Revista Opinión

XV. 1822: La Confederación.

Publicado el 29 enero 2018 por Flybird @Juancorbibar

EXISTE UN DRAMA HISTÓRICO EN LA geografía del Nordeste brasileño. Doscientos años atrás, Pernambuco era una de las provincias más grandes de Brasil. Con 278 mil kilómetros cuadrados, su territorio era del tamaño de Rio Grande do Sul y un poco inferior al de Maranhão. La franja litoral comenzaba en los peñascos de la desembocadura del rio São Francisco, que hoy delimita Sergipe y Alagoas, y se prolongaba hasta Paraíba. En el interior, los dominios pernambucanos avanzaban por el sertón hasta la actual frontera entre Bahia, Minas Gerais y Goiás, a menos de doscientos kilómetros de Brasilia, formando el dibujo de una calabaza - o jerimum, para los nordestinos -, larga y delgada. Incluía, entre otras ciudades importantes, Barreiras, hoy un municipio baiano y uno de los mayores productores de soja del país. Esta geografía se alteró de forma brusca a comienzos del siglo XIX. En menos de una década, Pernambuco perdió dos tercios de su extensión original, quedando reducido a una parcela de tierra de 98.311 kilómetros cuadrados, del tamaño de la pequeña Santa Catarina e inferior a Ceará y a Piauí. Entre 1817 y 1824, la provincia fue sistemáticamente recortada, despedazada, castrada y expoliada en su territorio por razones políticas.

El régimen de adelgazamiento forzoso en sus dominios fue el precio que Pernambuco pagó por las guerras y revoluciones que lideró en ese periodo. A lo largo de la historia, otros varios estados y provincias tuvieron cambios en su territorio. Paraná fue parte de São Paulo hasta 1853, año en que consiguió su autonomía. Mato Grosso fue dividido a mediados de 1977. Once años después fue el turno de que Goiás perdiera su mitad norte, transformada en el actual estado de Tocantins. En todos estos casos, sin embargo, los cambios obedecieron a criterios prácticos, con el objetivo de facilitar la administración de las nuevas regiones, hasta entonces distantes y mal atendidas por sus antiguas capitales. Pernambuco es el único caso de división territorial como castigo por la rebeldía. Ninguna región brasileña promovió tantas revoluciones de consecuencias tan drásticas.

El primer recorte aconteció después de la revolución de 1817, cuando los pernambucanos se sublevaron contra el rey don Juan VI y proclamaron una república independiente. Derrotados, perdieron Alagoas, transformada en provincia autónoma. El segundo ocurrió siete años después, como resultado de la Confederación del Ecuador, rebelión también de tendencia separatista y republicana. Esta vez, la amputación fue bastante mayor: por decisión del emperador Pedro I, Pernambuco perdió su antigua Comarca de São Francisco, que correspondía al 60% de su territorio, transferida "provisionalmente" a Minas Gerais. Tres años más tarde, la comarca sería incorporada, también "provisionalmente" a Bahia, donde permanece hasta hoy. "La mutilación obedeció sólo a motivos políticos, al deseo de evitar que llegasen hasta Minas Gerais los inquietos revolucionarios", afirmó el periodista e historiador pernambucano Barbosa Lima Sobrinho, autor de un estudio sobre el asunto.

La proclamación de la Confederación del Ecuador, en 1824, fue consecuencia directa de la disolución de la Constituyente. Como mostró el capítulo anterior, diferentes visiones de Brasil se confrontaron en la asamblea convocada en 1822 por don Pedro. Una de ellas era la de los federalistas. Este grupo albergaba tanto a republicanos como a monárquicos constitucionalistas y se concentraba en Pernambuco, hasta entonces la provincia que más desconfianzas alimentaba respecto de las intenciones del emperador en la conducción de los asuntos brasileños. Las reclamaciones eran antiguas. Una de las razones de la Revolución de 1817 habían sido las tasas e impuestos cobrados para sostener la corte de don Juan VI en Rio de Janeiro. Nada menos que el 32% de la recaudación total de la provincia fue transferida a la corte en 1816. Con la Independencia, muchos pernambucanos temían la posibilidad de sustituir la opresión de la metrópoli portuguesa por la tiranía de un gobierno en el Sudeste del país.

