Revista América Latina

American Sniper, un disparo al corazón del héroe

Publicado el 28 abril 2015 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit
Bradley Cooper como Chris Kyle.

Bradley Cooper como Chris Kyle.

Seamos sinceros, las intenciones de un director al realizar un film pueden ir en una dirección, pero el producto final no tiene por qué tener la recepción esperada. Quizás a medida queusted teje una trama, desliza algunos subtemas que pueden convertirse en el meollo del film, o incluso, algo en lo que ni siquiera pensó cobra de forma inesperada una importancia inimaginable. ¡Demonios! Puede que realice un manifiesto en contra de la porquería y el público capte una oda a las heces fecales.

Tanta aclaración se debe a las diferentes opiniones que ha propiciado American Sniper, a la conocida ideología del director Clint Eastwood, un patriota con los pies puestos en la tierra, y a las múltiples interpretaciones que puede tener una obra, de arte o no. En otras palabras, a mi poco me importa que quiso decirme el bueno de Clint, me interesa más qué soy capaz de ver a través de la mirilla telescópica de Chris Kyle.

La trama es sencilla: americano medio, corto de miras, responde al llamado de la patria para combatir el mal en el Medio Oriente. Para Kyle esto es el paraíso: matar, matar y matar iraquíes, villanos, asesinos, el “evil” en estado puro, sin excepciones. Él no ve seres humanos, sino enemigos; el clímax llega cuando dispara a un niño y a su madre, portadores de una granada. Esa escena, justificada a través de un código moral dudoso donde el mundo se limita a ovejas, lobos y perros guardianes, es tal vez el punto más crudo de una cinta que destroza a muchos de esos héroes americanos. A él no le duele tanto tirar del gatillo; en su mente los niños podrían representar una supuesta inocencia, pero la orden es disparar, y si tu país te lo pide no hay por qué dudar. Hay cosas que deben hacerse y punto, ni siquiera debe pensarse en ellos.

Esas dos muertes son la deshumanización extrema del enemigo; en otro momento, un segundo niño toma una bazuca, amenaza con disparar y Kyle, tenso como una cuerda de violín y listo para anotarse un número más, reza porque el niño la suelte. Queda un vestigio de humanidad, pero el deber está sobre todo.

Lo más terrible es que a pesar de todas estas experiencias, Kyle disfruta la guerra; sus compañeros desean largarse de aquel infierno, incluso su hermano termina por odiar toda aquella cruzada y él no es capaz de comprenderlo. La guerra es su mundo, y lo que mejor sabe hacer es disparar.

Sumémosle todo el stress postraumático; aunque quiera lucir como un hombre de hierro, asesinar tiene un precio elevado para la cordura y él no es la excepción. Quizás desde la primera vez que le voló los sesos o le atravesó el corazón a un iraquí, convencido de sus ideales, de su código moral, de la importancia para su país de combatir el mal, de salvar a la humanidad de estas cadenas, algo se dañó en el cerebro de Kyle, y en vez de crear un rechazo a sus acciones, provocó una obsesión: cumplir con el deber, salvar al mundo. Nada más puro y jodido. Por eso cuando regresa a su casa, tras volver una y otra vez a la guerra debido a la existencia de un enemigo que bien pudo ser imaginario, necesita seguir disparando, aunque sea a una diana.

Hasta ese momento, cuando el fin de su guerra es un hecho, cuando no regresa más a la arena, el dibujo no es el de un héroe, sino el de un monstruo, con un cerebro hecho añicos y con la presión por los cielos a causa del stress. Eastwood, quien se basa en la biografía del francotirador para filmar su cinta, obvia detalles como el alcoholismo y la mitomanía del exsoldado. Alguien pudiera darle importancia a esto, pero la verdad no es necesario. El héroe no está bien, está enfermo; su incapacidad para comunicarse con sus hijos, con su esposa, con el mundo lo demuestra. No hay nada más terrible que no poder disfrutar de tu familia.

Y cuando el dibujo está completo, cuando es una realidad que no existe tal héroe, llega un final magnífico. Hay veteranos más locos que Chris Kyle, como aquellos que asesinan a sus compañeros. Un cierre mejor es imposible. Si este tipo te parecía un monstruo, pues despierta, los hay peores, están en casa, y pueden asesinarte. Que nadie se equivoque, esta bala no está dirigida a los veteranos de guerra, sino a la guerra en sí misma, a todo el daño no visible que provoca en cualquiera de los dos bandos.

Kyle muere a manos de un compañero; Eastwood ni siquiera lo escenifica, se lo deja a la imaginación del espectador. El resto son imágenes reales de su funeral. El héroe magnificado, alzado sobre un pedestal, con la bandera americana de fondo y todo un país rindiéndole tributo. Sí, los créditos molestan, dejan un sabor desagradable e irritante. Como la realidad. Todo es una mentira. O peor. Una verdad demasiado dolorosa de digerir. Este es tu héroe. Este es el hombre a quien admiras. Esta es la mierda en que tú crees.


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