El mecanismo mediante el cual sentimos como propios nuestros hábitos alimenticios (y el resto de nuestros comportamientos culturales) se denomina en Sociología proceso de socialización, y para cualquiera de nosotros es lo que llamamos educación. Se nos educa, desde pequeños a comer de una determinada manera, a observar una serie de normas de urbanidad ante la mesa y, cómo no, a estimar o despreciar determinados alimentos.Nuestra dieta, independientemente de que la consideremos deseable porque es nuestra, es un auténtico privilegio. La variedad de los recursos alimenticios de nuestro país es incomparablemente más rica que la de la mayoría de las culturas y los productos que la constituyen contribuyen de forma activa a conservar nuestra salud. No quisiera dar la impresión de que el mensaje que quiero transmitir es el de aislarnos gastronómicamente del resto de las posibilidades que hoy se nos ofrecen; al contrario, toda muestra de interculturalidad es enriquecedora. No obstante, aquellos que tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos, deberíamos tener presente que los hábitos alimenticios de los más jóvenes están cambiando hacia una forma de alimentarse que no siempre es la correcta. Fomentar un comportamiento en el que la aceptación de nuestra tradición alimenticia vaya admitiéndose como deseable desde muy pequeños y conservándose en la edad adulta, debería ser una prioridad educativa.
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