NINGÚN ESTADO BRASILEÑO CONMEMORA la Independencia de Brasil con tanto entusiasmo como Bahía. Las diferencias comienzan por el calendario. El festivo Siete de Septiembre, marcado en otras regiones por los desfiles militares y escolares en los que el pueblo raramente comparece, es ignorado por la mayoría de los baianos. La verdadera fiesta acontece el día 2 de julio, fecha de la expulsión de las tropas portuguesas de Salvador en 1823. Y sólo pierde en grandiosidad comparado con el Carnaval. Antes del amanecer, miles de personas salen a las calles para participar de los festejos. El desfile comienza a las nueve con el izado de banderas frente al panteón de la Independencia, en el barrio de Lapinha, y sigue por las estrechas cuestas de la ciudad en dirección a la plaza de Campo Grande, donde sólo llega al final de la tarde.
En todo el recorrido, los habitantes engalanan sus casas, extienden cintas sobre las calles y reúnen a los amigos para celebrarlo. Las alegorías mezclan elementos de fiesta cívica, carnaval y sincretismo religioso. La carroza principal muestra al Caboclo, símbolo del sentimiento nativo, matando una serpiente, representación de la tiranía portuguesa en 1822. "Todos los años el Caboclo aparece con nuevos aderezos incorporados del candomblé, como collares y pulseras", cuenta Consuelo Pondé, expresidente del Instituto Geográfico e Histórico de Bahía, entidad responsable de la organización del desfile junto con la alcaldía y el gobierno del Estado. "Es una prueba de que la Independencia continúa viva en el corazón del pueblo baiano".
Los baianos tienen buenos motivos para celebrarlo. Fueron ellos los brasileños que más lucharon y más sufrieron por la Independencia. La guerra contra los portugueses en Bahía duró un año y cinco meses, movilizó a más de 16 mil personas sólo en el lado brasileño y costó centenares de vidas. También fue allí donde el Brasil independiente corrió el riesgo más serio de fragmentarse. Después de la expulsión de las tropas del general Jorge de Avilez de Rio de Janeiro, en febrero de 1822, la metrópoli portuguesa decidió concentrar en Salvador todos sus esfuerzos militares. El objetivo era dividir Brasil. Las regiones Sur y Sudeste quedarían bajo el control del príncipe regente don Pedro. El Norte y el Nordeste permanecerían portugueses. Aún más, la metrópoli alimentaba la esperanza de que, una vez dominada Bahía, sus tropas podrían atacar eventualmente Rio de Janeiro y desde allí recuperar las demás provincias. El coraje y la determinación de los baianos impidieros que eso pasara. "La resistencia baiana decidió la unidad nacional", afirma el historiador Tobias Monteiro.
En 1822, Bahía era un punto estratégico crucial para la consolidación del naciente Imperio Brasileño. Tercera provincia más populosa, después de Minas Gerais y Rio de Janeiro, tenía 765 mil habitantes, de los cuales 524 mil eran esclavos. Una de las ciudades más animadas del mundo, Salvador concentraba una importante industria naval, que hasta entonces producía barcos para las diversas regiones del Imperio colonial portugués. Era también un gran centro exportador de azúcar, algodón, tabaco y otros productos agrícolas. Su principal actividad, no obstante, era el tráfico negrero. El misionero norteamericano Daniel P. Kidder, que visitó la capital baiana algunos años después, quedó impresionado con la cantidad de esclavos en las calles y con el aspecto general de la ciudad, en su interpretación más africana que brasileña:
La ciudad baja no está hecha para causar buena impresión a los visitantes. Los edificios son antiguos, aunque tengan la fachada bonita. Las calles son estrechas, agujereadas y caóticas, congestionadas por porteadores y personas de toda especie. Las alcantarillas sin tratamiento corren en medio de ellas esparciendo un olor repugnante insoportable. Es el segundo mercado comercial de América del Sur. Y todo es cargado en los hombros y cabezas de los esclavos. Son millares de cajas de cajas de azúcar y fardos de algodón. Negros altos y atléticos pueden ser vistos moviéndose en parejas o grupos mayores - de cuatro, seis u ocho personas - con pesadas cargas sostenidas entre ellos. Muchos están dispersos por las calles, echados sobre sus cargas o en el suelo, recordando a una gigantesca serpiente negra enrollada bajo el sol. Cantan y bailan mientras caminan, pero el ritmo es lento y melancólico, como en una marcha fúnebre. Otro grupo está dedicado al transporte de pasajeros, en silletas equipadas con poltronas y almohadas.Al amanecer del 19 de febrero de 1822, los habitantes fueron despertados por el sonido de tiros disparados en la región más alta de la ciudad, próxima a Campo Grande. Era una rebelión de militares brasileños contra una decisión de las cortes de Lisboa. Según las órdenes de Portugal, el brigadier Manuel Pedro de Freitas Guimarães, brasileño y simpatizante de la causa de don Pedro, iba a ser sustituido en el mando de las tropas de Bahia por el general portugués Ignácio Luís Madeira de Melo, nombrado gobernador militar de la provincia.
