La imagen tomada por Jürgen Stroop del Levantamiento del Gueto de Varsovia de 1943 como sublevación judía contra las tropas alemanas sirve para iniciar A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1945) de Enzo Traverso, publicada en 2009. El autor italiano podría haber escogido múltiples imágenes para dar inicio a su narración, o sus editores podrían haber optado por otra perspectiva, pero escogieron este momento: un grupo de judíos, principalmente mujeres y niños, levantan las manos ante las amenazantes armas de los nazis. El niño del primer plano ilustra muy bien este periodo al que Traverso se refiere inteligentemente como “guerra civil europea”, un concepto ya existente al que dota de significado en su narración. Es un niño que ha tenido que crecer rápidamente: ha madurado y ha abandonado la seguridad protectora de la madre, como diría Freud; se ha visto amenazado, ya desde su infancia, por el odio del enemigo, la sinrazón de la muerte, el torbellino de las ejecuciones nazis. Este pobre muchacho refleja casi el final de esta “guerra civil europea”: la Solución Final; no obstante, Traverso hace un recorrido con gran perspectiva comparativa hacia el pasado. En estas páginas recorre la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa, la Revolución espartaquista alemana, los múltiples conflictos entre fascismo, nacionalsocialismo, antisfascismo y Resistencia, la Guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial. Es un recorrido muy fructífero donde cruza la historia política —alejada de la visión tradicional— con la historia cultural y social, prestando especial interés en la posición de los intelectuales y sus discursos en cada uno de estos conflictos. Es una obra que sugiere, que ofrece pinceladas y rasgos generales de estos hechos sin detenerse pero que propone un nuevo punto de vista alejado de la sucesión correlativa de sucesos para adentrarse en un espectro cronológico amplio, complejo y sugerente.
En la “guerra civil europea” que se inicia en 1914 la muerte adquiere un significado muy distinto: “la muerte violenta, industrializada y anónima de la guerra moderna se opone a la muerte familiar de las sociedades arcaicas, vista como un hecho natural, susceptible de cobrar, a las ojos de los seres vivos, un valor altamente ejemplar” (pág. 149). La muerte vista como triunfo, como paso orgulloso hacia otra vida y como fin noble de la existencia termina en las trincheras. La muerte de las trincheras ya no es épica: el soldado que sale de la trinchera —ordenado por su superior ante la amenaza de un consejo de guerra— sabe que le espera la muerte, la mutilación; no sabe cuánto tiempo sobrevivirá, tiembla, le aumentan las pulsaciones, queda paralizado por el miedo, sabe que puede carne destrozada por las ametralladoras enemigas. Es una muerte anónima como recuerda Walter Benjamin y es una muerte que va privando de los soldados próximos a quien sólo tiene ya ese referente que le ata a la vida. Su experiencia es la de alguien que entiende la guerra de su trinchera pero que no entiende la guerra de los gabinetes, como narraría magistralmente Erich Maria Remarque en Sin novedad en el frente.
Estos dos cuadros ilustran esa transformación en el sentido de la muerte: La Muerte en el dormitorio de la enferma (Edvard Munch, 1893) y La noche (Max Beckmann, 1918-1919). Qué diferentes son: mientras uno describe una muerte apacible, religiosa, burguesa, propia del siglo XIX, donde la resignación es palpable y la rabia contenida, donde el decorado es sobrio y honorable; el otro muestra la agitación de un asesinato, un estrangulamiento y una tortura, y la muerte ya no es pausada, sino tortuosa, expresionista, violenta, del mismo modo que ocurriría en el Guernica de Picasso.Traverso se centra, en muchas ocasiones, en el análisis de obras literarias, pictóricas, fílmicas e incluso de fotografías. Por ejemplo, a partir de las fotografías realizadas a Hitler en 1927 por parte de Heinrich Hoffman en su estudio de Múnich, retrata su condición de líder carismático y cómo se propagó esta imagen. Hitler aparece en estas fotografías como el arquetipo carismático de Max Weber, aquel que se cree poderoso, que levanta la mano hacia el cielo y mira el futuro de Reich; es aquel que no teme, que cree superar la historia e inaugurar un nuevo ciclo digno para Alemania. En el aura que desprende el Führer en estas imágenes se puede analizar ese fanatismo nacional y el deseo expansionista nazi, se puede observar el pulcro cuidado de los gestos y la imagen que se desea transmitir a las multitudes por medio de las tarjetas postales.
Todos estos aspectos que esbozo a modo de presentación, y otros muchos que narra Traverso como su inteligente diferenciación entre una “violencia fría” y una violencia caliente”, el conflicto ideológico entre W. Benjamin y C. Schmitt o la atención a la Resistencia y al fascismo, dan cuenta de una época en que la violencia no muestra, según la visión del autor, una regresión en el “proceso de civilización” del que habló Norbert Elias; más bien supone una profundización de éste en sentido negativo y destructor. Es decir, para la matanza sistemática de judíos era necesario el monopolio de la violencia, la racionalidad administrativa weberiana, la división total del trabajo, el autocontrol de las pulsiones en términos freudianos y la “irresponsabilización ética de los actores sociales”. Critica, en este sentido, la tesis de Elias sobre la “recaída en la barbarie y el salvajismo de los tiempos primitivos” de su obra The Germans, para explicar el genocidio judío; e inscribe esta barbarie en diálogo con la civilización de la que toma ciertos elementos para avanzar en su perversidad.