(El Mundo, Rosalía Sánchez, Berlín, 27/01/2012)
Se equivoca quien crea que, 67 años después de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, se ha agotado la mina de héroes que se hacinaban en sus barracones, de increíbles supervivientes y de historias dignas de ser llevadas al cine o a la novela, como modelo de dignidad. Pocos conocen, por ejemplo, la historia de Witold Pilecki, el único prisionero que ingresó en el campo por voluntad propia. Pilecki nació en Rusia, en 1901, pero su corazón era polaco como sus padres, dos ancianos agricultores que le educaron con una Biblia en la mano. Al pequeño Witold se le quedaron grabados en lo más profundo los episodios de Juan el Bautista y a este Santo acudiría en oración en los más duros momentos de Auschwitz, aunque mucho antes de eso, a los 17 años, cuando se vio obligado a combatir en la recta final de la I Guerra Mundial, más que un hombre religioso era un aventurero patriota que deseaba la resurrección de la Polonia a la que tres potencias, Prusia, Rusia y Austria, habían anulado como nación durante más de un siglo. En 1920 luchó por primera vez contra un régimen totalitario, el comunista, en la Batalla del Vístula, y después continuó con su modesto proyecto personal. Se casó y tuvo dos hijos a los que alimentaba con su humilde trabajo en el campo hasta que Hitler invadió Polonia.
Tras la ocupación nazi se afilió al autodenominado Ejército Secreto Polaco, brazo armado del gobierno exiliado en Londres y que llegó a contar con 8.000 hombres, entre los que se contaban oficiales del Ejército polaco supervivientes de las fosas de Katyn, en las que fueron asesinados 21.000 religiosos, intelectuales y oficiales prisioneros. Fue entonces cuando Witold presentó a sus mandos un plan para dejarse prender por la Gestapo y poder ingresar en el campo de exterminio de Auschwitz. Pretendía, de esta forma, organizar la resistencia desde dentro y obtener información fidedigna de lo que estaba ocurriendo allí.
Le fue proporcionado un documento de identidad falso con el nombre de Tomasz Serafiński y el 19 de septiembre de 1940 salió deliberadamente durante una redada nazi en Varsovia y fue detenido junto con otros 2.000 civiles. En primer lugar, la Gestapo hizo con él lo que sabía hacer y la tortura duró dos días con sus dos noches. Después fue tatuado en su antebrazo con el número 4859 y enviado al campo de concentración.
Según el historiador del Museo de Auschwitz, Adam Cyra, Pilecki no tardó mucho en organizar la Unión clandestina de Organizaciones Militares (Związek Organizacji Wojskowych, ZOW). Las tareas de ZOW eran mejorar la moral interna, distribuir alimento y ropa adicionales, instalar redes de la inteligencia, y entrenar a grupos para asumir el control del campo en caso de que la resistencia polaca iniciara un ataque para tomar el poder.
Antes de 1941, había reclutado para ZOW al escultor polaco Xawery Dunikowski y al campeón de esquí checo Bronislaw. Pilecki se hizo con informantes en las oficinas administrativas de las SS, en los compartimentos del almacenaje y en el crematorio, de modo que comenzó a transferir información sobre la vida en el campo. Lo tenía todo previsto menos una cosa: que sus superiores jamás llegaron a creer lo que narraba en sus informes.
“Todos suspiran aquí por morir a manos del carnicero Palitsch, un joven guapo que desnuda a los prisioneros, los coloca ante una pared negra y les dispara en la nuca. Es mucho mejor que pasar hambre esperando a entrar en las cámaras”, decía uno de sus partes.
En lugar de organizar desde fuera un asalto al campo de concentración, como él esperaba, sus superiores le tomaron por loco y le ordenaron salir de Auschwitz. Aprovechó un turno de noche en la panadería del campo, fuera de la cerca. Él y dos prisioneros más inmovilizaron al guardia, cortaron la línea telefónica y se escaparon, la noche del 26 de abril de 1943. Bajo la ropa llevaba documentos que probaban las atrocidades de Auschwitz.
“No nos contó lo que había visto, sin duda porque éramos muy pequeños. Al contrario, intentaba distraernos a mí y a mis amigos”, dice hoy su hijo, Andrzej Pilecki, recordando aquel rencuentro familiar que duraría poco tiempo, porque Palick dejó de nuevo su casa para luchar en el levantamiento de Varsovia y acabar detenido por el enemigo que sucedió a los nazis, los comunistas. Sus hijos no supieron qué había sido de él hasta la caída del imperio soviético, en 1990. “Durante todos esos años estuvimos esperando que hubiera sobrevivido en alguna cárcel perdida en Siberia, y ahora que tenemos constancia documental de su muerte, lloramos por no tener siquiera una tumba a la que llevar flores”, dice Zofia Pilecka-Optulowicz.
Pilecki llegó a organizar una red clandestina de información contra los rusos, pero fue capturado en 1947 por el NVKD, torturado en la prisión de Mokotv y sometido a un juicio en el que testificó contra él, ironías del destino, uno de sus ex compañeros de armas con quien había luchado contra Hitler. Józef Cyramkiewicz, superviviente de Auschwitz, le acusó de asesinato y se convirtió a cambio en ministro de la nueva Polonia comunista.
Pilecki, como consecuencia, fue ejecutado y arrojaron sus restos a un vertedero para que su cuerpo fuera incinerado junto a la basura y desapareciera. Pero todavía hoy se ven montones de piedras en lo que entonces fue el vertedero de Mokotv, las que dejan supervivientes judíos de Auschwitz que recuerdan su humanidad y su sacrificio durante aquellos 945 días en el infierno.