Juegos geométricos trascendidos.
Gracias a Miquel Lacasta y Marc Chalamanch por las opiniones, por las conversaciones, por abrirme las puertas de su estudio.
La propuesta de Archikubik fue descalificada por irregularidades administrativas y no fue expuesta. Aparece como el resultado aparente, inevitable, del entorno que rodea al edificio. Éste proyecta una serie de geometrías que, ordenadas, forman el edificio sin intermediación aparente. Así, la propuesta se evalúa con todos los elementos a la vista. Excepto que, como pasa con gran parte de la mejor arquitectura, es mentira. El edificio es consistente. Atractivo, coherente, construible. El proceso aplicado, cierto. Esto sólo no lo justifica todo: la propuesta y su voluntad ganadora. Esto sólo deja en falso quien descalificó el equipo redactor en lugar de pedirles el papel que faltaba. Se ha hecho mil vecs y no es impugnable. Pero hay algo más. Algo sin lo cual no es posible explicar este edificio. Y es, precisamente, el clic que convierte unas operaciones geométricas hábiles en arquitectura. La Ville Savoye es mentira. La Casa de la Cascada es mentira.
En el primer caso la mentida es exactamente del mismo tipo que la de esta propuesta: la casa se presenta como la consecuencia inevitable del recorrido del coche y del paseo que el cliente hace cuando sale de él y hasta que llega a la sala de estar del primer piso. Vuelve a ser, evidentemente, cierto. Pero ¿el coche no se podía dejar en la entrada, bajo la casita del chófer? Pero ¿la casa no podía estar en planta baja? Pero ¿el terreno exterior no podía ser el jardín? Pero ¿no podía ser negra? Pero ¿no podía tener ventanas verticales? Pero.
La casa se justifica por sí misma. Está proyectada como está proyectada. Presenta un proceso lógico, y éste justifica la arquitectura que de él se deriva. Ojo: la justifica. No la crea. Justo como esta propuesta. La Casa de la Cascada parece la única casa que se podía hacer en ese entorno potentísimo. Una cascada, unos voladizos de hormigón, una roca que lo ancla todo. El verde, la brisa, la escalera mágica colgada que baja al pequeño estanque. Mentida. No había cascada. Frank Lloyd Wright recibe una parcela enorme. Parte de ella es un bosque centenario. La otra parte ni tan sólo eso. El bosque está cruzado por un riachuelo, que desciende una pendiente importante a través de unos rápidos. Dinamita. Presa. Cascada a medida de la casa que va encima. La dinamita daña el substrato y la roca pierde consistencia. La casa tiene asentamientos diferenciales hasta hoy en día, a no ser que los hayan solucionado en la última restauración. Antes estuvo a punto de colapsar diversas veces. El resultado final vuelve a ser consistente. Vuelve a ser Arquitectura. Seduce, impresiona y se estudia en todas las escuelas del mundo des del día siguiente a su inauguración hasta, probablemente, quinientos años después de su desaparición. El resultado final vuelve a ser una casa que convoca a su entorno. Y es así porque el entorno es artificial, creado para que la casa lo convoque. Otra vez no esto no es suficiente. Vuelve a ser una justificación de la arquitectura, no arquitectura.Gloso, más que analizo, el dibujo que resime el proyecto. La pista de operaciones es el solar. Éste conserva su perímetro intacto, como una regla de juego inevitable, como un tubo de ensayo donde se ha de producir una reacción química cuando se mezclen los ingredientes adecuados. Primero, la trama urbana del Borne. Se toma un pedazo y se dispone sobre el solar. Los fragmentos de calles y plazas irregulares lo surcan de lado a lado. Segundo, se extrude esta trama hasta que tenga más o menos la altura de los edificios que la rodean. Tercero, se abate la trama de la Barceloneta (con su dirección, con un grano coherente) y se superpone a la otra trama. Físicamente, hasta el extremo que formará, de este modo, la cubierta del edificio. Esta trama será la trama estructural: Cuarto, las esquinas, préstamo formal del Ensanche Cerdà que forma la propia Ciutadella y las manzanas justo al otro lado. Se achaflanan todas y se van abriendo en altura. Ya está. Excepto que esto todavía no es arquitectura. Y el edificio representado sí lo es. La arquitectura se consigue mediante una mezcla de inspiración y de oficio.
