“Titanes en el ring” se titula el primero de una serie de tres posts que Espectadores publicó en agosto de 2010, y que se inspiró en la recordada anécdota pugilística de Guillermo Moreno para abordar el enfrentamiento entre el entonces primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el Grupo Clarín. En aquella oportunidad, el blog invitó a imaginar un campeonato entre dos pesos pesados en el Luna Park, un duelo de tal magnitud que -lejos de caber en una sola fecha- se rige por un extenso e intenso cronograma de combates.
Dos años atrás Fibertel y Papel Prensa fueron las copas doradas por las que los contrincantes volvían a pelear. La correspondiente al último trimestre de 2012 bien podría llamarse “7D“, aunque este nuevo trofeo es subsidiario de un título mayor: “Ley de Medios” o “Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual” o “Ley Nº 26.522” o incluso “Nueva Ley de Radiodifusión” (esta última opción, con perdón de nuestra apresurada simplificación).
Por la experiencia vivida entonces e incluso antes (al menos desde 2008 cuando el conflicto con el Campo), habrán sido muy pocos los argentinos convencidos de que el duelo terminaría hoy viernes 7 de diciembre, y todavía menos los compatriotas ilusionados con una definición contraria a los intereses del Grupo Clarín. En este sentido, la prórroga del amparo que la Sala 1 de la Cámara Civil y Comercial le concedió ayer por la tarde al multimedios dista de sorprender a quienes recordamos intervenciones salvadoras de último momento como el voto no positivo del ex Vicepresidente Julio Cleto Cobos.
La carga simbólica que el Gobierno invirtió en el ultra promocionado, discutido, resistido 7D -es decir en el último plazo fijado para presentar el famoso plan de adecuación/desinversión- contribuyó más que nada a exacerbar un doble enfrentamiento público: aquél entre los dos rivales encaramados al ring y aquél entre sus seguidores (dicho sea de paso, Orlando Barone con su poema y Juan José Campanella con su reacción twittera protagonizan uno de los episodios más patéticos en la platea VIP de esta última sesión pugilística).
En medio de este espectáculo tan excesivo como agotador, seguro pecamos de optimismo quienes creemos deberle a la mencionada Ley de Medios una pequeña victoria o conquista. Sin ninguna intención de acordarle el triunfo a uno u otro titán (según la alegoría ambientada en el Luna Park), los espíritus ingenuos sí nos permitimos señalar -y porqué no reivindicar- cierto fenómeno de concientización ciudadana en torno al desempeño de los medios de comunicación y en particular al ejercicio periodístico en la Argentina.
En otras palabras, la lectura y mirada críticas antes reservadas al ámbito académico parecen haber prendido en una porción de nuestra sociedad, ahora capaz de reconocer los límites del discurso mediático. En contra de lo que algunos compatriotas piensan, este proceso des-sacralizador alcanza no sólo a las publicaciones gráficas y emisoras de radio y televisión que se proclaman objetivas e independientes (o que a lo sumo admiten su condición opositora) sino también a aquéllas cuya postura político-ideológica es explítica y claramente afín a la administración cristinista.
Por supuesto, se trata de una porción poblacional minoritaria. De hecho, los medios pertenecientes al Grupo Clarín siguen convocando a un público masivo (días atrás Jorge Lanata le contó a la revista Anfibia que su programa de los domingos a la noche mide veinte puntos de rating), los lectores de La Nación se mantienen fieles a la tribuna de doctrina de origen mitrista, y más de un militante K se resiste a discutir los defectos de 678 y Tiempo Argentino.
Sin embargo, tanto cruce de opiniones sobre la Ley Nº 26.522 abrió la puerta de la cocina mediática. Por un lado, llamó la atención sobre los ingredientes económicos, políticos, culturales que intervienen a la hora de contar “la realidad” o “las dos caras de la verdad”. Por otro lado, descubrió la condición humana -y por lo tanto imperfecta- de editores, redactores, movileros, conductores y empresarios del rubro (imposible considerarlos una versión aggiornada de los impolutos Peter Parker y Clark Kent).
Dadas estas circunstancias, aún cuando el Grupo Clarín consiga burlar definitivamente las exigencias de la ley sancionada en el Congreso Nacional, aún cuando tanto duelo retórico termine desgastando a la opinión pública, aún cuando un nuevo gobierno ajeno a la corriente K (o directamente antiK) desande el camino emprendido en 2009, no hay vuelta atrás para el pequeño fenómeno desacralizador que aún hoy, más allá del time out impuesto por el fallo de Francisco de las Carreras y María Susana Najurieta, podemos celebrar.