Nacido en 1775 en la ciudad portuguesa de Chaves, Madeira de Melo era un veterano de las luchas contra el ejército de Napoleón Bonaparte en Portugal y conocía bien Brasil. En años anteriores, mandó unidades militares en Salvador y en Santa Catarina. Semianalfabeto, tenía fama de firme y honesto. Durante la guerra en Bahia, el Imperio brasileño intentaría sobornarlo para que cambiase de bando. Un emisario del ministro José Bonifácio le ofreció una gratificación de cien contos de réis en oro y plata, una fortuna para la época, más el puesto de teniente coronel del ejército brasileño. Aunque era un hombre pobre, Madeira de Melo se negó por fidelidad a la corona portuguesa.
El problema era que, aparentemente, las virtudes del nuevo gobernador militar se limitaban a la honestidad y a la dureza en el trato con los subordinados. Madeira de Melo no tenía sensibilidad ni paciencia para entender la delicada situación política que se estableció en la capital baiana en vísperas de la Independencia. "Es un ignorante, un estúpido", resumió el diputado José Lino Coutinho, hablando sobre su nombramiento ante las cortes el 30 de abril de 1822. Al asumir el cargo, el inflexible Madeira avisó de que no estaba para juegos. A su entender, la única alternativa de Portugal en aquel momento era el uso de la fuerza militar contra los baianos. "Si Su Majestad quiere conservar esta parte de la monarquía, se necesitan más tropas", alertó por carta a don Juan VI. "Brasil, después de haberse sublevado y proclamado su independencia, no puede ser restituido a su antiguo estado sino por medio de la guerra", repetiría en otra carta al rey. Su estilo irritó los ya exaltados ánimos de la población.
En la revuelta del día 18 de febrero, centenares de oficiales, soldados, milicianos y civiles favorables a la Independencia se acantonaron en el fuerte São Pedro, construcción de la época de la colonia que aún hoy alberga una unidad militar en Salvador. Al comienzo de la tarde del día siguiente, un mensajero del general Madeira se presentó en el lugar exigiendo la rendición de los rebeldes. Le cupo al cirujano del Regimiento de Cazadores, Francisco Sabino Alves da Rocha Vieira, dar la respuesta: "¡No nos entregamos!". Sabino era un mulato de ojos claros, buen orador, médico y periodista, dueño de una gran biblioteca y fanático de las ideas de la Revolución Francesa. Había sido acusado de matar a su esposa y "se servía de hombre como si fuera mujer", según un cronista de la época. O sea, era homosexual. En noviembre de 1837, lideraría en el mismo fuerte São Pedro, con el apoyo de los esclavos, una rebelión conocida como la Sabinada, en la que intentó en vano fundar una República Baianense (o Bahiense, dependiendo de la fuente consultada).
Irritado con la respuesta, Madeira de Melo mandó bombardear el cuartel rebelde. Mientras tanto, portugueses y brasileños se enfrentaban en las calles de Salvador. Saqueos, tumultos y altercados se apoderaron de la ciudad. En cuatro días murieron de doscientas a trescientas personas. El enfrentamiento produjo también los dos primeros mártires de la Independencia. Joana Angélica de Jesus, de sesenta años, madre superiora del convento de Lapa, murió atravesada por heridas de bayoneta al defender el claustro - lugar de aislamiento, frecuentado solo por las hermanas internas - contra un grupo de soldados y marineros portugueses borrachos que intentó invadirlo. El otro mártir fue un sacerdote anciano, el capellán Daniel da Silva Lisboa, brutalmente apaleado a culatazos en el mismo lugar.
