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15 claves que quizá no conozcas sobre "Tres colores"

Publicado el 22 agosto 2013 por Fimin

22 de Agosto del 2013 | etiquetas: Directores en filmin

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Tres colores. Tres películas. Tres actrices francesas. Tres trabajos como tres soles. Una bandera archiconocida. Un guión colosal. Una fotografía de aúpa. Una música de las que vas a recordar toda tu vida. Un director que pide a gritos un altar. Un trabajo titánico. Un pedazo de cine. ¿Seguimos? Después de las lecciones de Krzysztof Kieslowski y de la maravillosa carta de recomendación que le brindó otro monstruo del séptimo arte, nos sumergimos en el mundo azul, blanco y rojo de uno de los cineastas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. 

Un sinfín de pequeñas historias sustenta y ornamenta la arquitectura de estos Tres colores (1993-1994): actrices ultramotivadas, personajes históricos de mentirijilla, Harvey Weinstein removiendo Hollywood e incluso una extraña premonición. Todo a la sombra de una bandera tricolor tan repleta de significados que sólo un perfil de la talla de Kieslowski podía armar una trilogía tan compleja y salir a hombros de la plaza.

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1-El cineasta perseverante: Krzysztof Kieslowski quiere ser bombero. De familia modesta, nacido en la Varsovia ocupada de 1941, su sueño de subirse a una escalera y apagar fuegos le dura menos de un curso en la escuela especializada. Aquello no es lo suyo. Tampoco parece serlo el séptimo arte, porque sus intentos de entrar en la Escuela Nacional de Cine de Lodz se saldan con dos fracasos. Pero Kieslowski no ceja en su empeño, aprueba los exámenes a la tercera y se gradúa, un lustro más tarde, con 28 años. Su carrera, como buen hijo del modelo socialista del Este, se asienta sobre el documental, pero al joven realizador no le gusta lo que ve a su alrededor y el tono crítico con el sistema empieza a granjearle problemas. Lejos de achantarse, completa su transición al demonizado y “pequeñoburgués” género de la ficción con Pasaje subterráneo (1973), primero, y La cicatriz (1976), después. Pese a que nunca deja de trabajar para la televisión polonesa, sus encontronazos con la censura acaban con el secuestro de algunas de sus obras. Pero Kieslowski no se rinde. Con el sistema en contra, y con la oposición de Solidarnosc de uñas, acomete el "Decálogo" (1988), una mastodóntica serie de diez telefilmes sobre los diez mandamientos que le dan notoriedad internacional. Es entonces cuando el cineasta polonés cruza el telón y se instala en Francia, donde rueda "La doble vida de Verónica" (1991). Y de allí, con su salud debilitada, con la voluntad intacta, con el nervio de un trabajador infatigable, empieza a construir una trilogía sobre la bandera francesa y sobre uno de los lemas más famosos de la historia.

2-Liberté: El azul. Julie pierde a su familia en un accidente de coche. De un brusco desgarro, la “mujer de” uno de los compositores más importantes de la actualidad se encuentra sola, sin ataduras y, por lo tanto, libre. Kieslowski pasa olímpicamente de los alegatos trillados y reflexiona sobre el precio que tenemos que pagar para lograr una meta tan ansiada por el ser humano como es la libertad.

3-Égalité: El blanco. “Esta es una historia sobre la negación de la igualdad. El concepto de igualdad sugiere que todos somos iguales. Sin embargo, yo creo que esto no es cierto. Nadie quiere ser el igual de su próximo. Cada uno quiere ser más igual”. Kieslowski, con sus propias palabras, resume el espíritu de la historia de un inmigrante polaco que no logra retener el sueño de la Europa occidental (esto es, de su mujer francesa) y debe volver a su país de origen. Allí, en una Varsovia que se asoma al capitalismo salvaje, deberá buscar nuevas vías de conseguir su objetivo de abrazar el capitalismo occidental, donde la igualdad es un concepto tan cacareado como cuestionable.

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4-Fraternité: El rojo. Valentine, el juez Kern y Auguste son tres extraños que van a cruzar sus caminos aunque aún no lo sepan. La ciudad de Ginebra se abre como un entramado de relaciones donde la fraternidad puede mover montañas (Valentine y el juez) o agarrotarse en la garganta como un trago amargo (el novio celoso de la protagonista). Kieslowski sitúa la acción en un país como Suiza, donde diferentes comunidades culturales y religiosas conviven con relativa placidez, y dota al color rojo del calor del amor y de la vida.