Los federalistas defendían que el Brasil independiente se constituyese en una asociación de provincias más o menos autónomas. Cada una tendría su propio presidente, parlamento, fuerzas armadas, presupuesto, tesoro, entre otras prerrogativas. Sería, por tanto, un país más parecido al actual, en que los estados, organizados en una federación, eligen los gobernadores y diputados encargados de hacer las leyes en las asambleas legislativas, poseen magistrados y jueces locales, cobran impuestos y administran el presupuesto, además de controlar sus propias policías militares. José Bonifácio, al contrario, quería un gobierno monárquico y fuerte centralizado en Rio de Janeiro, con la excusa de que eso evitaría el riesgo de fragmentación territorial.

A causa de estas divergencias, Pernambuco se adhirió con mucha reticencia a la causa de don Pedro en 1822. La condición era que el emperador mantuviese la promesa de convocar la Constituyente y aceptar sus decisiones. Los argumentos de los federalistas se basaban en una sutileza según la cual Brasil se hacía independiente de Portugal, pero todavía no constituido como imperio. Esta segunda etapa dependía de un "pacto social" a ser celebrado en la Constituyente. Sería en la asamblea donde los brasileños de las diferentes regiones definirían la forma ideal de gobierno para el nuevo país. "Sin representación nacional, sin cortes soberanas que [...] formen nuestra Constitución, no hay imperio", afirmaba el padre carmelita Joaquim do Amor Divino Caneca, líder de los federalistas pernambucanos, más conocido como fray Caneca. "Bajo esta condición es como aclamamos a Su Majestad".

Fray Caneca formó parte de una de las generaciones más revolucionarias de la historia brasileña. Nacido en Recife en 1779 - diez años antes de la Revolución Francesa y tres después de la Independencia norteamericana -, se ordenó sacerdote en 1801. Después de su ordenación, cambió el apellido Silva Rabelo por Amor Divino y añadió Caneca porque era hijo de un portugués tonelero (artesano especializado en la fabricación de toneles, barriles, vasijas y utensilios domésticos como palanganas, platos y tazas). Estudió en el famoso Seminario de Olinda, uno de los pocos centros intelectuales del Brasil colonia donde se podían discutir las ideas que llegaban de Europa y Estados Unidos. Recibió clases de geometría, retórica y filosofía racional y moral. Los poemas que escribió sugieren que, a pesar del voto de castidad, estuvo enamorado de una mujer llamada Marília, con quien aparentemente tuvo hijos. Después de participar en la fracasada Revolución de 1817, estuvo preso en Bahia, quedando libre en 1821 por decisión de las cortes de Lisboa.

En opinión de fray Caneca, en 1824 Brasil tenía todas las condiciones para formar un estado republicano y federativo. No lo era hasta ese momento sólo porque los brasileños habían confiado en el juramento de don Pedro de respetar la Constituyente. La disolución de la asamblea, además de confirmar las sospechas respecto de la índole autoritaria del emperador, significaba que el acuerdo había sido roto. Por tanto, cada provincia podría seguir el camino que le pareciese más adecuado. "Está disuelto el pacto, y Brasil seguirá su destino a través de la más sangrienta guerra", bramaba fray Caneca. "¡De Rio [de Janeiro], nada, nada; no queremos nada!". Era una parodia de la carta en la que don Pedro decía a su padre don Juan VI no querer nada de Portugal. Cipriano Barata, diputado baiano en las cortes portuguesas, que huyó a Inglaterra y se refugió en Recife al regresar a Brasil, afirmaba que Pernambuco no bajaría la cabeza ante los actos de fuerza del emperador porque "el pueblo está atento y no es bruto como el de Bahia".

La historia de la Confederación del Ecuador muestra que las divergencias de opiniones en la época de la Independencia no eran sólo una cuestión de preferencias, como en un duelo entre aficiones de fútbol. Resultaban de un violento choque de intereses implicando poder, dinero y prestigio. Hasta finales del siglo XVIII, la clase dirigente pernambucana estaba dominada por los dueños de fábricas, productores de azúcar y dueños de vastas porciones de tierras fértiles en la Zona da Mata sur. Componían lo que el historiador Evaldo Cabral de Mello llamó la "azucarocracia" y tenían sus intereses profundamente enraizados en la metrópoli portuguesa, que compraba y revendía su producto en régimen de monopolio. Las décadas siguientes, sin embargo, surgió una nueva clase de ricos y prósperos productores y comerciantes. Estaba ligada a la producción del algodón, concentrados en la Zona da Mata norte, parte de la pradera y del sertón. Como mostró el capítulo 3, este grupo ya no dependía tanto de la metrópoli porque vendía su producción a las modernas fábricas de la Revolución Industrial inglesa, equipadas con telares mecánicos movidos a vapor. La intermediación de Portugal en este caso no interesaba a los productores brasileños ni a los compradores ingleses, porque sólo encarecía y dificultaba las relaciones comerciales entre las dos partes.

