Revista Espiritualidad

Yendo y Viniendo

Por Av3ntura
Nos pasamos la vida andando y desandando caminos, yendo y viniendo de los mismos sitios, haciendo y deshaciendo las mismas cosas.Temiendo a los fantasmas y soñando con la suerte;  jugando con las palabras y tratando de pasar de puntillas sobre los silencios; incomodando a otros y sintiéndonos incómodos; abrazándonos a clavos ardiendo o desesperándonos y tirando la toalla.Como animales de costumbres, a veces resultamos tan previsibles que hasta nosotros nos hastiamos de nosotros mismos. Pero seguimos avanzando y arrastrando con nosotros nuestras rutinas, nuestros vicios y nuestros sacarnos de quicio.Aunque insistimos continuamente en que seguimos siendo las mismas personas, pese al tiempo que transcurre inexorable y nos obliga a discurrir con él sin remedio. Nos cuesta demasiado admitir que cada situación que vivimos, cada problema que superamos o dejamos enquistado, o cada herida nueva que nos parte el alma contribuyen a alejarnos de esa realidad nuestra que creemos tan inquebrantable y nos acaba convirtiendo en personas distintas. Personas que han tenido que adaptarse a nuevas circunstancias, aprender a mirar las mismas cosas desde ángulos distintos y a entender realidades que, sólo unos pocos años atrás, habríamos considerado de lo más incomprensibles.Aunque siempre vayamos y volvamos de los mismos sitios, los paisajes visitados nunca resultan los mismos y los transeúntes que nos encontramos en esos caminos tampoco. Porque, aunque por fuera parezcan las mismas personas, ellos, como nosotros, cada vez son distintos, porque la experiencia nos convierte y les convierte a ellos en otros.
Yendo y Viniendo
Cuando miramos fotografías propias o de otros de hace unas décadas, nos reconocemos y les reconocemos en ellas y no dudamos en afirmar que todos seguimos siendo los mismos. Pero nos equivocamos, porque a las personas que aparecen en esas imágenes, les faltan todas las vivencias de los últimos 10, 20 o 30 años. Sus rostros nada cuentan de las heridas que aún no habían padecido, del desgaste de sus huesos y sus músculos, de las rutinas enquistadas, de las pasiones que aún estaban por aflorar, de las pérdidas irreparables ni de sus huellas de ausencia. Si en las viejas fotografías, a aquellas personas que fuimos les falta el reflejo de todo ese tiempo aún no vivido, no podemos seguir afirmando que seguimos siendo las mismas, porque ahora somos otras. Mejores o peores, con más ganas o con menos ganas de seguir adelante, pero poco tenemos ya que ver con las personas que un día fuimos.A veces no dudamos en insistir en que no queremos saber nada con alguien, porque ya le conocimos en el pasado y nos decepcionó. Decidimos no darle una segunda oportunidad porque parecemos convencidos de que las personas no cambian y de que, si lo hacen, lo hacen siempre a peor. En ocasiones, esa sentencia resulta muy acertada con ciertas personas, porque realmente, se pasan la vida repitiendo una y mil veces su manera tan poco apropiada de interrelacionarse con los demás. Pero muchas otras veces, muchas otras personas, aprenden de sus errores y empiezan a adaptarse mejor a sus nuevas circunstancias, logrando cuanto se proponen sin perjudicar a nadie. Todos nos equivocamos muchas veces, todos podemos perjudicar a otros en ocasiones, aún sin pretenderlo, pero eso no nos convierte necesariamente en personas despreciables. Vivir es atrevernos a movernos en un espacio de continuo aprendizaje en el que las experiencias no siempre nos resultarán agradables. Muchas veces, para llegar a entender lo esencial, hemos tenido que sufrir muchísimo y habernos arriesgado a perder lo que más queríamos en aquel momento.Como en el proverbio árabe que dice que “cuanto más negra es la noche, más cerca está el amanecer”, a veces tenemos que vernos muy al límite, pensar que no podemos más con determinada situación y estar muy a punto de tirar la toalla, para empezar a ver alguna débil luz que nos permita volver a creer en los milagros. Porque ni siquiera lo más terrible es para siempre. Todo tiene su punto de partida y su línea de meta. Todo camino de ida, también lo es de vuelta, pero nunca el viajero que regresa es el mismo que un día decidió partir. Lo que encontramos por los caminos que andamos siempre nos transforma, llevándonos a encontrarnos con alguna parte de nuestra propia realidad que aún no habíamos explorado, o a perdernos en laberintos de nuestra propia mente que nos llevan hacia terrenos que se nos antojan hostiles y aterradores, pero en los que siempre encontraremos nuevas señales que nos indicarán nuevas salidas. Salidas que quizá no habríamos esperado, pero que no tienen por qué resultarnos negativas. El abanico de posibilidades en la forma de vivir nuestra vida puede resultar tan amplio como nos atrevamos a la hora de desplegarlo. Sólo se trata de no dejarnos embaucar por el miedo ni por las viejas convicciones que a veces nos pueden llegar a hacer sentir prisioneros de nuestra propia mente. Nunca renunciemos a seguir conectando con lo que aún desconocemos, si de entrada nos atrae su apariencia o nos alcanza su mensaje y nos convence de que nos puede interesar. El mundo actual es complejo y multifacético. Está repleto de lobos que se mueven como peces en el agua en sus disfraces de inocentes corderos, pero afortunadamente, también está lleno de buenas personas, de estupendos maestros, de grandes sabios, de increíbles científicos, de brillantes artistas, de magníficos escritores, de estupendos médicos que lo son por vocación, de serios abogados no corruptos porque siguen creyendo y defendiendo la verdadera justicia y de personas muy complejas que siguen pareciendo tremendamente sencillas, porque la vida, en realidad, no entraña más complicación que la de saber dejarse llevar por la corriente que nos hace fluir con lo que somos y con lo que hacemos.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749

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