Revista Cultura y Ocio

Vuelta al lugar donde se hicieron las preguntas (III)

Por Agora
Vuelta al lugar donde se hicieron las preguntas (III)

Con esta tercera entrega concluye la retrospección sobre los orígenes románticos

del arte moderno, y se analiza desde la perspectiva filosófica el peligro de banalización

del arte en la época actual.

CITA CON SCHELLING Y HEIDEGGER

Las consideraciones que hemos expuesto en las entregas anteriores querían hacer ver que, por una parte, la Modernidad, desde el Romanticismo, asume la manera y la evolución de los estilos artísticos (ahora en plural), quintaesenciada en las vanguardias, como una revolución constante de la sensibilidad, de las formas, y, sobre todo en el siglo XX, del lenguaje. Lo que ocurre es que, en el olvido de que el lenguaje técnico va unido a la idea, se expone la Modernidad a la banalización de la evolución de sus procesos y estilos formales. La crítica al propio progreso artístico será un asunto central de la Modernidad, forjadora de sus propios mitos y de su crítica.

La consideración del arte como lenguaje (que culminará en las vanguardias del XX) acarrea su necesidad de continua renovación formal, pero también la heterogeneidad y dispersión de las artes, descontextualizadas respecto a un sentido global de arte tanto como de un proyecto de época.

La autonomía se entenderá como autonomía de cada arte y como variedad de lenguajes o maneras que, formalmente, no guardan un estilo común. No se puede ya decir de ningún estilo o manera que represente la Modernidad surgida del proyecto romántico. como se decía de David: que era expresión del estilo neoclásico. ¿Qué artista representa en su manera el romanticismo? Hay casi tantos romanticismos como creadores. Con razón dirá Baudelaire que el romanticismo es una “manera de sentir”.


Ahora, quiero referirme a un aspecto político, general, que hila con las reflexiones últimas del libro de SchellingLa relación del arte con la naturaleza.

El arte debe únicamente su nacimiento a una viva conmoción de los poderes más profundos del alma, que llamamos entusiasmo”. Schelling, con esta frase, no se refiere solo al entusiasmo del artista creador, del genio -a pesar de la divinización del genio que se le adjudica al filósofo de Jena- sino más del espíritu de época, del medio social en que el arte cobra sentido. “No es a las fuerzas individuales a las que hay que tributar este honor, es al espíritu que se desarrolla en la sociedad entera.... Hace falta un entusiasmo general por lo sublime y lo bello, como el que, en tiempo de los Médicis, hizo manifestarse a tantos genios a la vez”.

Y desde esa nostalgia, Schelling apunta a una conexión concreta, revolucionaria, entre arte y política, incluso a una configuración política determinada, que sirve de ejemplo: la república ateniense. Aunque pronto su énfasis revolucionario lo atempera con una alternativa conservadora, que delata su escisión (y la de gran parte del romanticismo y la modernidad) entre lo ideal y lo conciliador, y una ligera nota cínica.

“El arte -dice Schelling- necesita una constitución política semejante a la que nos presenta Pericles en su elogio de Atenas, o aquella en que el reinado paternal y dulce de un príncipe esclarecido nos conserva...”

El discurso de Schelling (recogido en el libro que comento) fue pronunciado el 12 de octubre de 1807, en la Academia de Ciencias de Munich, con motivo de la onomástica del rey de Baviera. Un acontecimiento social que encumbró al filósofo, y al que pudo asistir, con emoción y orgullo, su mujer, Carolina, que se había ya divorciado de Augusto W. Schlegel, y que moriría solo dos años más tarde.

Reinvindica Schelling, además del favorable apoyo político, la libertad del artista y la autonomía del arte respecto a los poderes. “El arte y la ciencia no pueden moverse más que en torno a su propio eje. El artista...sigue la ley que Dios y la Naturaleza ha grabado en su corazón, y no conoce otra. Nadie puede ayudarle; debe encontrar ayuda en sí mismo.

Así diría en un poema Hölderlin, su compañero de Tübingen: Cuando te fallen los maestros, pídele consejos a la naturaleza.

El artísta tampoco encuentra más que en sí mismo su compensación. Por tanto, “nadie debe ordenarle ni trazarle la ruta a seguir”.

Termino haciendo constar, por un lado, en el romanticismo, esta llamada a la libertad y autonomía del arte, y por otra lado, su deseo de implicar el arte en los “destinos del género humano”, como dice Schelling.

El arte tiene, pues, un sentido de vanguardia, una misión de contagiar entusiasmo, por lo sublime y lo bello, y de algún modo necesita del Estado para su realización progresiva de formación humana.