El oficio: Conocimiento de las bibliotecas. La conclusión que las salas resultado de estas operaciones tendrán la escala adecuada, serán suficientemente flexibles, estarán suficientemente conectadas (a través de puentes que atraviesen los vacíos de las calles cuando convenga) y, en definitiva, crearán espacios y ambientes agradables. Conocimiento de la construcción. De los muros-cortina, de las partes opacas, de la estructura propuesta. Conocimiento de (y sensibilidad hacia) la sostenibilidad. Esta es consecuencia de la propia geometría. El exterior, opaco. Las calles que se hacen sombra a sí mismas tienen cristal. Sin artificios, el edificio funciona. Sin más.
La inspiración: saber que la fachada ha de ser continua, opaca. Que ha de tener ritmos superpuestos, no sólo los de las calles, sino un ritmo propio, una vibración que no puede ser la del despiece de un material (pero sí ha de ser coherente con él). Que ha de tener que ver con el parque del al lado, y el color adecuado. Belleza. Lógicas extremas: el edificio tiene algo violento por esto. Lleno-vacío. La forma del solar inviolada. Las tramas como cortes perfectos de arriba abajo. La trama estructural ajena a todo, conservando su capacidad intacta para organizar el edificio. La confianza plena y absoluta en que la geometría será capaz de guiar todo el proceso, sin más. La sección: el barrio del Borne presenta una cierta homogeneidad de líneas de cornisa, producto de las regularizaciones que se hicieron en el siglo XIX. Cuando hay discontinuidades, éstas son saltos de cubiertas planas. Salto salto salto salto salto. Sin voluntad de regularización.
No es así en este edificio: la inspiración ha dictado que se requiera una línea de cornisa continua. Los cortes de las calles se usan como puntos de inflexión entre diversas líneas oblicuas que van formando esta cornisa, de modo que cada fragmento de edificio es consistente y relacionado con un todo por nuestro cerebro, que los une inmediatamente. Más sobre los cortes: espacios híbridos entre las calles de donde salen y la propia biblioteca. Calle-biblioteca. Dimensión de calle de barrio, corte dentro del propio edificio. La introducción de una escala intermedia, tema de trabajo constante de los arquitectos: cada proyecto, me declararon, des de una vivienda unifamiliar a una intervención urbana, es un paseo por las tres escalas de la arquitectura: la metropolitana, la urbana, la huana. La gradación de escalas es progresiva, y los cortes son intermediarios entre la masa enorme del edificio y la pequeña escala humana.
La iluminación: iluminar un edificio es tremendamente complicado. Al final no hay nada que funcione mejor que lo más banal, lo más obvio: que la luz provenga del interior de las ventanas, del propio edificio. Poner focos exteriores es naif. De mal gusto. En este caso los muros-cortina reventando las grietas convertirían el edificio en un faro. Una secuencia de líneas de luz verticales, un ritmo casi musical. De día tenemos un edificio. De noche, su negativo. Son estas decisiones, trabajadas, pasadas por mil maquetas de trabajo, por pruebas informáticas, renders, comprobaciones y recomprobaciones, las que han convertido un esquema en un edificio. Destellos de inspiración, trabajo, volver a empezar. El proceso acaba siendo, explicado a posteriori, perfectamente lineal. A la práctica es más complejo. Una propuesta, el proceso como regla de juego, y romperla para que siga vivo. La diferencia entre la arquitectura y el deporte es que en la primera uno tiene que saber cuál es el momento de romper las reglas. Sin hacerlo, no existe. Haciéndolo demasiado precipitadamente, o demasiado tarde, tampoco. Toda una lección.