Revista Arte
¿Qué buscaremos ya para satisfacer el deseo inconsistente, es decir, ese que ignoramos por qué desear? Porque algo desearemos encontrar que no buscamos, que no sabemos que buscamos, más bien. ¿Qué nos lo puede entonces aclarar? En lo básico, en lo biológicamente secuencial y poderoso, tendremos una subordinación inevitable. Pero, y cuando vayamos avanzando en los deseos, en la sofisticación de los deseos, ¿qué será, entonces, lo que nos subyugue verdaderamente? El conocimiento siempre ha sido venerado como un ejemplo deseado. Es, con él, llegar a saber entonces qué es lo que habrá más allá de lo que vemos. Y, en su inmortal Fausto, escribirá el poeta Goethe: Me he dedicado, entonces, a la magia, a ver si por palabra y poderío del espíritu entiendo algún misterio; a ver si ya no tengo que decir, con amargo sudor, lo que no sé; a ver si a saber llego lo que el mundo contiene reunido en sus entrañas.
Pero, no podrá ahora Fausto más que empeñar su alma en este trance. Si quiere conseguir lo anhelado, lo deseado, lo más deseado, deberá a cambio su palabra. Sin embargo, él deseará antes poder ya comprobarlo. Para ello, tan sólo responderá a la petición de Mefistófeles -el acreedor endiablado- cuando no pueda más su pasión con su deseo. Cuando, a lo largo de las cosas -de los instantes- que le presente aquél ante sus ojos, una sola llegue verdaderamente a doblegar ya todo ese necesitado deseo. Y, entonces, le dirá Fausto: Si llegase a decirle a ese instante: ¡detente, eres tan bello!, podrás entonces ya cargarme de cadenas.
¿Qué cosa podría llegar a reunir todas las características de un momento tan excelso? La belleza de las cosas es cierto que no sólo el Arte las podrá contener. Muchos seres a lo largo de la historia han podido comprobarlo y comprenderlo. Pero, por ejemplo, el conocimiento obligará a seguir avanzando cada vez más en el infinito camino de lo último. Y esto es ya en sí una paradoja en sí mismo. No lo contendrá todo, no podrá hacerlo en un momento. Siempre existirán instantes que, concatenados, justifiquen sólo parte de esa belleza descubierta. No será un instante de Belleza, de única belleza justificada por sí sola, sin otra cosa ni otra explicación anterior o posterior que la sostenga. Porque, ésto último, sólo el Arte es quien lo consigue claramente. Sólo el Arte podrá compendiarlo todo en un momento de belleza. No habrá otra cosa parecida. Con la representación simbólica que ofrece, la Belleza estará así concentrada entre las aristas de una creación que presentará ya todas las consecuencias y todas las causas de un único sentido comprendido.
Y es cuando el Arte se transformará ahora en Mefistófeles. Y todos los espíritus desprevenidos ante la tirana belleza de los otros -los que la crearán distanciados del que mira- sentirán ahora que ese instante faústico es, por fin, ya percibido. Pero, que tan sólo se verá ya ese instante cuando algo muy necesitado nos acucie, cuando esa belleza del momento exceda los sentidos satisfechos. Cuando el ser de pronto se detenga, involuntario, ante la luz poderosa de ese impacto, y ahora, clarividente, admirado y aún más lúcido, consiga salvar la gran distancia -ignorada e ignorante- que medie ya entre su deseo y su gran causa.
El gran compositor francés Charles Gounod (1818-1893) compuso su ópera Fausto en 1859. De ella, el musico español Juan Bautista Pujol (1835-1898) consiguió por entonces interpretar magistralmente su propia inspirada pieza, Fantasía sobre Fausto. Una vez el pianista tocaría su música en el salón de un pintor catalán -Sans Cabot-, y, observado ahora por otros artistas embelesados, llegaría a inspirar ese momento de belleza al gran creador que fuera Mariano Fortuny y Marsal (1838-1874). Este pintará entonces su obra Fantasía sobre Fausto en 1866. Con ella creará el pintor esa atmósfera mágica y ensoñadora que abrazará la realidad con el deseo. Una gran parte de la obra será ese universo indeterminado, ese lugar donde Mefistófeles y Fausto caminarán ahora acompañados de los objetos de su justificación más deseosa -Marta y Margarita-. En otra obra, el pintor español Luis Ricardo Falero (1851-1896) compondrá aquí su alegoría de la visión que alguna vez Fausto tuviera. Todo un atrevimiento ya para la época, donde la fantasía más deseosa será representada aquí por desnudas imágenes femeninas, ahora todas ellas idealizadas de belleza.
(Óleo Fantasía sobre Fausto, 1866, del pintor Mariano Fortuny y Marsal, Museo del Prado; Cuadro del pintor Luis Ricardo Falero, Visión de Fausto, 1880; Lienzo del pintor James Tissot, Fausto y Margarita en el jardín, 1861, Museo de Orsay, París.)
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