Sin condiciones de resistir al bombardeo portugués, en la madrugada del 20 de febrero, los brasileños abandonaron el fuerte São Pedro. Usaron cuerdas y sábanas para bajar hasta el foso situado al pie de la muralla. De allí desaparecieron por el denso matorral para huir de Salvador y organizar la resistencia en Recôncavo. Asustados por la violencia, cientos de civiles siguieron el mismo camino, evacuando la ciudad con sus familias y las pertenencias que consiguieron cargar. En pocos días, las villas y haciendas de Recôncavo se transformaron en inmensos campos de refugiados brasileños. El resto de Bahia se adhirió en masa a la Independencia de Brasil formando un cinturón de aislamiento a los portugueses fortificados en Salvador.
El primer pueblo de Recôncavo en pronunciarse fue Vila de Nossa Senhora da Purificação e Santo Amaro, ciudad hoy famosa porque tuvo entre sus habitantes a doña Canô, fallecida en 2012 a los 105 años, madre de Caetano Veloso y Maria Bethânia. El día 14 de junio de 1822, el cabildo de Santo Amaro se reunió para producir un documento memorable. Además de declarar su apoyo a don Pedro, los concejales elaboraron un detallado programa de gobierno para el Brasil independiente. Pedían que el nuevo país organizase un Ejército y una Marina de guerra, un tesoro público y un Tribunal Supremo de Justicia. Proponían también una Junta de Gobierno elegida por el pueblo - novedad extraordinaria en una época en la que el pueblo no era llamado para decidir cosa alguna. Finalmente, defendían la tolerancia religiosa, la creación de una universidad y la atracción de inversores y capitales extranjeros para estimular la industria nacional.
La semana siguiente, el coronel de milicias José Garcia Pacheco de Moura Pimentel e Aragão reunió cien hombres armados en Santo Amaro y marchó para la vecina villa de Cachoeira. Fue recibido con entusiasmo por la población. Nuevos grupos de voluntarios se unieron a su improvisado destacamento militar. La mañana del 25 de junio, el cabildo de Cachoeira reconoció la autoridad del príncipe regente don Pedro. Los habitantes se reunieron para celebrarlo en la actual plaza de la Aclamación, donde fue hecha una lectura del acta de los concejales seguida de un Te Deum en la iglesia mayor. La fiesta, sin embargo, fue interrumpida por tiros disparados desde una cañonera portuguesa apostada en el río Paraguaçu frente a la ciudad. Portugueses atrincherados en sus casas también abrieron fuego contra las personas que se aglomeraban en las calles. Un tiro de cañón rebotó en la columna de una casa colonial y mató a un soldado que tocaba el tambor en medio de la multitud.
El tiroteo continuó durante tres días. La primera noche la cañonera portuguesa lanzó continuas ráfagas de metralla sobre las casas de los brasileños. En la oscuridad era fácil identificarlas porque los habitantes habían colocado linternas encendidas en las ventanas para celebrar la decisión del cabildo. Cuando el día amaneció, la situación se invirtió. Una improvisada flotilla de canoas y pequeños barcos de pesca rodeó a la cañonera por todos lados. A falta de equipamientos más modernos, los brasileños usaban escopetas de caza y un cañón antiquísimo, exhibido hasta entonces como reliquia en la plaza de la ciudad. Sin comida ni municiones, la tarde del día 28 el comandante portugués y sus 26 marineros finalmente se rindieron. Fue la más sencilla, y tal vez la más heroica, de todas las batallas navales de la Independencia brasileña.
Las noticias de los acontecimientos en Bahia repercutieron en todo Brasil. La lluviosa mañana del 21 de mayo los baianos residentes en Rio de Janeiro mandaron celebrar una misa fúnebre en la iglesia de San Francisco de Paula por los muertos de febrero. Don Pedro y la princesa Leopoldina comparecieron con ropa de luto. Tres días después, una comisión de baianos fue al palacio de São Cristóvão para garantizar la fidelidad de la provincia al príncipe regente. Animado por estas demostraciones de apoyo, el día 15 de junio, don Pedro intentó repetir contra el general Madeira de Melo le exitosa bravata que escenificara contra el general Avilez en la semana del Día de la Permanencia. En una carta real ordenó "como príncipe regente de este Reino, del cual juré ser Defensor Perpetuo, (que) embarquéis para Portugal con la tropa que de allí tan incivilmente fue mandada". Madeira de Melo no lo tuvo en cuenta. En vez de acatar las órdenes del príncipe, fortificó la capital baiana, decretó la ley marcial y permaneció esperando los refuerzos prometidos por Portugal.