Los reflejos de esto en la política fueron inevitables. Mientras que los fabricantes de la Zona da Mata sur eran conservadores y tradicionalistas, más fieles a la corona portuguesa y a su extensión en Rio de Janeiro tras la mudanza de la familia real, los nuevos productores de algodón de la Zona da Mata norte se mostraban permeables a las ideas revolucionarias que llevaron a la quiebra a los antiguos intereses y monopolios. El conflicto se extendió a las provincias vecinas - Paraíba, Rio Grande do Norte y Ceará - en las que la producción algodonera se había vuelto igualmente significativa. Fueron estos diferentes perfiles económicos los que se enfrentaron en la Revolución de 1817 y nuevamente en la Confederación del Ecuador. "Nuestro periodo revolucionario fue un movimiento establecido en la subregión algodonera y en el núcleo urbano y comercial de Recife", apuntó Evaldo Cabral de Mello.

La primera junta de gobierno de Pernambuco, después de la convocatoria de las cortes portuguesas, estaba presidida por Gervásio Pires Ferreira, rico comerciante de Recife y veterano de la Revolución de 1817, también castigado con prisión en Bahia. Apoyado por los grades productores y exportadores de algodón, Gervásio intentó en los primeros meses reafirmar la autonomía de Pernambuco, manteniendo una posición equidistante entre Lisboa y Rio de Janeiro. Felicitó a don Pedro por el Día de la Permanencia, mientras enviaba un oficio a las cortes portuguesas declarándose separado del príncipe regente. A comienzos de agosto de 1822, mandó una delegación a Rio de Janeiro con un mensaje en el que reiteraba tímidas "protestas de obediencia". Terminada la audiencia, don Pedro apareció en las ventanas del Palacio Imperial y gritó a la multitud reunida en la plaza: "¡Pernambuco es nuestro!". Lo era, pero no mucho. La adhesión formal sólo sería el 26 de agosto. Aún así, Gervásio rechazó obedecer las órdenes del ministro de Hacienda para que las reservas de pau-brasil fuesen a partir de entonces enviadas a Rio de Janeiro con el objeto de ayudar a amortizar la deuda del Banco de Brasil.

Gervásio cayó en octubre, sustituido por la "Junta dos Matutos", compuesta por los señores de la "azucarocracia". Ésta, sí, apoyó a don Pedro de forma decidida ante la promesa de que el gobierno imperial no aboliría la esclavitud y protegería sus propiedades en caso de ser atacadas "por gentes de color". Aún así, la política en la provincia se mantuvo inestable en los meses siguientes. La noticia de la disolución de la Constituyente fue la gota que colmó el vaso. Al llegar a Recife a mediados de noviembre de 1823, puso fin a la tibia luna de miel entre los pernambucanos y don Pedro I. En diciembre, el "Gran Consejo" - colegio electoral compuesto por hacendados, comerciantes, jueces, curas e intelectuales - se reunió en la catedral de Olinda y sustituyó la ya debilitada "Junta dos Matutos" por otra, presidida por Manuel de Carvalho Paes de Andrade.

Hijo de un funcionario público portugués, Paes de Andrade era un rico comerciante y hacendado. Tenía lazos con la masonería tanto como fray Caneca, Cipriano Barata y otros muchos revolucionarios pernambucanos. Tras la derrota de 1817, se refugió en los Estados Unidos, cuyas ideas políticas lo cautivaron de tal manera que bautizó a sus tres hijas con los nombres de una ciudad y dos estados norteamericanos: Filadelfia, Carolina y Pensilvania. En contrapartida, detestaba a los portugueses. "La perfidia y la crueldad son las dos notas que distinguen a los portugueses de los otros pueblos de Europa", escribió en abril de 1824. "Barbarie y amor a la esclavitud fue lo que les correspondió en herencia".

