
Nos enamoramos de alguien, pasa el tiempo y entramos a una etapa de tranquilidad y rutina que a veces, nos ahoga. ¿Aguantar o seguir? ¿Esto es el amor o hay otra cosa?
La sensación de enamorarse y ser correspondido es increíble. Una droga inigualable que te convierte en héroe y te permite estar noches enteras sin dormir y no acusar el cansancio, ir a cualquier parte, coger cualquier avión, anegarte en lo increíble de ese sentimiento que de golpe y porrazo que te pone
en la punta del corazón el sabor de la más pura y adictiva plenitud.
Pero, es cuestión de tiempo que todo vuelva a su cauce y remita la psicosis romántica para dar paso a una etapa más calmada, que para la mayoría de las personas acaba por devenir en una mezcla de cariño, conveniencia y conformismo, como el de un trabajo estable que no te entusiasma demasiado pero que te sigue dando de comer.
Entonces, nos preguntamos
¿el amor es esto? ¿no debería sentir algo más? Ya sé que no siempre tendré mariposas en el estómago pero..
Si te preguntas porqué tu relación o tus relaciones derivan en este estado semicatatónico donde no estás del todo contento pero tampoco estás del todo mal,la respuesta es sencilla: porque eres dependiente. De hecho,
todo el sistema social y económico que te rodea está fundamentado en la dependencia, de modo que no es extraño que tus relaciones sean el reflejo de aquello en lo que te has educado.
El enamoramiento para el dependiente es la eterna promesa incumplida. Una y otra vez, lo que parecía el descanso del guerrero se convierte en una nueva guerra con las mismas bajas de siempre. Creemos que porque alguien ha revolucionado durante un tiempo nuestras hormonas y lo hemos convertido en nuestro
Personal Jesus (que decía Depeche Mode), en base de una atracción física, unos gustos musicales en común o
o de tener el mismo trauma de la infancia, acaba cayendo el peso de la realidad. Esta tampoco era la persona que buscábamos.
Para no volver a estar solos, convertimos al amor en un desinflarse poco a poco , mientras
uno sigue creyendo honestamente que el amor requiere una lucha diaria, como si sentir fuera una maratón, no un estado natural. Pero como seguimos necesitando esa otra cosa que nos haga sentirnos vivos, llega un tiempo en que el conformismo explota y nos vemos ante tres caminos:
a) Agachamos la cabeza como lo haríamos en un rutinario trabajo intentado creer que otras cosas mejores son inventos de las películas.
b) Conocemos a un tercero que vuelva a activar el modo ilusión
c) Le echamos unas agallas de león al asunto y nos vamos para estar solos, dándonos la oportunidad de aprender de verdad lo que es el amor.
Al que decide quemar sus naves le suelen tachar de egoísta o inmaduro las mismas personas que viven inmersas en unas relaciones similares
en las que campan a sus anchas los cuernos, las amarguras y el deseo eventual de huir y desaparecer para siempre.
Cuesta a veces muchos años y dolores entender que no es posible el amor cuando uno busca tener pareja para sentirse querido, para que le cuiden o para no pasar solo las tardes de domingo.
Sólo es posible el amor cuando uno está verdaderamente capacitado y dispuesto para amar. Es decir, cuando somos libres, cuando no necesitamos que nos quieran o nos cuiden y
cuando tomamos conciencia de que vivir es un regalo y no una cadena perpetua.
Es un arte para quien se atreva a seguir su camino, a aprender, a aceptar el cambio. Para quienes sienten y lo expresan, para quienes se apasionan por lo que hacen, para quienes llevan su propia luz por el mundo y no piden, sino que ofrecen a manos llenas, sin pararse a medir sentimientos, ni echar de menos mariposas invisibles. Para quienes están dispuestos a responsabilizarse de su propia felicidad asumiendo que habrá tantos dolores y miedos, como placeres y alegrías,
independientemente de si estamos solos o estamos acompañados.
El resto quizás sigan apañándose con lo que pueden con tal de sentirse aunque sea mal queridos. Y ese tristísimo panorama es lo que hoy en día
seguimos vendiéndonos como amor.