Revista Cultura y Ocio

Yedra y olvido en Alles

Publicado el 15 julio 2021 por Aranmb

Las ruinas de San Salvador/San Pedro de Plecín resisten, casi doscientos cincuenta años después de su abandono, sobre el pueblo de Alles, en Peñamellera Alta. Las protegen sirenas, centauros, grifos y el secreto de un crimen

En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruinas, yedra.

(G.A. Bécquer)

Yedra y olvido en Alles
Ruinas de San Salvador / San Pedro de Plecín | www.amargolles.net

Serían el sueño de cualquier poeta romántico. Más allá de la iglesia que hoy, en su detrimento, se levanta sobre el solar de Alles (Peñamellera Alta), las ruinas de San Salvador / San Pedro de Plecín -en adelante, San Pedro de Plecín- resisten orgullosas al abandono y a la dejadez administrativa, que amenaza con convertir en polvo somos, polvo seremos una de las más bellas muestras del Románico asturiano.

Pero el olvido se ha enseñoreado en Plecín. Ya lo dijo Fermín Canella en Asturias : su historia y monumentos, bellezas y recuerdos… (1900):

(De) los restos del viejo templo bizantino de Plecín (…) solo queda bellísima portada, de triples arcos, resguardados por la yedra, luciendo en las capillas caprichosas figuras de hombres y animales, todo de sumo gusto y acreditando lo que debió ser la primitiva y bella construcción, cuyo recinto se destinó posteriormente a cementerio. Dícese que fue fundada por el conde don Luz Vela, y fue suprimida en 1657.

Con un poco de tembleque por corregir al mismísimo Canella, de lo anterior el polígrafo falla en dos cosas: la fecha de supresión, que se ha de atrasar a 1787, y el que haya habido ‘capricho’ en el trazado de las figuras que aún hoy pueden apreciarse sobre los desvencijados canecillos* de Plecín.

Yedra y olvido en Alles
San Pedro de Plecín, a finales del siglo XIX | Asturias : su historia y monumentos, bellezas y recuerdos… (1900)

El principio del fin

En la primera mitad del siglo XVIII, una misteriosa decisión provocó el abandono del antiguo templo de San Pedro de Plecín: el deán Juan de Mier y Vilar, natural del pueblo y a la sazón inquisidor general de México, financió la construcción, más próxima al pueblo pero a apenas medio kilómetro de la iglesia vieja, de un espectacular templo de mármol que González Aguirre, en su Diccionario geográfico y estadístico de Asturias, llega a definir como «El Escorial de Asturias». Su consagración a San Pedro provocó el abandono de la antigua iglesia, cuyo ábside seguía siendo utilizado como camposanto en 1897, cuando González Aguirre atribuye su sustitución a que «estaba en ruinas». Labor futura para el historiador podría ser tratar de explicar por qué, de ser cierto esto, no se optó por reconstruir un templo de tamaño y trayectoria histórica considerable, sino por levantar una iglesia de nueva planta con materiales muy costosos.

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Camino, desde el barrio Llumberu, a la iglesia nueva (1757)| www.amargolles.net

Pero ese es solo el final de la vieja iglesia. Sobre sus orígenes, hablan los estudios de su posible situación sobre los restos de una capilla prerrománica -así es la Historia, como una pirámide trófica: unos tiempos devoran a otros que serán devorados, en un futuro. a su vez-, que habría dado paso a una abadía construida sobre los siglos XI o XII y con advocación, en un primer momento, a San Salvador, lo que la vincula al paso próximo del Camino de Santiago.

Un templo, un crimen, un pueblo

Hoy, los paneles explicativos del templo -también deteriorados en extremo, y con poco afán didáctico, el pan nuestro de cada día en el patrimonio asturiano- narran que el templo fue ampliado en el siglo XIII; el pórtico, construido en el XV y adosada una capilla funeraria en el XVI, siempre de la mano de la familia Vela, que mandaba en el valle desde que, allá por el siglo XI (no es coincidencia que la iglesia fuera construida por estas fechas), sus miembros tuvieran que huir de León tras asesinar al conde García, el último miembro de un linaje con rivalidad atávica hacia los Vela.

