Revista Cultura y Ocio

Aníbal Barca, Parte II: El Ocaso del Conquistador

Publicado el 24 octubre 2014 por Albilores @Otracorriente

Aníbal 2

Finalizados los seis meses de Dictadura de Fabio, el ejército romano pasó de nuevo a manos del cónsul Servilio Gémino y del cónsul sufecto Marco Atilio Régulo, nombrado en sustitución del fallecido Flaminio.

Estos prosiguieron con la estrategia Fabiana los escasos dos meses que quedaban hasta agotar su mandato y ya en calidad de procónsules, durante los primeros meses del siguiente consulado de 216 a.C. mientras los nuevos cónsules elegidos por los ciudadanos romanos, Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón, reclutaban tropas y despachaban asuntos en Roma.

Descontenta con la estrategia y harta del dictador Fabio Máximo, Roma escoge para el nuevo año (216) dos cónsules más decididos a batallar, Emilio Paulo y Terencio Varrón, y les confía el ejército más grande que jamás había puesto en pie de guerra: 4 legiones a cada uno, más topas aliadas, 90.000 hombres en total. Esta vez, habría batalla campal.

CANNAS, LA MADRE DE LAS BATALLAS

La desigualdad de efectivos era de tres a uno a favor de los romanos. Los cónsules marchan a encontrar a Aníbal en Apulia, a 400 km. de Roma, donde otro ejército vigilaba todos sus movimientos. Aníbal acababa de tomar la fortaleza en ruinas de Cannas, situada en una pequeña colina. A sus pies se extiende una amplia llanura, recorrida por el río Aufido.

Con fuerzas inferiores en número y en un terrero escogido por los romanos (entre el río y la pendiente), Aníbal dirigió la que se ha llamado “batalla perfecta”, admirada y estudiada por los militares de todos los tiempos hasta nuestros días.

El despliegue convencional de los ejércitos en aquella época consistía en situar a la infantería en el centro de la formación, colocando a la caballería en las dos «alas» o flancos laterales. Los romanos siguieron con este sistema de despliegue de forma muy fiel.

Posiblemente los comandantes romanos esperaban que esta concentración de fuerzas permitiese romper rápidamente el centro de la línea enemiga. Varrón sabía que la infantería romana había logrado romper el centro de la formación cartaginesa en la batalla del Trebia, y su intención era recrear esto a mayor escala.

Los princeps se colocaron inmediatamente detrás de los hastati, preparados para empujar hacia adelante en cuanto comenzara el contacto con el enemigo, y asegurando con ello que los romanos presentaran un frente sin huecos.

Polibio escribió que «a los manípulos estaban más cercanos los unos a los otros, los intervalos eran más cortos, y los manípulos mostraban una mayor profundidad que frente». A pesar de superar ampliamente a los cartagineses en cuanto número de tropas, este despliegue suponía en la práctica que las líneas romanas tuvieran aproximadamente la misma longitud que la de sus oponentes.

La imagen final que ofrecía el ejército romano mantenía por tanto el estilo clásico. En líneas perpendiculares al río, los romanos presentaban dos bloques en líneas cerradas, el de la infantería ligera delante y el de la pesada detrás. A su derecha, junto al río, la caballería romana y en el flanco izquierdo la caballería compuesta por aliados de Roma.

Desde el punto de vista del cónsul Varrón, Aníbal parecía tener poco espacio para maniobrar y ninguna posibilidad de retirada, debido a su elección de desplegarse con el río Aufidus a su retaguardia.

Varrón pensaba que cuando fuesen presionados por la superioridad numérica del ejército romano, los cartagineses caerían hacia el río y, sin sitio para maniobrar, cundiría el pánico. Varrón había estudiado las últimas victorias de Aníbal, en las que sus victorias se habían producido en gran parte gracias a una serie de subterfugios del general cartaginés. Debido a esto, Varrón buscó una batalla en campo abierto, en el que no hubiera posibilidad de que tropas ocultas preparasen una emboscada.

