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Aloe vera

Publicado el 10 octubre 2019 por Claudia_paperblog

Todas las noticias llegan juntas. Un día todo va relativamente bien y, al siguiente, llegas del trabajo, entras a la cocina y la abuela está mal. Cuando mi madre me lo dice, con ese posado serio que ella hace, creo que ya ni siquiera hay esperanza. El ambiente está enrarecido, mi padre está con ella, pero no contesta, así que imaginamos que no ha mejorado. La televisión está encendida toda la tarde en casa y me agobia, me resulta ruidosa y molesta. Mientras, hacemos la comida del día siguiente y me quemo con el aceite de freír las albóndigas. Corre el agua sobre mi piel, con fuerza, pero no sé distinguir de dónde viene el dolor, parece que esté más adentro.

Aloe vera

La mama acaba de hacer la comida y me manda cortar una hoja de la planta de aloe vera que tenemos en la escalera. Está medio muerta, solo le quedan unas pocas hojas y me da lástima acabar un poco más con ella. Me dan ganas de llorar por la planta, por mí, por el cielo que está del color del acero frío, del color de la pintura de la baranda del balcón.

La muerte y la pérdida parece un tema recurrente esa noche y a la hora de cenar, masticamos la comida en silencio hasta que mi hermano rompe el hielo y habla de su trabajo. Todos estamos tristes, pero a la vez exaltados por la impotencia. Mi hermano tiene que trabajar a veces a pie de carretera y comenta que los camiones pasan a su lado a mucha velocidad. Y que algún día se los llevarán a todos por delante. Mi hermana y yo le decimos que no diga esas cosas, pero mi madre replica que tiene razón, que su trabajo es muy peligroso, que cada día se juega la vida en él. Y volvemos a callar.

Como se prevé lluvia para esa noche, han cancelado las obras, así que mi hermano se queda en casa. Y cuando mi padre llama, nadie se atreve a coger el teléfono, no queremos malas noticias. Así que lo acaba cogiendo mi hermano, le quitamos el volumen a la tele y escuchamos atentamente. Miradas a uno y otro lado, brazos cruzados, bocas apretadas de preocupación.

La tienen en observación, hay que esperar. Me da mucha pena imaginármela como me han contado, sin poder caminar casi, arrastrando los pies, hablando a medias, consciente de todo, pero sin ser capaz de controlar su cuerpo, su boca, sus movimientos, sus palabras. Y me entra todavía más tristeza cuando mi hermano se cabrea y con rabia grita que para qué se pasan media vida los médicos estudiando si luego no viven. Y en situaciones así me pongo de su parte, porque el día anterior se equivocaron, la mandaron a casa alegando que era el corazón, pero mi madre desde el principio dijo que era de la cabeza.

La abuela, el aloe vera, mi hermano en la carretera, el cielo gris plomo, una canción triste que escuché en el trabajo, mi padre, a quien me imagino con sus hermanos en el pueblo, hundido. Todo se junta. Y se junta con la llegada del frío, del mal tiempo, del otoño, la esperanza rota de mis sueños de una noche de verano… Y recuerdo que hace algo más de un año, viví la llegada del otoño en primavera y lloré, casi tanto como ahora. Por aquel entonces, estaba sola, pero esta vez, por mucho que esté acompañada, me siento igual que en aquella terraza donde se oía un bebé llorar.

Aloe vera


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