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Una de las basas que sostenían el arco del triunfo de acceso al presbiterio| www.amargolles.net

No explican, en cambio, que la monumentalidad del templo podría deberse precisamente a que, además de un lugar de culto, San Salvador, después San Pedro de Plecín, fuera el epicentro de un gran condominio que, bajo el yugo de los vela, hubiera unificado las aldeas del valle alto de Peñamellera, siendo el germen, por tanto, de lo que hoy conocemos como Peñamellera Alta. Si caminan hoy por las ruinas de San Pedro de Plecín comprobarán, por ejemplo, cómo existe a su alrededor un pasillo en forma de L. Si tienen imaginación, se les ocurrirá pensar que este hubiera podido estar cubierto de forma original, por un tejado a un agua. Y esto se explicaría, según se cuenta en La intervención en la arquitectura prerrománica asturiana, de Jorge Hevia y Gema Adán, por su uso «en el desarrollo de la institución concejil y el empleo de estos lugares para la celebración de reuniones».

Ya lo ven. Mucho más que una simple iglesia, eso es San Pedro de Plecín.

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En la portada se conservan cinco canecillos decorados con figuras fantásticas | www.amargolles.net

Sirenas, grifos y centauros, los guardianes del templo

De haberse mantenido en pie, San Pedro de Plecín sería una de las maravillas del arte románico en Asturias. Hay elementos en su estructura que aún lo son. Lo cuenta Pilar García Cuetos: la iglesia de Plecín, en las figuras fantásticas que llenan sus canecillos (hoy se conservan cinco), está vinculada de forma inequívoca al taller de Juan de Piasca, un escultor cántabro que llenó de fantasía, por la misma época, otras iglesias en el norte de Castilla. El mismo lugar de donde procedía la familia Vela, y en donde también aparecen extraños seres que aún hoy, y desde hace nueve siglos, sigue vigilando el templo: sirenas masculinas y grifos.

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Las sirenas de Plecín | www.amargolles.net

Dice García Cuetos:

Vemos dos animales fantásticos afrontados con cabeza humana cubierta con un gorro frigio. Por la foto de detalle de 1918 podemos ver que el de la derecha tiene barba, es un personaje masculino, y el de la derecha no, puede ser femenino. Ambos tienen cuerpo de ave, que vemos de perfil, con dos alas dispuestas hacia atrás (…) Su pecho es redondeado y muy abultado, tienen patas cortas con extremos que podrían ser pezuñas. (…) La cola presenta en su extremo líneas a modo de anillos concéntricos, que remiten a escamas de reptil…

Se trata de sirenas, no bellas como solemos pensarlas hoy, pero igualmente peligrosas y que en el folclore asturiano, como recuerda García Cuetos, tienen una personalidad propia: son las Guaxas, «seres demoniacos que raptan niños para chuparles la sangre».

Y no están solas para proteger la abadía.

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Grifos y centauros de Plecín | www.amargolles.net

Las acompañan grifos y centauros. Los primeros: la fusión entre el león y el águila; fieros seres alados que en Plecín se envuelven en hojas de acanto. Los segundos: cuerpo de caballo, cabeza y tronco de hombre. Luchan con los brazos y marchan sobre sus patas y no es fácil interpretarlos para el escultor que los modela, pero sí para el espectador que los contempla y que siente cómo, en el espacio que divide lo sacro de lo mundano, el interior de la iglesia y el exterior, se le representan, como en las páginas de un cómic, los peligros que aguardan a quien no acceda adentro de la iglesia. En el sentido literal… y, sobre todo, en el figurado.

Visiten lo que hoy queda, aún, por el momento, de San Pedro de Plecín. En los últimos años, las labores de restauración de las ruinas han conseguido afianzar, al menos en parte, los muros del viejo templo. Pero la yedra, como en un ensueño romántico, vuelve a cubrir ya las piedras que, durante siglos, vieron nacer, crecer y morir a los habitantes que se cobijaron bajo sus grifos, y sus sirenas, y sus centauros, único universo fantástico en un tiempo donde lo más duro de la realidad se imponía, a golpes de miseria, epidemia y crimen, sobre los parroquianos de Plecín.

Yedra y olvido en Alles
www.amargolles.net

*Canecillo: Se refiere a la pieza que, en un edificio, soporta (soportaba, en el caso de Plecín) los extremos de una cubierta, o de un dintel, y que en el Románico suele estar decorado con motivos vegetales, humanos, animales o alegóricos.

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