En el corazón de la Ribeira Sacra, en la reputada parroquia de Amandi (ya desde el siglo XII se hace vino allí...), Adega Algueira es una de las apuestas más firmes en el trabajo con las variedades de uva de la zona. En Doade, en la carretera que cruza el cañón del Sil hasta Castro Caldelas, conviene no confundir Algueira con catamaranes y restauración (que también). Algueira ofrece, sobre todo y como pocos, la mejor expresión de las uvas merenzao, brancellao (alvarello o albarello), mencía y caíño, entre las tintas; y de la godello, loureiro, alvariño y treixadura, entre las blancas. Mi condición de neoenófilo con los tintos gallegos provoca en mí una pasión, quizás insana, hacia los monovarietales: necesito conocer y retener los sabores, aromas y características de estas uvas todavía poco familiares para mí. Tienen, sobre todo las tintas (con las blancas me siento ya casi primo hermano), una textura de gran finura, una capacidad colorante mediana (a ratos casi de capa baja), unos antocianos discretos y unos taninos que nadie intenta domar a base de dura madera. Son vinos que, poco o mucho, en esos rasgos básicos, me llevan con rapidez al recuerdo de otras variedades atlánticas (o de clima cercano) españolas (la carrasquín, por ejemplo, la verdejo tinta también) o francesas (la pineau d'Aunis y la groilleau sobre todo y, por supuesto, la pinot noir más floral y delicada del sur, de Rully o Givry).
Este monovarietal de merenzao de Algueira 2009, 13,5%, no se ha movido de esos parámetros que tanto me gustan. Sinceramente: vinos como éste o el brancellao de la misma casa, justifican por sí solos la existencia de una bodega en su tierra. Entiéndanlo como un halago: esta merenzao es como una pinot noir gallega. Suave extracción, tanino goloso pero muy ligero y delicado. Pimienta rosa. Tiene una frescura y una profundidad enormes. Y estamos en 2009...impresionante. Esa violeta fresca, recién llegada (no de Holanda, por favor...) de nuestros jardines, que tiene una mezcla única de cierto dulzor y una acidez penetrante. No es sencillo encontrar en España vinos como éste, que se beban con gran placer y tengan una versatilidad grande en la mesa. Es un vino que te captura desde el primer momento, se apodera de tu pituitaria y no la deja. Es un vino floral, sí, pero también con frambuesa fresca y ácida. Suave sequedad sin llegar a la astringencia, sedoso pero sin florituras. Equilibrado. El grano de pimienta estrujado en tu mano. No es un vino barato (25€ en la tienda on-line de la bodega, aunque yo lo pagué más caro en una tienda presencial...) pero merece la pena porque con él bebes un pedazo auténtico de Ribeira Sacra.