavía si fue por falta de costumbre o por incompetencia innata, pero por la calle íbamos como pegándonos con los dichosos alambres. En la sucesión de encontronazos probé a capear las embestidas, ¡pero no hubo manera! Aquello parecía una justa medieval y bastante desequilibrada: nada tenía que hacer mi diminuto paraguas -plegable hasta la última varilla- contra los formatos tipo sombrilla. Y así, esquivando charcos, abuelas con pocos reflejos y niños con Katiuska dispuestos a chapotear en los márgenes de las aceras, tuve ganas de rendirme y dejarme mojar, como cuando éramos niños y el posible resfriado era sólo una preocupación de los mayores...
Pero lo cierto es que este tránsito de pensamientos y torrentes, paraguas y más paraguas cruzándose y clavándose, es parte del sortilegio natural de la tierra. Y que una Feria del Libro que se estrena sin lluvia, tampoco tiene encanto. Y que Xosé Carlos Caneiro, al pronunciar con semejante vehemencia su pregón inaugural, despertase los vientos y las lluvias de todos los puntos cardinales también tiene su "aquel", casi místico. Con todo, creo que hoy sentí que volvía a casa por primera vez en mucho tiempo. Que regresaba, de aquella forma tan singular que T. S. Eliot rezaba en sus palabras: "Recorrer muchas carreteras/ volver a casa/ y verlo todo como si fuera la primera vez". Fue como si nunca antes hubiese contemplado ese maravilloso espectáculo del agua borbotando desde las nubes para morir a mis pies, para ahogarse, un poco más allá, en el mar de la Ría de Vigo y alimentar su calado con la belleza del cielo azul.