Mientras leía este fenomenal artículo de Enric González sobre Héroes trágicos en el mundo del fútbol, me venían a la cabeza esos jugadores y otros no tan conocidos que han tirado por la borda su futuro por no tener una cabeza en su sitio o por apostar por el camino equivocado. Gente que no ha tenido la oportunidad de demostrar aquel talento que se les suponía, como el canario Antonio Robaina y el brasileño Denilson, hasta otros que nos dejaron con cuentagotas a lo largo de su carrera todo el talento que podían haber demostrado de no ser por su mala vida, como Paul Gascoine o 'Mágico' González. También los hay que tuvieron su época de oscuridad post-fútbol y que luego rehicieron su vida y consiguieron salir adelante. Como el goleador alemán Gerd 'Torpedo' Müller, al que el alcohol y a la nostalgia le hicieron verse atrapado en un callejón sin salida de autodestrucción. Contaban que, en sus borracheras, solía repetir los movimientos de la jugada del 2-1 que marcó en la final del mundial de 1974 ante Holanda. Por suerte en 1992 sus amigos del Bayern de Munich le ayudaron a levantar cabeza y ahora es una leyenda viva en buen estado de forma física y mental.
Pero sin duda una de las historias de talento y perdición que siempre me llamó la atención, y en la que González hace mención en su artículo, es la de Manuel Francisco dos Santos, 'Garrincha', llamado también Alegria do povo (La alegría del pueblo).
Recientemente vi la película 'Garrincha, estrella solitaria', un biopic del brasileño Milton Alencar, basado en un libro de Ruy Castro, en la que se narra la vida del genial futbolista partiendo de su patética exhibición en el desfile del carnaval de Río de 1980 y la relación, mediante flashbacks, de algunos capítulos de su vida con algunas personas que le observan en dicho carnaval. La película pasó por el mundo sin pena ni gloria y hay que reconocer que es bastante irregular, mezclando momentos erótico festivos con otro más acertados. Destaca, sobre todo, las incursiones en la ficción de imágenes de archivo (unos 12 minutos en total) en las que sale el propio Garrincha protagonizando jugados gloriosas con su equipo, Botafogo, y con la selección brasileña durante los mundiales de Suecia 58 y Chile 62 (Especialmente se centra en su paso por Chile y su relación con la explosiva cantante Elsa Suárez). Mucho sexo, poco fútbol, algo de alcohol y música de calidad para contarnos las muchas sombras y pocas luces de la vida de un futbolista que sucumbió demasiado pronto. Por cierto, el director, Alencar, no ha vuelto a dirigir una película desde entonces.
Sus peripecias vitales me hacen recuperar un post que publiqué hace tiempo en otro blog y que copio y pego en este, en el que saco unas palabras de Eduardo Galeano que resumen perfectamente cómo fue Garrincha.
"Alguno de sus muchos hermanos lo bautizó Garrincha, que es el nombre de un pajarito inútil y feo. Cuando empezó a jugar al fútbol, los médicos le hicieron la cruz: diagnosticaron que nunca llegaría a ser un deportista este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomelitis, burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y las dos piernas torcidas para el mismo lado...
Nunca hubo un puntero derecho como él. En el Mundial del 58, fue el mejor en su puesto. En el Mundial del 62, el mejor jugador del campeonato. Pero a lo largo de sus años en las canchas, Garrincha fue más: él fue el hombre que dio más alegría en toda la historia del fútbol.
Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo; la pelota, un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente: él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría. En el camino, los rivales se chocaban entre sí, se enredaban las piernas, se mareaban, caían sentados.
Garrincha ejercía sus picardías de malandro a la orilla de la cancha, sobre el borde derecho, lejos del centro: criado en los suburbios, en los suburbios jugaba. Jugaba para un club llamado Botafogo, que significa prendefuego, y ése era él: el "botafogo" que encendía los estadios, loco por el aguardiente y por todo lo ardiente, el que huía de las concentraciones, escapándose por la ventana, porque desde los lejanos andurriales, lo llamaba alguna pelota que pedía ser jugada, alguna música que exigía ser bailada, alguna mujer que quería ser besada.
¿Un ganador? Un perdedor con buena suerte. Y la buena suerte no dura. Bien dicen en Brasil que si la mierda tuviera valor, los pobres nacerían sin culo. Garrincha murió de su muerte: pobre, borracho y solo."