Aníbal también formó su tropa en dos líneas, pero no las hizo compactas. Las desplegó con el centro apuntando ligeramente al centro romano, basándose en las cualidades particulares de lucha que cada unidad poseía, y teniendo en cuenta tanto sus fortalezas como sus debilidades para el diseño de su estrategia.

Colocó a los íberos, galos y celtíberos en el centro, alternando la composición étnica de las tropas de la línea del frente, a diferencia de las anteriores batallas, puso las tropas más débiles de infantería.

Justo detrás de esta línea, y a los lados, colocó lo mejor de su infantería, las tropas íberas más disciplinadas. La caballería púnica de Aníbal se posicionó en las alas, justo en el extremo de su línea de infantería.

Maharbal dirigía a la caballería númida (lo único en lo que el ejercito cartagines era mejor que el romano), situada en el ala izquierda del ejército cartaginés (ubicada al sur, cerca del río Aufidus). Tenía a su mando a 3 500 hombres, mientras que el resto de la caballería estaba al frente de 6 500 hombres de caballería celta, ubicados en el ala derecha. La fuerza de la caballería de Asdrubal fue capaz de derrotar rápidamente a la caballería romana ubicada al sur, rodear la retaguardia de la infantería romana y enfrentarse también a la caballería aliada romana que estaba luchando con los númidas. Las fuerzas combinadas de Asdrúbal por la retaguardia y Maharball por el frente, dispersaron a la caballería romana, lo que les permitió acosar a la infantería desde la retaguardia.

Mientras, la poderosa infantería romana aplastaba con facilidad el centro de la débil infantería cartaginesa, profundizando por el medio. Tanto profundizó por el centro la infantería romana que quedaron en medio del ejército cartaginés, rodeados por 3 lados, por las mejores tropas de Aníbal de infantería, y con la caballería cartaginesa en la retaguardia. La estrategia de Aníbal había resultado.

Tras rodearles por los 4 costados, no existía escape. Polibio comenta que, «a medida que las tropas del exterior eran masacradas, los supervivientes se veían forzados a retirarse hacia el centro y agruparse más, hasta que finalmente todos murieron en el lugar en el que se encontraban». Los legionarios estaban aterrorizados. No podían ni siquiera alzar los escudos para defenderse, ni podían desenvainar sus espadas. En ese momento la falange ibera avanzó hacia el cerco para atacar por los flancos a los romanos.

Este hecho fue conocido como “el movimiento de tenazas” un movimiento que tuvo un precedente, el de la batalla de Maratón entre griegos y persas, del cual debido a su influencia helenística seguramente ya era conocido por Aníbal.

Además, Aníbal no se sentía impedido por su posición en contra del río Aufidus. Por el contrario, supuso un factor principal de su estrategia: el río protegía los flancos cartagineses. Las fuerzas cartaginesas habían maniobrado de forma que los romanos estuviesen mirando al este, con lo que no solo recibían en la cara el sol de la mañana, sino que los vientos del sudeste arrojaban tierra y polvo sobre sus caras a medida que se aproximaban al campo de batalla. Los romanos también sufrían la falta de una buena hidratación previa a la batalla, causada por el ataque de Aníbal a su campamento el día anterior que les había impedido suministrarse del río. Se puede decir, por tanto, que el despliegue de tropas realizado por Aníbal, basado en su percepción y entendimiento de las capacidades de sus tropas, resultó decisivo en la batalla.

Aníbal, viendo que su plan estaba resultando en una victoria casi total y necesitando todavía consolidar sus logros, y tomar únicamente a aquellos prisioneros que estuviesen dispuestos a cambiar de bando en la guerra, ordenó a sus hombres que mutilasen rápidamente a los enemigos supervivientes. Más adelante, cuando ya no había soldados romanos con capacidad de resistencia al enemigo, procederían a masacrar a los romanos sin obstrucción alguna.

Tito Livio describe lo siguiente: Había tantos miles de romanos yaciendo (…) Algunos, con sus heridas, agravadas por el frío de la mañana, se levantaban, y a medida que se levantaban cubiertos de sangre de entre la masa de masacrados, eran sobrepasados por el enemigo. Otros fueron encontrados con sus cabezas enterradas en la tierra, en agujeros que habían excavado; habiendo con ello, parece, creado sus propias tumbas, en las que se habían asfixiado ellos mismos.

