Aún molo, o eso creo. Porque dos años es poco tiempo para dejar de ser una madre molona. Pero el otro día, una tarde cualquiera en la que daba de cenar a mi hijo, me sobrevino la sensación de que pronto voy a dejar de molar. Yo, que a mis 31 años de juventud me creía una madre moderna, de pronto me encontré con una sensación fría que me recorría la espalda y una certeza: cada día es una cuenta atrás hasta el momento en el que me convierta en una carroza, una madre carca o como quieras tú llamarlo.
La cosa empezó sin más. El peque tenía hamburguesa de espinacas para cenar y me animé a poner un poco de música para hacer algo diferente mientras le cortaba en trocitos la carne. Primero Adele, y después Coldplay, hasta terminar con un tema movido de Rihanna en los que fui enseñándole cuáles eran los instrumentos musicales principales.
Pero al llegar a la guitarra, como nos pasa a todos, me fui animando y acabé cantando y bailando como una rockera de los 80 en la cocina, todo sea para soltarle una sonrisa. Pero no llegaba.Y aquello sí que era raro en un niño que se ríe hasta con una piedra.
Su reacción fue un jarro de agua fría. Se llevó una mano a la frente y agachó la cabeza. Por si había sido un gesto involuntario y sin el significado que me resistía a darle, se lo pregunté directamente, “¿Quieres que me calle?”. “Siiiií”, fue su seria respuesta. Para no hablar con dos años, el tío dio en el clavo.
¿Qué es eso de que ya no molo?
Quizá estaba desafinando o dando más pena de la necesaria con mi actuación, pero aquello, de pronto, desató una tormenta de recuerdos que creía olvidados: la imagen de mis padres, como tantos otros, en la plaza del pueblo, durante las fiestas de verano, dándolo todo como si no hubiera un mañana y como si siguieran siendo lo más. Y yo, como tantos otros hijos, mirando desde lejos abochornados por la imagen.
Aquello me va a pasar a mí también. En algún momento, más tarde o más temprano, voy a engrosar la lista de padres modernos venidos a menos. O, peor aún, perteneceré al grupo de padres y madres que se resisten a que pase su momento y creen seguir en la cresta de la ola. Ay amá.
En algún momento dejaré de molarle a mi hijo. A él y a todos los de su clase. Ya me lo avanzó la hija de unos amigos el verano pasado, cuando le pregunté si quería que le enseñara algún paso de baile y ella me contestó que “el baile ha cambiado mucho desde entonces”. Otro zas en toda la boca que volví a revivir mientras mi mente ataba cabos.
Pero, ¿no se produce ese desencantamiento hacia los padres con la adolescencia o con la preadolescencia? ¿Y esto qué es, un pequeño adelanto de lo que está por venir? Al tenerme como una madre joven me creía libre de esta sensación, o al menos pensaba que tardaría mucho más en hacer acto de aparición.
Quizá le haya dado demasiadas vueltas, pero si hay algo claro es que esto no hay quien lo frene. A seguir molando, que son dos días.