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5-Kieslowski omnipotente: Durante el rodaje de Blanco el cineasta no para: mientras dirige la película se encarga del montaje de Azul y de escribir el guión de Rojo. De este modo el entramado de puentes que conectan los tres trabajos como si fuesen un mismo sistema nervioso va más allá de lo que vemos en pantalla. Kieslowski impregna cada una de las películas del proceso de confección de las otras dos.

6-Zbigniew Preisner: No sé vosotros, pero yo cada vez que escucho a Preisner tengo ganas de que nos invada Polonia. El compositor predilecto de Kieslowski es una pieza fundamental para la película, pero sus credenciales son bien curiosas: Preisner estudia Historia y Filosofía en la Universidad de Cracovia… pero en su vida ha pisado una escuela de música, al menos como alumno. Su formación es completamente autodidacta y sin supervisión alguna, su método consiste en escuchar fragmentos de piezas musicales y transcribirlas concienzudamente. De este modo aprende a tocar la guitarra y el piano por su cuenta. Dos César, premios en Berlín y Los Ángeles y dos nominaciones a los Globos de Oro constatan que el esfuerzo vale la pena.

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7-Van Budenmayer: Ziebgniew Preisner no es el único que deja su impronta en la música de la trilogía. El holandés Van Budenmayer es una pieza clave tanto para "Azul" como para "Rojo", como ya lo había sido en el "Decálogo" y en "La doble vida de Verónica". Este autor del siglo XVIII había caído en el mayor de los olvidos hasta que lo rescató Kieslowski, provocando de paso un súbito y generalizado interés por su obra. El problema es que Van Budenmayer no existe, es una creación de Preisner y del propio Kieslowski, ambos enamorados de Holanda, con el que juegan a sembrar de referencias y alusiones sus trabajos en común. El público pica el anzuelo y empieza a mandar cartas al director interesándose por la vida y obra de este autor (del que incluso puede verse un retrato en Rojo). La misiva más delirante llega de una enciclopedia, que advierte a Kieslowski que si no deja de usar la música de Van Budenmayer sin pagar derechos de autor se arriesga a una demanda. Introspectivas, reflexionadas y muy polonesas carcajadas en la sala.

8-La botella en el contenedor: Entre los múltiples elementos comunes a las tres películas destaca la imagen de una anciana que intenta colocar sin éxito una botella de cristal dentro de un contenedor de reciclaje. La reacción de los protagonistas ante este hecho anodino determina la voz y el punto de vista de Kieslowski sobre los grandes temas que trata. En Azul, la anciana no alcanza la boca del contenedor y Julie ni siquiera se fija en la escena, porque la libertad en ocasiones implica la necesidad de enfrentarse a los propios obstáculos en la más absoluta soledad y asumir un coste; en Blanco la mujer logra colocar la botella en la ranura membranosa del contenedor, pero no logra empujarla dentro, mientras Karol la observa con una mueca, siguiendo la idea de la igualdad como un concepto mal entendido donde la solidaridad está ausente; en Rojo, en cambio, Valentine ayuda a la anciana, que logra al fin su propósito, en una referencia a la fraternidad como motor para la esperanza.

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9-Las lágrimas del protagonista: Las tres películas acaban entre lágrimas. En Azul Julie llora con la vista fija en un punto fuera del cuadro. En Blanco Karol hace lo propio mientras mira a su mujer, en la ventana. En Rojo, finalmente, el juez Kern abandona su hieratismo y rompe a llorar ante una ventana rota.

10-Dejarse la piel: Julie camina por una calle, sacudida por el dolor. Bruscamente, extiende el brazo y arrastra el puño por la superficie rugosa e irregular de una pared. Los nudillos le sangran, pero el dolor la hace avanzar compulsivamente más allá de toda razón. Es una catarsis punitiva como la copa de un pino, una de las escenas más crudas de la película y también de las más realistas. La prótesis que Juliette Binoche debe llevar en la mano no queda bien ante la cámara pero la actriz sabe que se trata de un momento clave, de hondo calado emocional. Así que la pequeña francesa se saca la extremidad de plástico y rueda el plano con su mano desnuda, con su propia sangre, con un genuino gesto de dolor. Juliette Binoche es un tesoro, de aquí, de allá y de donde sea.