Fueron masacrados casi seiscientos legionarios por minuto hasta que la oscuridad trajo su fin al derramamiento de sangre. Solo 14.000 hombres lograron escapar, la mayoría de los cuales habían logrado abrir una vía de escape hacia la cercana ciudad de Canusio. Al final del día, de las tropas iniciales romanas compuestas por 87 000 hombres, solo habían sobrevivido alrededor de uno de cada seis hombres.

Aunque la cifra exacta de bajas probablemente nunca llegue a conocerse, Tito Livio y Polibio nos ofrecen unas cifras según las cuales murieron unos 80.000 romanos y entre 3 000 y 4 500 fueron hechos prisioneros. Entre los muertos se encontraba el propio Lucio Emilio Paulo, así como los dos cónsules del año precedente, dos cuestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares y unos ochenta senadores (en una época en la que el Senado Romano estaba compuesto tan solo por unos 300 hombres, por lo que la cifra constituye entre un 25 y un 30 % del total). Otros 8.000 hombres de los dos campamentos romanos y de los poblados vecinos se rindieron al día siguiente (después de que la resistencia se cobrara todavía más víctimas, aproximadamente 2 000).

Se perdieron más vidas romanas en Cannas que en cualquier otra batalla posterior, exceptuando, la batalla de Arausio del año 105 a C. con más de 85.000 bajas. Por su parte, los cartagineses sufrieron 16.700 bajas, la mayoría de ellas de celtíberos e íberos.

Durante un cierto periodo de tiempo, los romanos se encontraron completamente expuestos y desorganizados. Los mejores ejércitos de la península habían sido destruidos, los pocos supervivientes estaban absolutamente desmoralizados y el único cónsul con vida (Varrón), completamente desacreditado.

Fue una completa catástrofe para los romanos. La ciudad de Roma declaró un día entero de luto nacional, puesto que no había un solo habitante en Roma que no estuviese emparentado o conociese a alguna de las personas que habían muerto en la batalla. Los romanos se encontraron en tal estado de desesperación que llegaron a recurrir a los sacrificios humanos.

El prestigio de Roma, además de su poder militar, se vio seriamente dañado. La aristocracia romana solía llevar un anillo de oro que atestiguaba su pertenencia a las clases altas, y Aníbal, tras la batalla, hizo que sus hombres recogieran más de 200 anillos de los cuerpos del campo de batalla, enviando su colección a Cartago como muestra de su victoria. La colección fue puesta a los pies del Senado cartaginés.

Roma había perdido a un quinto de la población total de ciudadanos mayores de diecisiete años (cerca del doce por ciento de su población activa). Además, el efecto desmoralizador de su victoria fue tal que la mayor parte del sur de Italia se unió a la causa de Aníbal. Tras la batalla de Cannas, las provincias helenísticas del sur de Italia, entre las que se encontraban Arpi, Salapia, Herdonia, Uzentum y las ciudades de Capua y Tarento (dos de las mayores ciudades estado de Italia) revocaron su alianza con Roma y juraron lealtad a Aníbal.

Durante ese mismo año, las ciudades griegas en Sicilia fueron incitadas a rebelarse contra el control político de Roma, mientras que el rey macedonio Filipo V declaró su lealtad a Aníbal, iniciando con ello la Primera Guerra Macedónica contra Roma. Aníbal también acordó una alianza con el rey Herónimo de Siracusa, el único monarca independiente que quedaba en Sicilia.

Tras la batalla Maharbal, el comandante de la caballería númida, urgió a Aníbal para aprovechar la oportunidad de marchar inmediatamente contra la ciudad de Roma. Se dice que cuando Aníbal rechazó esa vía de actuación Maharbal exclamó: «Verdaderamente, los dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes sin duda, Aníbal, cómo vencer, pero no sabes cómo hacer uso de tu victoria».

