(Gracias a Josep Llinàs por el interés)
Todo empieza en 1784, cuando las fronteras de América quedan abiertas a los súbditos de Cataluña, en crisis des de principios del siglo XVI. Uno de los últimos negocios por explotar es el tráfico de esclavos a gran escala, y una serie de familias catalanas de volcarán a este comercio con enorme éxito económico. En una o dos generaciones recogerán beneficios y los reinvertirán en bancos y fábricas textiles, mayoritariamente. La cuenca del Llobregat y la cuenca media del Ter se llenarán de estas colonias textiles, el Poble Nou recibirá el nombre de la “Manchester del Sur” y el Maresme se repoblará. Cataluña habrá salido de una crisis que duraba des del siglo XVI. Los emprendedores habrán comprado títulos nobiliarios e intentarán, infructuosamente, hacerse un lugar en la burguesía local, de mucho menor poder económico, ligada al suelo, básicamente. Después de unas pocas generaciones, la dialéctica entre estos dos grupos sociales (dos poderes fácticos) y su traslado a la cultura marcará la arquitectura catalana de finales del siglo XIX y principios del XX. La burguesía histórica fija sus orígenes en los griegos, en Empúries, en el Mediterráneo, paisaje sereno, tranquilo. Son los novecentistas, y reaccionarán contra la arquitectura que proponen los advenedizos ricos, que toman una imaginería mixta entre lo que conocen de la Cataluña pobre de donde han salido (las ermitas románicas, los Pirineos, los castillos en ruinas) y lo que han encontrado en América: vegetaciones exuberantes, especies animales desconocidas, exotismo, color. Calor. Es el Modernismo.
Francesc Folguera, Casal Sant Jordi. Uno de los edificios novecentistas más puros. Sobre un zócalo de edificio de oficinas, la vivienda de Tecla Sala en las plantas superiores, una de las primeras terrazas-jardín de Cataluña. Su estilo prefigura el racionalismo.
Antoni Gaudí, Casa Milà, "la Pedrera". Uno de los paradigmas del Modernismo. Exuberancia formal, invención constructiva, tipológica, y una manera de ocupar la esquina completamente nueva. Simultáneamente constituye una crítica y un manifiesto contra el plan Cerdà.
Este caldo de cultivo dará una arquitectura fascinante, única, que ha marcado toda nuestra historia hasta hoy en día. Son las técnicas constructivas conocidas por maestros de obras excepcionales, es la cerámica, la recuperación de las técnicas de forja tradicionales (sin soldadura). Es una dialéctica de simbologías. Un grupo de arquitectos de talento excepcional que tienden hacia una u otra tendencia (la mayoría de ellos navegando entre dos aguas) con un modo de hacer que, en gran parte por el corte de la Guerra Civil y el franquismo, nos ha llegado truncado. Medio muerto. Oriol Bohigas podría ser el último novecentista. Enric Miralles podría ser el último arquitecto modernista. Ninguna de las dos tendencias ha muerto del todo. Sobretodo la primera… Entre los dos, la síntesis. Josep Llinàs, arquitecto erudito, conocedor profundo de la historia de la arquitectura catalana, poseedor de un lenguaje propio que lo trasciende todo. Llinàs es un continuador y también es un principio. Su carrera es una investigación constante, una busca permanente y un diálogo riquísimo con la historia. Con la de la arquitectura moderna, y, sobretodo, con la historia local. Sus bibliotecas resumen buena parte de sus esfuerzos.La de Vila-Seca, contra una medianera de un edificio existente mucho más alto. Un solar extraño para un edificio público, al que responde con una volumetría que recoge esta medianera con un forro del mismo ladrillo con el que resuelve el edificio, tan matérico que parece por sí solo un edificio autónomo, y se proyecte adelante con un cuerpo bajo, resuelto con cubiertas de teja árabe a una agua, con testeros prismáticos perpendiculares al testero en un juego ambiguo en que tampoco se sabe si la plaza delantera es plaza o es el forro de un suelo que sigue la medianera con otro idioma. En Terrassa empieza a jugar con cubiertas curvas y la iluminación cenital, y lo hace en la ciudad de los vapores (fábricas en el argot local) urbanos, edificios con un mínimo de fachada y hectáreas y hectáreas de extensión, que respiran casi exclusivamente por arriba, a base de patios y lucernarios. La entrada es casi un pasaje transformado en paseo arquitectónico. Sant Just y la Jaume Fuster, en Gràcia, investigan la cubierta continua, plegada, de chapa