“Y mira desde aquí,
se parecen a ti.
Dime, ¿desde allí
todos también se parecen a mí?“
Nueva reconversió, ahora en “esbilla literaria popular” para la aparición de la muy sobresaliente y muy influyente novela de George V. Higgings Los amigos de Eddie Coyle, primorosamente editada por Libros del Asteroide, tal es su costumbre, que la rescata del olvido y refresca su edición española lejana ya la de Noguer en el 73 (titulada aquella El chivato). La estremecedora adaptación cinematográfica dirigida por Peter Yates ya pasó por aquí (The friends of Eddie Coyle) y la versión completa del texto sobre la novela lo podéis encontrar en Cinearchivo: http://www.cinearchivo.com/site/fichaLibro.asp?IdRubText=6373
“«El crimen hace iguales a todos los contaminados por el». Esta cita al poeta latino Marco Anneo Lucano que cierra Los amigos de Eddie Coylesintetiza su discurso con claridad inequívoca. Todos sus personajes, los traficantes de armas, los policías, los chivatos, los asesinos a sueldo, los atracadores, sus amantes, los mafiosos, los muchachos revolucionarios… todos los que orbitan alrededor del crimen resultan indistinguibles. Todos se sirven unos de otros, todos ejercen el mal de forma cotidiana, sin noción de su propia maldad, sin intención de hacer daño a otros y sin importarles si se lo hacen. Son cosas que pasan, es el oficio. En el mundo de Eddie Coyle el ser humano es un instrumento para lograr algo. Algo fútil, que se desvanece al instante para correr turno hacia el siguiente objetivo. «Las cosas cambian todos los días» dice un personaje en los párrafos finales de la novela. «Pero apenas se nota» le contesta otro. «Eso, sí. Apenas». Una lógica implacable, irónica, sutilmente satírica, que aleja al libro del mero testimonio inmediato de psicologías, tipologías y maneras de actuar dentro del submundo criminal bostoniano. Los amigos de Eddie Coyle está escrito de forma elaboradísima, decantado a su esencia, superando, de forma sofisticada, la apariencia de documento instantáneo realista. Es una superación del realismo mediante la estilización literaria, es hiperrealismo. Tan auténtico que alcanza una verdad de orden superior.(…)” continuar
“(…)Pero su estilo es muy distinto: minimalista, elíptico, una rara combinación de abstracción y cruda verdad. Tan membrudo, tan moderno, que leído hoy permanece igual de estilizado, de adictivo, de sorprendente, de auténtico.
El rasgo más definitorio y llamativo de Los amigos de Eddie Coyle es su carácter de novela dialogada. Higgins quita todo lo de alrededor, minimiza las descripciones, escuetas pero exactas, especialmente las geográfica, hasta el punto de convertir Boston en un elemento capital de al atmósfera y del relato. Por esta vía aparecen los herederos, a los cuales, paradójicamente conocimos antes que al padre y que ya nos son familiares, con lo cual la novela presenta el aliciente, añadido, de asombrarse con la manera el la cual sus ajustadísimas ciento noventa y tres páginas ejercen su influjo hasta hoy mismo. Su carácter de fresco urbano, la ejemplar ecuanimidad moral con la cual retrata a sus personajes, no resulta difícil de detectar en eso que Dennis Lehane llama en el prólogo el «American noir». No es casual que sea un autor como Lehane el convocado para escribir la introducción tampoco es casual que fuese, en su momento, partícipe de esa gran novela americana televisada que fue The Wire, ejemplo perfecto, en todos los sentidos, de los caminos más estimulantes de la nueva novela negra en USA. Higgings está en The Wire. Está en David Simon como creador que todo lo aprendió ejerciendo de periodista en Baltimore y está en otro excelente novelista como George Pellecanos, guionista y productor del serial de HBO. En ellos están los personajes, sus conflictos cotidianos, los estratos de la ciudad, la caracterización al detalle, esa autenticidad que ya he nombrado tanto. Está la idea, también, de sobreponerse a la narración criminal, a la investigación, dejando esta como un fondo sobre el cual actúan unos personajes de clase obrera peleando una batalla que no podrán ganar, como mucho pueden sobrevivirla. Así el crimen es el lugar del conflicto pero no es exactamente el conflicto. Algo que ya estaba en Ed McBain y que está en Los amigos de Eddie Coyle, título antológico, de despiadada ironía, por cierto.
Pero me estaba refiriendo al diálogo, esa ”música de callejón” por usar el título en español de una reciente novela de Pellecanos, en la cual suena, inconfundible, el tono familiar de las calles de Boston (Lehane), Washington (Pellecanos) o Baltimore (Simon). Una poesía áspera, hecha de circunloquios, digresiones y chascarrillos, bravuconería, agresión e inseguridad. Pulida hasta hacerla tan literaria que no parece literatura, una característica que la acerca mucho (bueno, más bien al revés) a la métrica y la rítmica particular de David Mamet. Un proceso elaboradísimo de transfiguración de lo alambicado en imagen de espontaneidad. También es fácil escuchar a Quentin Tarantino, claro, está otro reivindicador del presente autor como antes lo fue de Edward Bunker, aunque quizás la influencia del primero le venga dada por la persona interpuesta de Elmore Leonard, un reconocido fan y heredero en ciertos aspectos., Al igual que Higgings, aunque con una óptica más colorista y ligera, siempre ha privilegiado el personaje y el ambiente sobre la trama, por lo común anecdótica y mero soporte para elaborar una abigarrada galería de personajes inolvidable, tal y como aquellos que nos presenta Eddie Coyle en este libro, al fin y al cabo un retablo costumbrista con la excusa de una historia de criminales contrarreloj.•”
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