Cuando los alemanes invadieron Polonia, en 1940, y levantaron los muros de lo que fue el gueto de Varsovia, detrás de esas paredes de 3 metros de altura, la vida siguió, a pesar de todo. Los judíos que vivían en la ciudad siguieron haciendo lo que hacían antes de la invasión: pintaban, componían música, leían, escribían. Y cuando la noche se cerró definitivamente alrededor de ellos, comenzaron a esconder esa producción, a buscar el modo de preservar un legado que –estaban seguros– sería arrasado.
En septiembre de 1946, cuando la Segunda Guerra Mundial había terminado, se recuperaron de entre los escombros diez cajas metálicas y tarros de leche, que contenían buena parte de los archivos clandestinos del gueto. Entre todas, había una caja que contenía la obra de Gela Seksztajn, la pintora de esa ciudadela del espanto.
Había también documentación, fotos, su testamento y el de su esposo, Izrael Lichtensztejn, un escritor y profesor de escuela que se había vinculado al grupo Oneg Shabat (Alegría del Sábado) con un objetivo: estudiar desde la clandestinidad cómo era la vida de los judíos en el gueto. Quien había tomado la iniciativa fue Emanuel Ringelblum, un historiador y doctor en filosofía de la Universidad de Varsovia, asesinado por los nazis en 1944 después de que alguien delatara su escondite.
Jacobo Fiterman, galerista y fundador de ArteBA, editó, a través de su Fundación Alón para las Artes, un libro de pocas páginas, Gela Seksztajn, en el que se cuenta esta historia, de cómo casi se pierde la obra de Seksztajn, de cómo se recuperó. Se cuenta la historia de una familia casi enteramente asesinada en los campos de concentración. Los padres de Fiterman, Abraham y Yente, habían emigrado a la Argentina en 1926. Yente e Izrael eran hermanos.
“Me encuentro parada en el límite entre la vida y la muerte. Ya sé con relativa seguridad que voy a morir, y es por eso que quiero despedirme de mis amigos y de mi trabajo. (…) ¡Adiós camaradas y amigos, adiós al pueblo judío! No permitan que semejante destrucción se repita!”, escribió Gela el 1 de agosto de 1942. Fiterman publicó, junto con esta historia, una serie de los dibujos y pinturas de Gela. “Era buena. Sus carbonillas tienen mucha calidad, aunque no sé si son para el mercado de arte de hoy. Su trabajo me recuerda a los artistas argentinos Miguel Victorica y Ramón Gomez Cornet”, dice Fiterman.
En esas latas había unas 300 acuarelas y dibujos de Gela Seksztajn, quien había nacido en Varsovia en 1907. Su padre era zapatero. Para ganarse la vida, Gela trabajó en un atelier de fotografía, donde retocaba fotos. Además fue integrante de la Asociación de Artistas Judíos y de la Sociedad Judía de Bellas Artes. Pintaba acuarelas suaves, límpidas y, en 1940, tuvo una hija a la que llamaron Margolit, quien tampoco sobrevivió.
En El libro de la memoria, volumen dos de La invención de la soledad, el escritor Paul Auster reproduce el testamento de Izrael Lichtensztejn: “Quiero que recuerden a mi esposa Gela, artista con docenas de obras, llena de talento, aunque nunca pudo exhibir ni mostrar sus obras”. Cuando estuvo en Varsovia, cuenta Fiterman, Auster quedó impresionado por la historia, pero sobre todo por el hallazgo “casual” de los tarros.
Fiterman explica en el prólogo del libro que la historiadora Magdalena Tarnowska realizó, en 2007, “un estudio sobre la vida de Izrael y Gela”. Buena parte de la obra de la artista está repartida entre este museo y el del Holocausto, en Tel-Aviv. Dice Tarnowska que “podemos asumir que Gela y la pequeña Margolit murieron durante el levantamiento en el gueto (de Varsovia), que duró hasta el 16 de mayo de 1943. Las cajas se encontraron entre los escombros de una excavación realizada en lo que había sido la escuela Ber Borochov, en la calle Nowolipki 68. Todo ese material se conoce como los Archivos Ringelblum, por aquel historiador que fue, también, custodio de una parte de esa vida que, incluso rota, siguió en los retratos que Gela hizo, en los colores aguados y sutiles de las frutas y las flores que pintó.
(Nora Viater, Clarín, 16/04/2012)