Revista Cine
Ganadora del Premio de la Semana Crítica en Cannes 2014, ha llegado finalmente, un año después y a través del 35 Foro de Cine Internacional de la Cineteca La Tribu (Plemya, Ucrania-Holanda, 2014), opera prima del ucraniano Miroslav Slaboshpitsky, una obra notable no tanto por su historia, escrita por el mismo director debutante, sino por otros elementos que tienen que ver con su planteamiento formal. La historia es sencilla: un muchacho, probablemente un provinciano, llega a matricularse a una escuela-internado de la capital. Aunque al inicio sufre el bullying y los abusos inevitables, el muchacho se convierte muy pronto en una eficaz pieza dentro de una banda de jóvenes malandrines organizada por el profesor de carpintería de la escuela. Llegado el momento, nuestro protagonista se encargará, incluso, de regentear un par de guapas compañeras, quienes se prostituyen con traileros. El muchacho se meterá en problemas serios cuando se enamore de una de las mismas compañeras que maneja.Contada así, La Tribu no parece la gran cosa. Estas historias de jóvenes delincuentes son tan antiguas en el cine como nuestra obra mayor Los Olvidados (Buñuel, 1950). Tampoco la elección formal de Slaboshpitsky y su cinefotógrafo Valentyn Vasyanovich de filmar todo en en una serie de tomas extendidas de 5-6-7 minutos, sea en un encuadre fijo, sea a través de una fluida steady-cam siempre en movimiento, es particularmente original: abundan los cineastas que, esté justificado o no, utilizan la toma extendida y/o el plano secuencia como parte de su firma personal. Lo que coloca a La Tribu en otro nivel es que este planteamiento formal termina convertido en una suerte de reto directo para el espectador. Y es que hasta el momento no he apuntado la característica que comparten todos los personajes de esta película: el protagonista, sus compañeros, las jóvenes prostitutas, el profesor corrupto son, todos ellos, sordomudos. Me refiero a los personajes, pero también a los actores que los interpretan. Al inicio de La Tribu, de hecho, un letrero nos advierte que veremos una cinta en la que todos los personajes son sordomudos y que no habrá traducción ni subtítulos de ninguna especie. De golpe, entonces, entramos a los terrenos del cine silente puro, ese que no necesitaba de intertítulos para contar una historia, al estilo de las obras supremas de Murnau como El Último de los Hombres (1924) o Amanecer (1927). Más aún: Slaboshpitsky descarta los acercamientos -no hay un solo close up en todo el filme-, por lo que toda la película está planteada en planos generales o de conjunto. De hecho, si en algún momento vemos a algunos de los personajes más cerca, es porque éste ha caminado rumbo a la cámara.La elección de la puesta en imágenes está lejos de ser un homenaje a los maestros de la toma extendida del cine contemporáneo o un mero capricho estilístico: el planteamiento de la historia exige ese tipo de tomas. Al tratarse de sordomudos que se comunican a través de sus manos, de sus brazos, del cuerpo entero, el encuadre tiene que supeditarse a esta necesidad. Cineasta, cinefotófografo y actores triunfan en toda la extensión cuando, hacia la primera media hora del filme, nos damos cuenta que no necesitamos entender el lenguaje específico de los personajes -se trata del auténtico idioma de señas de los sordomudos ucranianos-, pues todo lo que es importante lo estamos comprendiendo.Incluso, cuando en algún momento no sabemos bien a bien qué está pasando -las dos muchachas prostituidas llegan con el profesor corrupto a ver unas fotos en una computadora, luego vemos a las jovencitas en alguna oficina burocrática haciendo algún trámite-, las secuencias siguientes nos aclararán todo, de tal manera que, más allá de los diálogos específicos, hay muy poco de La Tribu que un espectador atento no pueda entender.Hay otro elemento adicional notable en el debut de Slaboshpitsky: que el retrato que hace de este grupo de discapacitados dista mucho de ser idílico. El protagonista -los créditos finales nos informan que se llama Sergey (Griory Fesenko)- es un personaje de carne y hueso, lleno de curiosidad y pasión, de apetito sexual y sueños imposibles, echado para delante y seguro de sí mismo. No es un "mudito" al que hay ver con lástima o condescendencia: es un ser humano que, para no ser aplastado en el entorno brutal en el que vive, tiene que optar por ser tan brutal -de hecho, más- que los otros.Un último apunte: como director de actores, Slaboshpitsky muestra muy pocas fallas. Si acaso una pelea vista en plano general parece poco natural y demasiado bien ensayada; en todas las demás secuencias, los jóvenes y adultos actores sordomudos -todos ellos no profesionales- están impresionantes. De hecho, el ucraniano debería venir a México a enseñarle a varios cineastas cómo trabajar con este tipo de actores. Las más de las veces, los directores mexicanos abandonan a sus actores no profesionales frente a la cámara. Y eso se nota. En contraste, en la Tribu se nota que hay un director presente. Se llama Miroslav Slaboshpistky y, por lo visto en su debut, hay que aprender a escribirlo bien de aquí en adelante.