Así, sin darme cuenta, ya llevo casi diez años practicando los principios de la metodología de productividad personal Getting Things Done (GTD), ideada por David Allen. La verdad es que diez años dan para mucho, para algunos aciertos, y también para muchas equivocaciones. Quiero creer que, después de tanto tiempo, he aprendido algunas cosas relevantes sobre este apasionante mundo. A ello ha contribuido, sin duda, la experimentación continua, alejándome a veces de la «ortodoxia» del método, pero sobre todo la humildad para aceptar que hago muchas cosas mal, y que en ocasiones, el camino más agradable no es necesariamente el mejor camino.
Por eso, hoy me gustaría compartir contigo algunas cosas que he ido aprendiendo durante estos últimos diez años, a veces de manera traumática, en mi afán por mejorar mi efectividad personal. Aún me considero un aprendiz —de hecho, creo que moriré siéndolo—, pero creo que merece la pena compartirlo por si te resulta útil. Y como suele decirse, probablemente no están todas las que son, pero si son todas las que están.
El estrés es, a menudo, fruto de una elección personal
Durante muchos años se instaló en la mente de muchas personas la idea de que la responsabilidad trae aparejado inevitablemente el estrés. Hoy sabemos que esto es totalmente falso. El estrés viene, principalmente, de hábitos de trabajo poco efectivos. Por ejemplo, fijar fechas límite arbitrarias, insistir en planificar la ejecución de tareas, no aclarar el significado de todos los emails de manera regular, confiar en las alarmas en lugar de revisar sistemáticamente los recordatorios de las cosas que tienes que hacer, y un larguísimo etcétera. En la medida en que decidas seguir haciendo las cosas «mal», seguirás padeciendo mayor o menor grado de estrés.
Ser muy bueno en lo que haces ya no es suficiente
Hacer las cosas bien, pero no hacer las cosas correctas, te hace eficiente, pero no eficaz. En la era industrial solía ser suficiente con dominar los aspectos técnicos de tu trabajo, porque la productividad se medía básicamente en términos de unidades producidas por unidad de tiempo. A mayor maestría técnica mayor producción y, por tanto, más productividad. Pero en el trabajo del conocimiento, que es el que tenemos la gran mayoría de nosotros hoy en día, se nos exige ser efectivos, lo que implica ser eficientes, y también ser eficaces. Por tanto, si no eres eficaz —si no te aseguras de estar haciendo las cosas correctas—, no estás haciendo bien tu trabajo.
Sólo puedes mejorar si estás dispuesto a hacer cosas distintas
Muchas personas de verdad quieren mejorar los resultados que consiguen actualmente en su trabajo y en la vida, pero cuando descubren que lo que hay que hacer para conseguirlo implica un cambio de hábitos, se desinflan. Decía Einstein que loco es quien intenta conseguir resultados distintos haciendo las mismas cosas que ha hecho hasta ahora. Ya sabes donde te lleva las cosas que haces ahora. Si de verdad quieres tener una oportunidad de mejorar, solo tienes un camino: cambiar tu forma de hacer las cosas.
El compromiso es el motor del cambio
Como dice Eugenio Moliní, las personas sólo cambian si quieren. Y la forma de demostrar que realmente quieres algo es comprometiéndote con ese algo. Si no hay compromiso solo hay palabras, deseos, buenas intenciones. Cuando no hay compromiso las cosas se intentan, pero no se hacen. El problema de confundir compromiso con intención es que, al final, cuando fracasas en el intento, es muy tentador mirar fuera a la hora de buscar culpables. Y como generalmente los encuentras, te niegas a tí mismo la posibilidad de mejorar. Sin compromiso no hay cambio de verdad.
A la hora de mejorar la efectividad, todos partimos del mismo punto, y tenemos las mismas necesidades
Una de las razones por las que muchas personas se resisten a adoptar nuevas formas de trabajo es porque tienen la creencia de que su caso es distinto, especial. Mi experiencia y la de otros muchos formadores es que, a la postre, todos somos muchos más parecidos de lo que estamos dispuestos a reconocer, y tenemos las mismas necesidades que cubrir cuando de obtener resultados se trata. Creernos distintos a los demás es, a menudo, una simple excusa para seguir aferrándonos a nuestra zona de confort, en lugar de afrontar el cambio necesario para mejorar nuestra efectividad.
Los atajos te meterán en problemas, tarde o temprano
Conseguir ciertos resultados requiere desarrollar ciertos hábitos. Es así de sencillo. Perder peso requiere hacer ejercicio regularmente y comer saludablemente. Nadie que no sea extremadamente ingenuo puede creer que conseguirá los mismos resultados quemando calorías con un aparato sin moverse del sofá, o alimentándose a base de cápsulas adelgazantes. O al menos no sin consecuencias. Durante un tiempo es posible que los atajos funcionen, pero en algún momento terminarás pagando el precio. Vamos, que como dicen, lo barato al final siempre sale caro. Entonces, ¿qué te hace pensar que para mejorar la efectividad personal sí hay atajos? Si de verdad estás comprometido con mejorar, haz lo que ya se sabe que funciona de manera consistente. Lo demás es pan para hoy y, tarde o temprano, hambre para mañana.
La efectividad no sólo es una competencia fundamental en el trabajo, también lo es en tu vida personal
La efectividad te permite ser un profesional exitoso, pero también desarrollar tus aficiones y disfrutar más de las personas que quieres y de la vida en general. En un mundo en constante cambio, que todo el tiempo te está bombardeando con información potencialmente relevante, ser capaz de enfocarte en lo que realmente es importante para ti, e ignorar todo lo demás, es la diferencia entre conseguir metas valiosas y disfrutar de la vida, o estar permanentemente agobiado por no poder hacer las cosas que quieres.
Foto por hapal vía Flickr