Texto de Eduardo Grünner acerca de Ensayos sobre un Tribunal de Alicia Herrero en el Parque de la Memoria
En un famoso cuento de Kafka, el campesino miserable que espera durante décadas ante las puertas de la Ley para que le franqueen la entrada, finalmente muere sin enterarse de que ellas habían estado siempre abiertas.
La Ley del Capital funciona al revés. Nos mantiene en encierro interior, bajo la apariencia de completa libertad (de mercado, de expresión, ciudadana, lo que fuere), pero jamás nos muestra la puerta de salida.
Ambas, sin embargo, se complementan. El campesino no sabe que podría, por sus propios medios, acceder a una Ley que lo liberara de la explotación. Nosotros/as no sabemos que re-fundando el trabajo de la Ley podríamos encontrar la salida.
Y es que el dominio de la Ley del Capital está hecho de algo más -de mucho más- que de pesados portones custodiados por guardias armados (recursos extremos para cuando todo lo demás no alcanza). Está hecho, por ejemplo, de palabras, de una verdadera lengua que resuena en nuestros oídos hasta hacernos creer que es nuestra lengua “natural”, que son palabras de nuestra propia creación.
Y está hecho de rituales, de gestos, de conductas, de hábitos, de espacios, de imágenes, de objetos, de relatos míticos, de mascaradas, de actuaciones, de puestas en escena. De todo, pues, lo que conforma lo que los antropólogos llaman una cultura. El Capital es una cultura que aparece como naturaleza: su Ley se nos antoja tan fatal como, digamos, la Ley de gravedad. Y es verdad que es fatal: mata un poco todos los días con la mayor naturalidad.
Ensayos sobre un Tribunal de Alicia Herrero sugiere otra manera de actuar la Ley. Una manera que supone modificar espacios, imágenes, gestos, hábitos, etcétera, para ponerse fuera de esta Ley; para generar otra Ley que apunte claramente hacia donde están las puertas, las salidas, la auténtica Naturaleza.
Por ejemplo, un espacio como el de la tragedia (¿y que otra cosa es la experiencia vivida bajo la Ley del Capital?), que haga lugar y le dé su voz al Coro, para que pueda dar su testimonio sustrayéndose a su lugar de víctima (en la antigüedad clásica, y eso sigue en la Ley del Capital, el testigo era un mártir: el que daba testimonio de su fe a costa del sacrificio de su cuerpo).
Los pasillos de la Ley suelen ser penumbrosos, confusos, silenciosos. Aquí, atravesando un pasillo de claridad crítica, las geometrías de la Ley giran sobre sí mismas para iluminar, con su propio movimiento, la evidencia de la necesidad de un juicio a la Ley del Capital, donde el Coro sea otra clase de testigo: el que rehace la Ley con su voz colectiva y polifónica.
Allá, en el recinto, se verá que las instancias de la presentación del caso, o de las acusaciones, están encarnadas por mujeres. No debe ser un azar. Ellas están, hoy, un poco fuera de la Ley (del Capital). No son las únicas, desde ya. Todo el amplio y doloroso espacio de la exclusión, la marginación, la explotación, el dominio arbitrario, la colonización de las conciencias -es decir, casi todo el mundo- es el recinto potencial de una regeneración de la Ley.
Incluso, parece sugerir la obra de Alicia, de la generación de una nueva clase de Juez. Porque, ya se sabe: con la Ley del Capital, el juez, por definición, falla.