Conozcamos mejor la ruta que ha tomado un simple alimento: el yogur. De simple lácteo se ha convertido en un gigante de la estrategia de marketing para grandes empresas alimentarias. Y es que, desde la segunda mitad del siglo XX, con los avances en la tecnología alimentaria hubo un enorme salto en la posibilidad de crear nuevos productos que pudiesen satisfacer las necesidades de los consumidores.
Los alimentos funcionales son aquellos que contienen un componente con un efecto específico “beneficioso” sobre una o más funciones de nuestro organismo, dando así un valor añadido a este particular alimento.
Sólo cabe dar una vuelta por una superficie comercial y mirar los carritos de la compra. Estos alimentos se han convertido en algo tan normal que ahora los compramos sin pensarlo.
Peroos habéis preguntado ¿qué tan efectivos son estos alimentos para nosotros y si debemos incorporarlos a nuestra alimentación?
Empecemos con los yogures mencionados anteriormente. Las grandes empresas alimentarias los han tomado como su producto estrella creando yogures para regular el tránsito intestinal, para reducir el colesterol, aumentar las defensas, aumentar el calcio…
Los yogures con probióticos declaran que tienen propiedades para ayudarnos a mejorar el tránsito intestinal aunque, en un artículo publicado el pasado mes de octubre en la revista Science Trasnational Medicine, los científicos llegan a la conclusión que los tan conocidos yogures con “bifidus” no se asientan y colonizan nuestra flora intestinal, y por lo tanto no tienen ningún efecto en la regulación de nuestro tránsito. Lo más curioso de todo es que esta investigación fue comisionada por Danone y el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos.
En el caso de los yogures que proclaman aumentar nuestras defensas, no quisiera desilusionaros pero si tomamos una pieza de fruta en el desayuno, por ejemplo un plátano, estamos obteniendo 4 veces más de las vitaminas que dice tener el botecito de yogur por ¿cuántas veces menos su precio?…
Según la “Asociación de Cardiología Española” las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de mortalidad en Europa, y las empresas alimentarias han tomado nota, sacando al mercado productos que supuestamente ayudan a reducir los factores de riesgo.
Por ejemplo, existen margarinas con estanoles vegetales que nos comentan ayudan a reducir el colesterol. Lo que no dicen es que, para obtener los beneficios, tenemos que consumirlos varias veces al día. En el caso de las margarinas, tendríamos que consumir por lo menos 3 raciones de tostadas, y untar en cada una 10 gramos de margarina. Tampoco cuentan que estos productos no son aptos para mujeres embarazadas y para niños.
Otro ejemplo que podemos analizar es el de la leche con omega-3, para una mejor salud cardiovascular. La biodisponibilidad de los omega-3 a través de estos lácteos enriquecidos es mínima, y además la cantidad en la que se encuentra en el producto es poca para que su efecto sea positivo.
Montaña Cámara, profesora de Nutrición y Farmacia en la Universidad Complutense de Madrid nos dice que, si bien es cierto que estos alimentos pueden tener un valor nutricional añadido, en ningún caso se han hecho para reemplazar medicación y para prevenir enfermedades. Hay que tener en cuenta que los estanoles y esteroles vegetales no son medicamentos sustitutivos prescritos por los médicos. Si tu médico te ha recetado algo para reducir los niveles de colesterol, éste no debe ser reemplazado por alimentos funcionales.
¿Hay que creerse todo lo que nos cuentan?
Tenemos que ser muy cautos. Si estáis interesados en introducir un alimento funcional en vuestros hábitos alimentarios, es mejor utilizar un buen sentido crítico.
Preguntémonos:
- ¿Qué tipo de ingrediente funcional le están añadiendo al alimento?
- ¿Qué tipo de ventajas nutricionales nos promete este alimento?
- ¿Estos ingredientes se pueden encontrar fácilmente en frutas y vegetales?
- ¿Estamos dispuestos a pagar más por un producto, y el beneficio que dice tener merece el gasto?
¿Son necesarios estos productos?
Pues, a pesar de todo lo dicho anteriormente, pueden tener un mercado.
Por ejemplo, si una persona tiene una alergia alimentaria y un determinado alimento funcional puede ayudarle a obtener la fuente de este componente, o por razones específicas tu médico de cabecera considera que puedes beneficiarte con algunos de estos productos.
En conclusión, los alimentos funcionales no son la pócima que va a mejorar nuestros males. Nunca hay que dejar los buenos hábitos de alimentación y, si es posible, alimentarse de la manera más natural, sin recurrir a productos para llevar una dieta apropiada. Recordar que si suena demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo sea…