11-Un trabajo estresante: En una escena de Azul vemos a Julie impregnar de café un terroncito de azúcar. Kieslowski estudia la escena y llega a la conclusión que el azucarillo debe empaparse en cinco segundos, ni uno más ni uno menos, así que llama a uno de sus ayudantes de dirección y lo sienta ante una mesa. Armado de un ejército de diferentes marcas de azúcar y de tazas de café, el sufrido subalterno debe testarlas todas para encontrar la que tenga la composición justa para lograr los condenados cinco segundos.

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12-Cameos: Los protagonistas de cada entrega de la trilogía se dejan ver en las tres películas. Los personajes de Dominique y Karol aparecen en Azul porque, de hecho, Julie entra en los juzgados donde tiene lugar la escena que detona el segundo de los Tres colores. En contrapartida, en Blanco vemos a Julie aparecer en el mismo escenario desde la perspectiva del matrimonio en crisis. En Rojo aparecen todos al final, al lado de Valentine y de Auguste en una escena con bastante enjundia…

13-La catástrofe del ferry (SPOILER): Valentine quiere ir a Londres. Y Auguste, y Karin y su nuevo novio. El tiempo tiene que ser ideal para un viaje en ferry, pero no lo es. El barco se hunde en medio de un temporal en el Canal de la Mancha, arrastrando con él las vidas de casi todos sus pasajeros y de Karin y su pareja, que van en un bote. Sólo sobreviven siete pasajeros: Julie, Olivier, Dominique, Karol, Valentine, Auguste y un camarero británico llamado Stephen Killian. Kieslowski usa imágenes del accidente real del “Herald of Free Enterprise”, que se hundió en 1987, para cerrar la trilogía con una representación de la fraternidad y el amor, presentes en Tres colores: Rojo, como elemento salvador de sus protagonistas. Además, avanza y concluye la historia entre Karol y Dominique más allá de lo podíamos intuir al final de Blanco. Pero, ¿quién demonios es Stephen Killian? Teniendo en cuenta que Kieslowski es un autor metódico, poco amante de los descuidos y las imperfecciones, y que en cambio es muy dado a plantar en sus obras pequeñas bromas personales y juegos con el espectador, ¿quién es este personaje que aparece sin motivo aparente, del que nada sabemos y que no se cita en ningún otro momento? 

14-Los malditos requisitos: Suiza escoge Tres colores: Rojo como su representante para la ceremonia de los Oscar. El triunfo es seguro, hasta que la academia norteamericana la descalifica porque el film no cumple todos los requisitos para la candidatura a mejor película extranjera. Harvey Weinstein (él, otra vez él, siempre él), distribuidor de la cinta, monta en cólera y logra que más de sesenta grandes nombres de Hollywood firmen una carta urgiendo a los académicos a pensárselo mejor. La petición cae en saco roto. Rojo se queda fuera y Suiza, airada, se niega a seleccionar otro título como su representante. Eso sí, el trabajo de Kieslowski logra históricas nominaciones a los Oscar en la categoría de mejor director, mejor guión y mejor fotografía, pero no debería haberse ido de vacío.

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15-Fin: Justo cuando empieza a rodar los Tres colores, Kieslowski anuncia por sorpresa que al culminar la trilogía se retirará de la dirección. Su frágil salud no está para muchos achaques, aunque sigue trabajando en un nuevo proyecto como guionista sobre el infierno, el cielo y el purgatorio. Rojo se estrena en 1994, cuando el cineasta solo tiene 53 años, y como las dos entregas anteriores cosecha el aplauso de una crítica entusiasta. En la cumbre, consciente quizá de la envergadura de su obra, el cineasta polaco se marcha demasiado pronto. Y demasiado pronto muere también, en 1996, de un ataque al corazón. En ese momento se encuentra lidiando con los anticuerpos del SIDA, pero nada hace pensar en un desenlace tan brusco. Parece como si, igual que el juez Kern, Kieslowski tuviese un control casi divino sobre la realidad y supiese que su tiempo se acababa.


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