Del lado brasileño, después de la euforia de los momentos iniciales tuvo lugar la preocupación. A pesar del entusiasmo de las decisiones tomadas en Santo Amaro, Cachoeira y ciudades vecinas, al Ejército brasileño le faltaban recursos y organización. Los soldados iban descalzos, hambrientos y con los sueldos atrasados. Muchos morían de tifus y paludismo, fiebres endémicas en Recôncavo. Faltaban médicos, enfermeros, medicinas y hospitales. Las armas eran fabricadas de forma improvisada por los propios oficiales y soldados. En las trincheras encharcadas por la lluvia, los combatientes eran atacados por un gusano llamado bicho-de-pé (bicho del pie) - "no sólo en los pies, sino en todo el cuerpo", según un testigo.
Intentando poner algún orden en el caos, el día 6 de julio las autoridades de Recôncavo decidieron crear una Comisión Administrativa de la Caja Militar, después sustituida por una entidad de nombre más pomposo: Consejo Superior Interino de Gobierno. Su objetivo era recaudar y fiscalizar la aplicación de fondos, reclutar voluntarios y organizar la distribución de "municiones de boca y de guerra necesarias para la prosecución de la campaña", según los términos del acta de la reunión. El mando de las operaciones fue entregado provisionalmente al teniente coronel Felisberto Gomes Caldeira, primo y protegido del general Felisberto Caldeira Brant Pontes de Oliveira e Horta, representante de Brasil en Londres y futuro marqués de Barbacena. Batallones de voluntarios fueron reclutados a toda prisa entre agricultores pobres, esclavos y criollos plantadores de caña, tabaco y mandioca. El más famoso fue bautizado "Voluntarios del Príncipe", pero se hizo conocido entre los baianos como "Batallón de los Periquitos", por el color verde usado en el cuello de los uniformes. La tarea definitiva de organizar ese ejército irregular, indisciplinado y carente de todo cabría a un oficial extranjero, el general francés Pierre Labatut.
Labatut partió de Rio de Janeiro hacia Bahia el día 14 de julio de 1822 con una pequeña flota bajo el mando del jefe de División Rodrigo Antônio de Lamare. Llevaba mosquetes, cañones, pólvora y 274 oficiales. De Lamare tenía órdenes para desembarcar al general francés en Recôncavo y entregar las armas y municiones a las fuerzas brasileñas. Después, debería bloquear la entrada de la bahía de Todos los Santos para evitar que Madeira de Melo recibiese refuerzos de Portugal. La misión, sin embargo, resultó un fracaso. Al aproximarse a Salvador, la flota brasileña fue interceptada por seis navíos de guerra lusitanos. Durante tres días, las dos escuadras navegaron en rumbos paralelos, hasta que De Lamare, sin ánimo para entrar en combate, decidió cambiar de planes y seguir para Maceió.
Desembarcados en el litoral alagoano, Labatut y sus oficiales siguieron hasta Recife, donde reclutaron más hombres, y sólo entonces marcharon hacia Bahia en un penoso viaje de casi tres meses. Para los portugueses de Salvador fue un alivio. Apenas la flota de De Lamare desapareció en el horizonte, el navío Calypso, trayendo setecientos soldados de Lisboa, entró en el puerto sin ser molestado. El día 30 de octubre, llegaron ocho navíos más con un total de 1.200 soldados, protegidos por la nao Dom João VI, de 74 cañones, uno de los mayores barcos de guerra lusitanos. "El viaje fue una experiencia humillante, que abría perspectivas sombrías para el futuro de Brasil", escribió el historiador inglés Brian Vale sobre la fracasada incursión de De Lamare.
Al llegar a Bahia, Labatut estableció su cuartel general en la localidad de Engenho Novo y dio un ultimátum a Madeira de Melo: "General, [...] un tiro de vuestra tropa contra cualquier brasileño será señal de nuestra eterna división, [...] de que nunca más Brasil estará unido a Portugal. [...] Respóndame categóricamente o espéreme, para combatiros". El terco Madeira de Melo obviamente ignoró el mensaje. El francés renovó la amenaza: "General, el cañón y la bayoneta van a decidir la suerte de los tiranos de Brasil, de los crueles opresores de la excelsa capital de los honrados baianos".