de zinc a junta alzada, que casi forma el edificio con sus pliegues, que lleva la luz a todos lados. Que exhiben o esconden la estructura según convenga. Que crean recorridos tortuosos que circuyen todas las salas como una respueta a las propias cubiertas, haciendo parecer las bibliotecas más grandes de lo que son, interconectando lugares, elevando los rincones a la categoría de salas de estar domésticas, agradables. Esta investigación culmina con el Teatro Atlántida de Vic. Todo un mundo. Ahora: la propuesta para el Centro Cultural Bòlit, en Gerona, proyecto que, si la crisis y el nuevo gobierno municipal lo permiten, se construirá, y la propuesta de la Biblioteca Provincial. Sin que signifique romper con nada, estos dos proyectos inauguran una nueva línea de investigación.
Josep Llinàs: Centre Cultural Bòlit, Gerona
A su interés por Gaudí y Jujol parece haberse sumado, ahora, el interés por la obra de dos enormes arquitectos: Cèsar Martinell y, sobretodo, Lluís Moncunill.Sencillamente, la Biblioteca Provincial es una factoría de cultura moderna. Una fábrica construida expresamente para alojar una biblioteca. Una síntesis de la arquitectura de Llinàs: un tipo históricamente concreto, definido, preciso, que se transforma en un edificio moderno, creado a medida como un guante para alojar un programa concreto, que, a su vez, tiene un lenguaje nuevo basado en lo viejo sin transición, pero también sin concesiones. No hará falta colonizar el edificio como se haría si fuese una fábrica existente a rehabilitar: se habita des del primer minuto. Des del proyecto.
Planta de acceso y planta altillo: estructura, planteo de instalaciones y el resto, mobiliario. Flexibilidad en una planta muy parecida a la de una fábrica o a la de la nave de la Estación vecina.
El proyecto abarca muchos temas creando un máximo de complejidad con unas reglas de juego muy sencillas. Justo como en una fábrica. Prima la flexibilidad. Como en una fábrica. Se estructura des del sistema constructivo. Como en una fábrica. El interior queda uniformemente iluminado a través de una cubierta con once dientes de sierra que son el origen del lema y que definen el edificio. Todo él está pensado con elementos estándar, a modificar en los extremos por la forma irregular del solar. Como los vapores de Moncunill en Terrassa, como las fábricas y talleres urbanos de Rafael Masó en Girona (Farinera Teixidor delante) o algunos de los mejores ejemplos de colonias textiles, esta fábrica hace ciudad. Su entrada se produce por la esquina con la avenida Marquès de l’Argentera, protegida por una pérgola con un voladizo espectacular. Llinàs ha sido uno de los pocos arquitectos en darse cuenta del pendiente mínimo que tiene la Ronda de Circunvalación y en jugar con él: al edificio se entra por el primer piso, subiendo, cosa que vuelve a emparentarlo con la arquitectura clásica. La Ronda, al bajar, da lugar a un aparcamiento a pie plano, y la excavación, por tanto, queda minimizada. Es un edificio lineal, pero su desarrollo es en altura. Su volumetría sube sutilmente hacia el sur, hacia el mar. Así, cuando la fábrica se relaciona con los porches de la estación ha tomado su máxima altura. Tres cuerpos industriales dialogan entre ellos sin la más mínima voluntad mimética. Sencillamente se complementan. Los Talleres Mañach de Jujol, en Gràcia (ahora convertidos en el patio de una escuela) nacieron sin fachada, insertos en un patio interior. El Vapor Aymerich, Amat i Jover, obra mayor de Lluís Moncunill, ahora Museo de la Ciencia de Cataluña, es todavía más interesante: sobre la Rambla, un pórtico de ladrillo muy interesante marca el acceso. El resto de las fachadas (la fábrica va sacando la nariz por toda la manzana por allí donde los promotores consiguieron comprar parcelas limítrofes)son muros de ladrillo revocados completamente ciegos. Y ni tan sólo son portantes, a no ser que el talento del arquitecto los reciclase como tal en esos puntos. La cota de replanteo del edificio es única. Las calles van subiendo o bajando, y el edificio queda colgado a la altura de un primer piso a sur y casi enterrado (se ven perfectamente las cubiertas) a norte. Voluntad doble: no hay fachadas pero son fachadas. Sutilidad. En ese punto el edificio competía con unas viviendas unifamiliares de baja densidad. Un muro ciego era lo más amable.Lluís Moncunill, Vapor Aymerich, Amat i Jover, Terrassa. Diferentes vistas.