La elección de Paes de Andrade colocó a los pernambucanos en enfrentamiento directo con el emperador, que el día 25 de noviembre del mismo año había nombrado otro presidente para la provincia, Francisco Paes Barreto, futuro marqués de Recife, dueño de fábricas en la Zona da Mata sur. Nuevamente reunido el 8 de enero, el "Gran Consejo" se rebeló contra el nombramiento y mantuvo a Paes de Andrade en el cargo. Exigió también que don Pedro cancelase la disolución de la Constituyente y llamase de nuevo a todos los diputados elegidos, incluyendo al grupo que había sido detenido y deportado después de la "Noche de la Agonía". El emperador todavía intentó una reconciliación sustituyendo a Paes Barreto por el minero José Carlos Mayrink da Silva Ferrão, hermano de Marília de Dirceu, la musa inspiradora del poeta y desleal Tomás Antônio Gonzaga. A esas alturas, sin embargo, los ánimos estaban tan exaltados que el minero rechazó asumir el cargo.

Todo el primer semestre de 1824 fue dedicado a la preparación de la guerra en Pernambuco. Paes de Andrade mandó capturar cuatro fragatas y goletas de la Marina imperial que se encontraban en aguas de la provincia. Una de ellas, la fragata Independência ou Morte, fue rebautizada por Constituição ou Morte. También mandó hacer dos navíos a vapor en Inglaterra y media docena de cañoneras y una corbeta con 38 cañones en los Estados Unidos. Ninguno llegaría a tiempo de defender la Confederación. El gobierno imperial, a su vez, envió a Pernambuco una pequeña flota bajo el mando del capitán John Taylor, el mismo que en julio de 1823 persiguiera a la escuadra portuguesa desde Salvador hasta las inmediaciones de la desembocadura del río Tajo, en Lisboa. Después de bloquear el puerto de Recife durante algunos días, Taylor tuvo que volver a Rio de Janeiro ante los rumores de que Portugal había mandado una poderosa flota con el objetivo de recapturar la capital brasileña.

La Confederación del Ecuador fue oficialmente proclamada el 2 de julio de 1824. Paes de Andrade convocó a las provincias del norte a unirse a Pernambuco en la constitución de un país "análogo al sistema norteamericano" y no siguiendo más el ejemplo de la "encanecida Europa". La frontera de la nueva nación sería la margen izquierda del río São Francisco, de Alagoas hasta Maranhão. En su bandera exhibía un cuadrado con una cruz en el centro y las palabras "religión, independencia, unión, libertad". Las ramas de café y tabaco, que aparecían en la bandera del imperio brasileño, fueron sustituidas por las de caña de azúcar y algodón. Paes de Andrade también envió un representante a los Estados Unidos encargado de defender el reconocimiento de la independencia de la Confederación. El gobierno norteamericano ignoró la petición.

En los documentos del gobierno revolucionario no se menciona la palabra república, régimen que, desde la derrota de 1817, "aún no osaba decir el nombre", según la observación del historiador Evaldo Cabral de Mello. En momento alguno hay referencias a la separación de Brasil. Al contrario, en sus proclamas Paes de Andrade invitaba a las demás provincias a unirse a la causa de los pernambucanos. Era sólo una apariencia. Como las demás regiones permanecían firmes en su apoyo a don Pedro, en la práctica la creación de la Confederación sólo podría llevar a la división del país. Y las simpatías republicanas de los líderes del movimiento, casi todos veteranos de la Revolución de 1817, eran innegables.

La provincia que más apoyó a los pernambucanos en la Confederación del Ecuador fue Ceará. A comienzos de 1824, al saber de la disolución de la Constituyente, las cámaras de Quixeramobim e Icó proclamaron la república y declararon a don Pedro destronado. En abril, el presidente Pedro José da Costa Barros fue destituido por Tristão Gonçalves de Alencar Araripe y José Pereira Filgueiras, héroes de la expulsión de los portugueses en Piauí y Maranhão. Alencar Araripe, que también participó en la Revolución de 1817, escribió a Paes de Andrade en abril de 1824: "Está hecha nuestra íntima unión, tanto de reciprocidad de sentimientos, como de riesgos y peligros".

