Ni siquiera había comenzado el 2015 cuando ya había echado yo una mirada en su horizonte. Una mirada de 12 meses de alcance donde fiestas locales, puentes, acueductos, fines de semana especiales y vacaciones estivales, quedaban casi casi comprometidos, con el fin de aprovecharlos al máximo y que no haya ocasión de derramar ni una sola gota de ellos.
A enero destinamos un fin de semana especial en Barcelona, del que ya os hablé en De Paseo por Barcelona. Pero la semana de Fallas pedía a gritos una escapada algo más larga, así que no sé si fue Papá Noel o fueron los Reyes Magos, los que nos trajeron un "romper la rutina" que iba a teer inicio pasando 24 horas en Zaragoza. Sí, sólo 24 horas, pero lo que dan de sí.
A Zaragoza llegamos a media tarde y comme d'habitude nos pusimos en marcha enseguida. De camino a la Basílica del Pilar, parada en el Gran Café Zaragoza a merendar. Situado en una de las calles más céntricas de la ciudad, la de Alfonso I, presume de un aire clásico y quizás algo bohemio con sus grandes ventanales, sus molduras de madera y su barra de mármol. Al menos hay que pasarse una vez por allí.
A pocos metros, la calle desemboca en una gran plaza donde se encuentran varios de los principales monumentos de la ciudad, el más conocido la Basílica del Pilar.
A menudo pasa que cuando visitamos por primera vez lugares turísticos o monumentos que sólo hemos visto en imágenes, nos parecen más pequeños en la realidad ¿verdad? No era éste el caso, tampoco era mi primera visita a Zaragoza, pero la basílica me pareció grandiosa ¡si casi no me cabía en el objetivo! ;-)
Una visita por el interior de este templo barroco y nos acercamos a ver como viene el Ebro tras las últimas lluvias. Después deshacemos nuestros pasos y volvemos a la plaza, paseamos, me gusta como he encontrado a Zaragoza.
Aunque comienza a oscurecer todavía llegamos a tiempo de visitar el Museo Goya, después será el momento de adentrarse en El Tubo, la zona de tapeo de la ciudad. En mi lista de "pendientes" llevaba un buen número de bares a visitar, pero fue comentar en las redes sociales que andaba por Zaragoza y me llovieron las sugerencias, cada cuál mejor. ¡No me iba a dar tiempo y quería probarlo todo! Pero imposible conseguirlo, había que volver en otra ocasión, en cualquier caso, nos portamos muy bien.
Comenzamos tomando un vino y un pincho en la emblemática Bodega Almau. Abierta desde 1870, son ya cuatro las generaciones que llevan vendiendo vino en esta calle.
Un poco más allá, la curiosidad hizo que entráramos a La Ballena Colora, un diminuto local donde sirven cerveza artesana y unos minibocadillos de pimiento asado, anchoa y boquerón, a los que llaman ballenas, que están de muerte.
La Republicana fue nuestra última estación esa noche, aunque nos gustó tanto que al día siguiente volvimos, con eso lo digo todo. Decorada como las antiguas tiendas y repleta de objetos de rastros y mercadillos, es una mezcla de tienda de antigüedades y bar donde puedes comer o tapear.
Las tapas ri-quí-si-mas. A resaltar unas bolas de calabacín y merluza, y unas empanadillas de puerros y queso azul, aunque resulta difícil elegir.
La mañana siguiente la empleamos en visitar a fondo el Palacio de la Aljafarería. Quizás, lo que más me gusto de Zaragoza. Actual sede de las Cortes de Aragón y con más de 10 siglos de historia a sus espaldas, en la actualidad alberga también una exposición sobre Fernando II de Aragón, quien nos ha acompañado casi en toda nuestra escapada.
La Aljafarería es una de las muestras más representativas del arte mudéjar. En origen construcción islámica, todavía se pueden contemplar sus espectaculares arcadas que dan paso al Salón del trono o al patio que nos recuerda el patio de los naranjos en la Alhambra de Granada. Visita obligada si estamos de paso por Zaragoza.
La visita y recorrer la ciudad andando hace que se despierte el apetito, así que volvemos hacia el centro, a hacer la ruta del Tubo. Repetimos alguno de los sitios y descubrimos la Taberna Doña Casta, donde difícil es decidirse por qué croquetas vamos a probar.
Todas las que probamos estaban ricas, pero especialmente la de Bacalao con Trigueros o la de Cabrales con Manzana.
Alguna parada más por la zona del Tubo y saltamos hacia la plaza de Santa Marta donde hacemos nuestra última tapeo en el Tragantua. Su barra lo dice todo. A modo de exposición, un escaparate de productos frescos. Podemos elegir: tapeo o comida tradicional, en nuestro caso, tapeo.
A primera hora de la tarde cogemos el coche para continuar con nuestra ruta y se me han quedado muchos visitas gastronómicas en mi lista de "pendientes", la cuál, creo que es más larga cuando me voy que cuando llegué. Increíble pero cierto.
Con esto, decidimos que si Zaragoza ha sido el inicio de nuestra escapada, también será el remate. Así que 5 días después, volveremos para comer en Casa Lac y poner un buen punto final.
Me lo recomendó Margot de Cosas de la Vida y acertó de pleno en mis gustos. En Casa Lac tratan las verduras como nadie, de hecho tienen huerta propia, y todo gracias a Ricardo Gil y su equipo que han hecho como ellos llaman, una revolución de las verduras.
El local abrió en 1825, por lo que es anterior al Set Portes de Barcelona o al Lhardy madrileño, y aunque hecho el cierre en el 2003, en el 2008 volvió a abrir. Nosotros estuvimos en la primera planta, de ambiente clásico, donde se combinan lámparas de época y suelos de madera, con algún detalle más moderno. Una estancia muy agradable.
Como tras la comida teníamos que conducir hacia Valencia, no elegimos el menú degustación, pero todo lo que probamos estuvo exquisito:
- Penca de acelga rellena de jamón ibérico y veloute de hongos con salsa holandesa en pomada
- Hojaldre muy crujiente relleno de crema de puerro roto al aceite de gambas.
- Atún con cebollita caramelizada y verduras crujientes
- Torrija de vainilla bourbon con helado de vainilla de Madagascar
- Crujiente de chocolate con helado de mango
Para volver, y muy pronto. Una buena forma de abrir y cerrar a nuestra escapada. Proseguimos viaje. ¡Hasta pronto!