Revista Cine
En 1979, cuando Francis Ford Coppola estaba en el cénit de sus irrepetibles éxitos económicos y artísticos -la época de El Padrino y su secuela (1972-74), La Conversación (1974) y Apocalipsis (1979)- compró los derechos de En el Camino (1957), la novela experimental de Jack Kerouac (1922-1969), punta de lanza de la llamada "Generación Beat". El capricoso adjetivo de "infilmable", más los vaivenes personales de Coppola a partir de la década de los 80, conspiraron para que los años pasaran sin que el papá de Sofía pudiera llevar a la pantalla grande lo que debería ser la road-movie existencial definitiva. Al final de cuentas, más de 30 años después, Coppola -como productor ejecutivo, a través de su compañía American Zoetrope- ha logrado su sueño: he aquí En el Camino (On the Road, Francia-GB-EU, Brasil, 2012), adaptación de la novela semiautobiográfica homónima y dirigida por Walter Salles, conocido internacionalmente por otra road-movie protagonizada por otra celebridad mundial en construcción: el futuro Che Guevara (Gael García Bernal) de Diarios de Motocicleta (2004). El resultado de En el Camino es terrible. En apenas un par de escenas -un desbordado baile sudoroso y erótico, la interpretación musical de un desatado jazzista negro- podemos atisbar algo de la caótica energía con la que vivían y viajaban por las carreteras gringas y mexicanas los jóvenes escritores en ciernes Sal Paradise (Sam Riley) y Carlo Marx (Tom Sturridge), más su acompañante/musa Dean Moriarty (Garrett Hendlund) y la siempre dispuesta jovencita MaryLou (Kristen Stewart). El guión de José Rivera avanza por dos vías paralelas: una suerte de adaptación más o menos fiel de la legendaria novela y un intento de biografía intelectual de su autor Kerouac (Paradise) y el ambiente que propició la creación de En el Camino, además de sus relaciones con su compañero de generación Allen Ginsberg (Marx), su gurú inalcanzable William S. Burroughs (Viggo Mortensen robándose la película en los pocos minutos en los que aparece) y su amigo/compañero/alter-ego Neal Cassady (Moriarty). La cinta está impecablemente producida, el diseño y ambientación de los años 40/50 no merece un solo reproche, y una parte importante del reparto -el ya elogiado Mortensen, el muy convincente Hendlund, los cameos de Amy Adams y Steve Buscemi, una sorprendente Kirsten Stewart ¡actuando!- hace un trabajo más que aceptable, pero la estructura tradicional de la típica biopic termina imponiéndose a unas aventuras que deberían ser emocionantes, explosivas, bohemias, pre-psicodélicas, pero que terminan siendo repetitivas, cansinas, convencionales. Debería decir que esta película se trata de una gran decepción, pero ya nos hemos acostumbrado durante mucho tiempo a que el nombre de Francis Ford Coppola esté asociado a proyectos cada vez más malhadados. Lo que va de ayer a hoy, diría el poeta...