En el primer Romanticismo, heredero de la Ilustración, pese a las contradicciones que conlleva y a las crisis que anuncia, hay un proyecto que da sentido al arte como tarea de perfeccionamiento de las capacidades individuales y de hacer aparecer los destinos de una época: capacidad anticipatoria que no deja de ser inquietante cuando se entienda el arte como expresión nacional.

Quizá lo más valioso, creemos, del diálogo moderno con la reflexión iniciada por Friedrich Schlegel y continuada por Schelling sea el mantener despierta hoy la pregunta por el sentido del arte en la era de la técnica. A pesar de lo difícil y a menudo esotérico de su reflexión, hemos acudido a una obra de Heidegger (La pregunta por la técnica) para reencontrarnos con algunas de las intuiciones de aquellos autores románticos.

Heidegger (en esa conferencia donde se encuentran sus últimas reflexiones sobre la técnica) parte del peligro oculto de que la técnica haga ocultar la realidad. “En medio del peligro que, en la época de la técnica, más bien se oculta que se muestra”, el peligro de que la técnica (y en un sentido amplio, tecné abarca a la filosofía como búsqueda de la verdad, y al propio arte) ya no haga salir, brotar lo que nos salva.

Como fondo de esta reflexión hay que recordar los dos versos de Hölderlin: “Donde hay peligro/ crece lo que nos salva”.

Quiero hacer una lectura no teológica ni mesiánica de este esfuerzo del pensar de Heidegger. ¿Podríamos mantener aún la esperanza en el sentido final de nuestras construcciones, de nuestras producciones: de nuestras inquietudes en torno a la “aletheia”, en fin: en el sentido del arte?

Si volvemos a enraizar, diría Heidegger, la técnica, el arte, el pensar con el habitar, sí.

Pero, para ello, debemos tener conciencia primero de la penuria de nuestro habitar, cada vez más estrechado de suelo vital. Cuando el hombre constata la falta de suelo vital en que mora (su alienación respecto a lo que Heidegger llama Cuaternidad - el cielo, la tierra, los dioses ausentes y la comunidad humana, la historia) deja de sentir la penuria; de lo contrario, su olvido, su confinamiento unidimensional le convierte en el ser más miserable; en un mortal alienado, no consciente de la posibilidad abierta a su esencia de mortal: la posibilidad de estar abierto a los cuatro puntos de la rosa de los vientos, al cuidado de aquella Cuaternidad que le pertenece, y donde encuentra sentido todo “hacer” del hombre.

El arte, desde el proyecto ilustrado, y en Schiller, en Jena y el romanticismo de Schelling y Nietzsche, emprendió un proyecto de liberación del hombre. Como hemos visto, con distintos matices, se continúa en estos autores citados. Pero, en el camino, se fue perdiendo, no la seguridad o el sentido en dicho proyecto, sino la certeza sobre el propio arte (arte mercancía, arte como lenguaje en sí o de otra cosa (símbolo), arte fagocitado por el continuum de la técnica en un producir desatado y convertido en reinterpretación sonámbula de sus gestos formales).

Este artículo concluye constantando la afinidad profunda entre las dos orillas de la Modernidad, la iniciada con el proyecto romántico, basado a su vez en el ilustrado, y la orilla del siglo XXI en que vivimos. Volvemos con la mirada al lugar aquel de donde se iniciaron las preguntas, y nos damos, si acaso, cuenta que, en el intervalo de más de dos siglos de Modernidad, sólo hemos alcanzado una cosa: recordar que ya un día, como en el cuadro de Friedrich, estuvimos de frente al negro océano, sin retirar la vista. Una fotografía de ese aparecer único del que somos hoy, una fotografía en blanco negro, es el romanticismo. ¿Documento -diría Foucault- próximo a borrarse en la arena del mar?

BIBLIOGRAFÍA:

      • Simón Marchán Fiz: La estética en la cultura moderna. (Alianza Forma, Madrid 2000)

      • K. Paul Liessmann: Filosofía del arte moderno. (Herder, Barcelona 2006)

      • Friedrich Schelling: La relación del arte con la naturaleza. (Sarpe, 1985, Madrid.)

      • J.L. Villacañas: La quiebra de la razón ilustrada: Idealismo y romanticismo.

Cincel, Madrid, 1988

      • Martín Heidegger: La pregunta por la técnica. (Ediciones Folio, Barcelona 2007)

      • F. Hölderlin: Poesía. (Libros Río Nuevo, edición bilingüe, Barcelona)

Por Fulgencio Martínez


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