Durante diez meses Labatut capitaneó las fuerzas brasileñas, pero el nombramiento de un oficial extranjero para un cargo tan importante causaba desagrado en Bahia. El general hablaba mal la lengua portuguesa e insistía en alistar esclavos en las tropas brasileñas, medida que los dueños de las fábricas de azúcar y aguardiente temían por creer que, una vez armados, los negros se podían volver contra ellos. Rodeado de intrigas por todos lados, Labatut acabaría preso y destituido del mando por sus propios oficiales cinco semanas antes del fin de la guerra. La gloria de entrar en Salvador al frente de las tropas brasileñas el día 2 de julio le cabría a su sustituto, el coronel José Joaquim de Lima e Silva. Era tío del joven Luís Alves de Lima e Silva, futuro duque de Caixas y actual patrón del Ejército brasileño, que también participó de los combates en Bahia como ayudante de teniente en el Batallón del Emperador.
Labatut todavía combatiría bajo los colores del Imperio en las revueltas que siguieron a la Independencia en Ceará y en la Guerra de los Farrapos de Rio Grande do Sul. Promovido a mariscal de campo, murió en 1849, a los 73 años, en Salvador. El nombre Labatut, sin embargo, se perpetuó de forma curiosa en el folclore del sertón nordestino. En el altiplano de Apodi, en el límite entre Ceará y Rio Grande do Norte, es usado todavía hoy para designar un ente mitológico, semejante al hombre lobo y a la caipora en otras regiones del país. Antropófago, el monstruo Labatut tiene el cuerpo cubierto de largos pelos, los pies redondeados y garras afiladas en la punta de sus grandes dedos. En las noches de viento o de luna llena sale por las calles y caminos desiertos a la caza de viajeros solitarios.
Mejor organizados después de la llegada de Labatut los brasileños aún así preferían evitar un enfrentamiento directo con los portugueses. En su lugar, decidieron cercarlos en la capital, impidiendo que recibiesen armas, municiones y, principalmente, alimentos. Con las carreteras de acceso a la rica y fértil región de Recôncavo bloqueadas por tierra, Madeira de Melo sólo podía recibir ayuda por mar. De hecho, esto ocurrió durante algunos meses, pero era una opción cara y arriesgada. Mientras las fuerzas brasileñas crecían en número y entusiasmo, el comandante portugués estaba cada vez más aislado y rehén de la ayuda de Lisboa, situada al otro lado del océano, a casi 10 mil kilómetros de distancia.
En mayo de 1823, también esa ruta de abastecimiento sería cerrada con la entrada en escena del almirante Cochrane y su escuadra de mercenarios y patriotas brasileños. Los precios se dispararon y el hambre asoló la población de Salvador. Una gallina viva, que en Rio de Janeiro era comprada por 880 réis, costaba en Bahia cinco veces más, 4.800 réis. Por el precio de un huevo se compraba una docena en otras regiones. "Nuestras privaciones van creciendo porque no entra en la ciudad ningún género de primera necesidad", se quejó Madeira de Melo al rey don Juan VI.
Por dos veces los portugueses intentaron romper el cerco brasileño. Primero, el día 8 de noviembre de 1822 en la localidad de Pirajá, a diez kilómetros del centro de Salvador. El resultado fue la mayor batalla de esta guerra. El enfrentamiento duró diez horas e implicó a cerca de 10 mil brasileños y portugueses. Entre los combatientes estaba la más famosa heroína de la Independencia. Nacida en Feira de Santana, hija de labradores pobres, Maria Quitéira de Jesus Medeiros tenía treinta años cuando Bahia comenzó a levantarse en armas contra los portugueses. Ante la prohibición de mujeres en los batallones de voluntarios, decidió alistarse a escondidas. Se cortó el pelo, disimuló sus senos, se vistió de hombre y se incorporó a las filas brasileñas como el "soldado Medeiros". Dos semanas después fue descubierta por su padre, que intentó llevarla a la fuerza de vuelta a casa. Los colegas del cuartel, impresionados por la habilidad con que manejaba las armas, solicitaron que se quedase. El oficial comandante estuvo de acuerdo, pero impuso una condición: en vez del uniforme masculino, ella usaría una falda al estilo escocés.
Maria Quitéira participó por lo menos en tres combates y en todos destacó por su bravura. Antes de ser destituido del mando, el general Labatut le otorgó el puesto de primer cadete. Su sustituto, el coronel Lima e Silva le dispensó un homenaje público describiendo sus hazañas. "Exhibió acciones de gran heroísmo, avanzando, en una de ellas por dentro de un río, con el agua hasta el pecho, hacia una barca que batía reñidamente a nuestras tropas", señaló. La mayor gloria, sin embargo, le sobrevendría el día 20 de agosto de 1823, cuando Maria Quitéira fue recibida en Rio de Janeiro por el emperador Pedro I y condecorada con la Ordem do Cruzeiro. La inglesa Maria Graham, que la conoció en la ocasión, la describió como "viva, de inteligencia clara y percepción aguda". Y añadió: "Nada se observa de masculino en sus modos, antes los posee gentiles y amables". De vuelta a Bahia, Maria Quitéira se casó con un antiguo novio, el agricultor Gabriel Pereira de Brito, con quien tuvo una hija. Murió en Salvador a los 61 años.