Vista de las cubiertas en diente de sierra des del norte.
Vista interior de la fábrica.
Planta. El norte es ortogonal a la imagen. La Rambla está a mano izquierda.
Fachada sur. Aquí el nivel de la fábrica queda en un primer piso y el volumen compite y tensiona las viviendas unifamiliares al otro lado de la calle.
Fachada este. Dientes de sierra separados de una valla que apenas tiene una planta de altura.
Fachada norte: un tapón contra una calle estrecha, la geometría de las vallas maclada contra los dientes de sierra, como en la fachada sur.
Fachada oeste: Acceso con pórtico volcado a la Rambla. Entre ella y el cuerpo fabril, un patio: el edificio respira exclusivamente por el cielo.
Llinàs, lo mismo, La fábrica (la Biblioteca) no tiene propiamente fachada. La fachada es la pérgola de acceso. Quizá (sólo quizá) la cubierta. El resto, un tapón. La fábrica no tiene fachada del mismo modo que el Teatro Atlàntida de Vic no tiene, excepto en la pequeña placita de acceso al teatro en el interior del pasaje que cruza el edificio. El resto, tapones, cubiertas que caen. La fábrica no tiene fachada del mismo modo que la Filarmónica de Berlín, de Hans Scharoun, o la Ópera de Sidney, de Jörn Ützon, tampoco tienen. No le hacen falta. Tapones. Medianeras desnudas. La fábrica no tiene fachada del mismo modo que los porches de la estación no tienen.Accesos de servicio abajo. La planta baja subida hasta un primer piso. Ventanas de servicio puestas allí donde hagan falta. El edificio es un volumen. Un cofre. En el interior, el tesoro: el espacio es caro, el espacio es lujoso. Allá, el edificio estalla. Elementos: bandejas de quince metros, a veces medias bandejas de siete metros y medio. Las cubiertas en diente de sierra por encima, en alturas variables. No se puede hablar de dobles o de triples alturas: los forjados son una simple referencia. Tan sólo se puede hablar de espacio, de visuales cruzadas, de luz matizada, de cerchas planeando sobre tu cabeza. De un espacio blanco reventado de luz con estantes, con mesas, con gente pululando. Algunos huecos aparecen cortados por unos artificios en forma de planos de libros, translúcidos, que filtrarían y matizarían la luz, que darían un plus de complejidad al espacio: una especie de guinda.
La relación con la ciudad se hace, simplemente, a través de la volumetría. De que esta pueda cautivar, de su carisma, de su capacidad para actuar como reclamo. Esto y la puerta. Por el resto, el edificio es hermético. Como en cualquier vapor industrial que haya conseguido, así, vertebrar ciudades enteras por toda Cataluña. Un urbanismo aditivo, incremental, positivo, de eficacia probada.
Que, quizá, permitiría hacer un mercado contra sus fachadas-medianeras. Ampliar o reducir la calle. Reformar la estación. Todo está por hacer contra este polo de actividad. Y, como si fuese una ostra, dentro, la perla.