“Yo no quiero un amor civilizado, con velitas y escena en el sofá…” Así empieza una canción del gran Joaquín Sabina y yo empiezo así porque estoy de acuerdo con el flaco de Úbeda, se adapta al dedillo a mi búsqueda perenne del amor eterno, verdadero, inmortal.
Ese amor que nunca muere, que vive a tu lado si todavía perdura la llama del amor y la pasión, si te mira como la primera vez que te vio, la que te dio su corazón a ciegas, la que te ofreció su boca en cálidos besos y hasta su cuerpo, (según convenga) con presente y futuro de eterno noviazgo, donde sus amigas la mangoneen, la aconsejen de que haga una cosa u otra, según convenga, y de que un anillo, o un papel nos declare marido y mujer.
No quiero que vuelvas del mercado con ganas de llorar, quiero que vivas conmigo la magia del amor, día a día, correr por las calles a salvarte la vida, de vivir en tu boca, de pintar a besos las últimas filas del cine, de escondernos en cómplices miradas de alimentar pasiones en secreto, de perdonar secretos en abiertas pasiones, de vencer el dolor en tu cuerpo, para que borres de mi vida el tedio.
Yo no quiero saber por qué hiciste algo que nos separará, no quiero darte eternas explicaciones cuando aparezca otro amor en la vuelta de la esquina, no quiero que nos abandonemos en los momentos más esperanzadores, más pegados a la piel de gallina, más acordes con la superación y el crecimiento del corazón.
Quiero que me quieras sin más razones, quiero un amor irracional, unos labios ardientes en cada beso, unas lágrimas que te busquen en cada estrella, quiero papeles blancos y puros donde escribirte los poemas más hermosos y privados, solo para nosotros, en nuestros momentos de alcoba en soledad.
En fin que quiero quererte… si me dejas.