La Batalla de Pirajá también dio origen a un mito. Es la historia del corneta Luís Lopes. Según el relato del historiador Tobias Monteiro, a cierta altura del enfrentamiento los brasileños estaban en gran desventaja, corriendo el riesgo de ser masacrados por los portugueses. Creyendo que la batalla estaba perdida, el mayor José de Barros Falcão de Lacerda había ordenado a Luís Lopes el toque de retirada. Por error, sin embargo, el corneta hizo exactamente lo contrario e invirtió el toque a "¡caballería, avanzar y decapitar!". Obviamente, no había ningún regimiento de caballería listo para entrar en acción, pero el toque asustó a los portugueses, que huyeron desordenadamente, dando la victoria al Ejército brasileño. La hazaña, demasiado buena para ser verdad, nunca fue comprobada.
Una segunda tentativa de romper el cerco brasileño ocurrió la mañana del 7 de enero de 1823. Fue un tenaz ataque a la isla de Itaparica, comandado por el propio jefe de la Armada portuguesa, el almirante João Félix Pereira de Campos, recién llegado de Lisboa. De una sola vez, los portugueses lanzaron cuarenta barcas, dos fragatas de guerra y lanchas cañoneras contra la fortaleza de San Lorenzo y el poblado de Itaparica. Botes repletos de soldados y marineros intentaron desembarcar bajo la protección de los navíos. Fue la batalla del todo o nada. Una eventual conquista de la isla habría abierto una brecha en la línea de defensa brasileña alrededor de la bahía de Todos os Santos. Los baianos resistieron valientemente y alcanzaron la victoria después de tres días de combate. Las bajas del bando portugués fueron graves, cerca de quinientos muertos.
El día 2 de julio de 1823 amaneció radiante en Salvador. El mar estaba sereno, había sol y cielo azul. Al despertar, los habitantes supieron que los portugueses se habían ido de madrugada. El fracaso en los embates de Pirajá e Itaparica sellaron el destino de Portugal en Brasil. Trescientos años después de la llegada de Pedro Álvares Cabral a Porto Seguro, la escuadra lusitana singlaba los mismos mares de vuelta a casa. Dejaba atrás una colonia que en tres siglos se enriqueció y prosperó hasta el punto de volverse un país independiente. A pesar de la prisa del embarque, Madeira de Melo no dejó atrás a nadie - ningún soldado, ningún herido o enfermo. Al partir, llevaba entre 10 y 12 mil personas. Curiosamente, era un número próximo al total de pasajeros que había cruzado el Atlántico rumbo a Salvador quince años antes con la familia real portuguesa. Allí también, al llegar en 1808, el príncipe regente don Juan decretó la apertura de los puertos iniciando el proceso irreversible de separación entre Brasil y Portugal.
Los primeros soldados brasileños entraron en la ciudad aún de mañana. Ni de lejos recordaban a un ejército victorioso. Eran "hombres descalzos y casi desnudos, mostrando en la miseria de sus andrajos la grandeza de sus sacrificios", según la descripción del historiador Ignacio Accioli de Cerqueira e Silva. Fueron recibidos con fiesta por los habitantes. Y con fiesta todavía son recordados todos los años el día 2 de julio.
Bahia decidió el futuro de Brasil en su forma actual, pero la fiesta del Dos de Julio es hoy prácticamente desconocida por los brasileños de las otras regiones. Al contrario que el Carnaval, y a pesar de reunir también a miles de personas, raramente es noticia en periódicos y emisoras de radio y televisión fuera de Bahia. No obstante, un visitante desavisado que llegase a la capital baiana en esa fecha notaría tras desembarcar una nota disonante: el aeropuerto de Salvador, que hace algunos años se llamaba Dos de Julio, cambió de nombre. Ahora se llama Deputado Luís Eduardo Magalhães, en homenaje al político baiano fallecido en 1998. Es una prueba de que el jefe político de la actualidad será siempre más recordado que todas las luchas gloriosas del pasado.
Laurentino Gomes