La reacción de don Pedro I al saber de la proclamación de la Confederación fue inmediata y devastadora. Además de suspender las garantías constitucionales en la provincia, mandó tropas por tierra y mar y amputó el territorio pernambucano retirando de él la Comarca de São Francisco. A medianoche del 28 de agosto, vencido el plazo final para la rendición (el día anterior) los navíos de guerra mandados por el almirante Cochrane comenzaron a bombardear las casas y las iglesias de piedras blancas de la vieja ciudad de Recife, mientras el ejército del brigadier Francisco de Lima e Silva, padre del futuro duque de Caixas, invadía la provincia por el sur. Paes de Andrade incluso intentó sobornar a Cochrane ofreciéndole la suma de cuatrocientos contos de réis, el equivalente a 80 mil libras esterlinas (cerca de 25 millones de reales actualmente), para que cambiase de bando. El almirante, que tenía mucho más dinero que recibir de don Pedro, lo rechazó.

A finales de agosto, el brigadier Lima e Silva hizo una proclama a los revolucionarios:

Malvados, temblad. La espada de la Justicia está a días de cercenaros la cabeza, rendíos o [...] estas bravas tropas que mando entrarán como si fuese por un país enemigo. No esperéis más benevolencia, el modo de vuestro juicio no admite apelación; una comisión militar, de la cual soy presidente, es la que os ha de hacer el proceso y mandaros castigar.

La capital pernambucana fue ocupada el día 12 de septiembre. Paes de Andrade se refugió a bordo de una fragata inglesa. Volvería de Inglaterra, donde permaneció exiliado, después de la abdicación de don Pedro I para retomar una exitosa carrera política en la que sería presidente de la provincia y senador del Imperio. Otro personaje importante de la Confederación, el poeta José da Natividade Saldanha, se asiló en Venezuela y después en Bogotá, hoy capital de Colombia, donde ejerció la abogacía y falleció en 1830. Fray Caneca con lo que quedaba del desharrapado ejército de la Confederación emprendió una larga jornada por el sertón rumbo a Ceará. Fue interceptado y prendido el día 29 de noviembre. Dieciséis confederados fueron condenados a muerte - once en Pernambuco y cinco en Ceará.

La mañana del 13 de enero de 1825, día de la ejecución de fray Caneca, las tropas ocuparon las principales calles y encrucijadas de la vieja ciudad de Recife. El objetivo era impedir cualquier manifestación popular. Caneca dormía profundamente cuando el capellán fue a llamarlo a la celda en la que estaba prisionero. Antes de subir al patíbulo, se le sometió a un ritual humillante de destitución de las órdenes sagradas. Colocado frente a un altar improvisado y bajo la vigilancia de los soldados, que hicieron un círculo en torno a él, fue ornamentado con todas las vestiduras usadas en la celebración de la misa. Inmediatamente, dos sacerdotes fueron retirando uno a uno los paramentos sacerdotales, hasta dejarlo sólo con pantalón y camisa, como un simple civil. Llevado a lo alto del patíbulo, de donde pendía la cuerda de la horca, tres verdugos sucesivamente se negaron a ejecutarlo. Al tener conocimiento, la comisión militar presidida por Francisco Lima e Silva mandó que fuese "arcabuceado" (fusilamiento con tiros de arcabuz) en el muro del fuerte de Cinco Pontas. En cuanto la víctima cayó, la tropa gritó vivas "a Su Majestad Imperial", "a la Constitución" y a la "Independencia de Brasil". Recogido por los carmelitas en un humilde féretro de madera, su cuerpo fue enterrado en una de las catacumbas de la orden.

En 1972, año del Sesquicentenario de la Independencia, cuando los restos mortales de don Pedro I fueron trasladados de Portugal a Brasil, parte del pueblo pernambucano, y estando al frente el Instituto Histórico y Arqueológico, pidió que el barco pasase de largo en Recife. La petición fue rechazada. En plena dictadura militar, protestas de esta naturaleza eran impensables. Los restos del emperador fueron solemnemente venerados en el Palacio Campo das Princesas, como querían los militares, patrocinadores del traslado. Todavía hoy, sin embargo, persiste entre los pernambucanos la sensación de que, por lo menos en ese pedazo de Brasil, no había motivos para rendirle homenajes.

Laurentino Gomes


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