Sin embargo, Aníbal tenía buenos motivos para juzgar de forma distinta la situación estratégica tras la batalla: Tal y como apunta el historiador Hans Delbrück, debido al gran número de víctimas mortales y heridos entre sus filas, el ejército púnico no estaba en condiciones de realizar un asalto frontal contra Roma.

Una marcha contra la ciudad del Tíber habría sido una demostración inútil que habría acabado con el efecto psicológico que la batalla de Cannas había tenido entre los aliados romanos. Incluso si su ejército se encontrase en perfectas condiciones, un asedio de la ciudad de Roma habría obligado a Aníbal a subyugar una considerable zona de Italia para asegurar sus suministros y cortar los del enemigo. Además, a pesar de las tremendas pérdidas sufridas en Cannas y a la deserción de parte de sus aliados, Roma todavía tenía abundantes recursos como para enfrentarse a Aníbal si éste tomaba esa decisión, al igual que era capaz de mantener al mismo tiempoo fuerzas militares de una magnitud considerable en Iberia, Sicilia, Sardinia y otras provincias a pesar de la presencia cartaginesa en Italia.

Reclamó nuevos refuerzos de Cartago, pero la familia Barca tenía serios enemigos políticos dentro del senado en Cartago como “Hannón el Grande”, por lo que no le correspondieron, bajo la escusa de que no se atrevían a desviar todos sus efectivos y dejar desprotegida a la capital ni a Iberia. Para estos senadores opuestos a la familia Barca, era muy peligroso que Aníbal se alzase con la victoria total sobre Roma, ya que sería aclamado por todo su pueblo como héroe y su poder, que ya era enorme, sería total y absoluto dentro de Cartago. Esto no gustaba a ciertas familias poderosas de Cartago. Aníbal estaba siendo traicionado por su propio senado.

La conducta de Aníbal tras las batallas del Lago Trasimeno y de Cannas, así como el hecho de que atacase Roma por primera vez solo cinco años después, en 211 a C, sugieren que su objetivo estratégico no era la destrucción de su enemigo, sino acabar con la moral romana mediante una serie de carnicerías en el campo de batalla, y forzarles a firmar un acuerdo de paz mediante la neutralización de sus aliados.

Por lo tanto, inmediatamente después de Cannas, Aníbal envió una delegación liderada por Cartalón para negociar un tratado de paz con el Senado. Sin embargo, y a pesar de las múltiples catástrofes que Roma había sufrido, el Senado romano se negó a parlamentar. Por el contrario, redoblaron sus esfuerzos militares mediante la movilización de toda la población masculina y el reclutamiento de nuevas legiones a partir de los ciudadanos sin propiedades e incluso esclavos.

Tan duras fueron las medidas adoptadas que se prohibió pronunciar la palabra «paz», y el luto se limitó a tan solo treinta días, estando las lágrimas en público permitidas únicamente a las mujeres.

Los romanos, tras experimentar esta derrota catastrófica y perder otras batallas frente a Aníbal, habían aprendido la lección: durante el resto de la guerra en Italia no volverían a enfrentarse a Aníbal en batallas campales, sino que volverían a retomar las Tácticas Fabianas que Quinto Fabio Máximo les había enseñado y que resultaron ser la única forma posible de hacer que Aníbal abandonase Italia.

LA CAÍDA DE ANÍBAL

Aníbal tenía a comienzos de la campaña de 211 a.C. unas circunstancias netamente favorables. En Hispania el ejército romano había sido casi aniquilado y los procónsules que lo mandaban muertos. El año anterior 212 a.C., había logrado tomar el control de casi toda la Magna Grecia con la captura de Turios, Metaponto y Heraclea y de buena parte de Lucania, destruyendo dos ejércitos romanos al completo. Roma estaba económicamente ahogada y con graves dificultades de reclutamiento tras sus últimos reveses, lo que había retrasado el alistamiento del año anterior.

En la contrabalanza, en Sicilia las cosas se inclinaban del lado romano con la caída de Siracusa y Capua había sido cercada mientras él intentaba terminar la conquista del Salentino. Su gran reto para esta campaña consistía en romper el asedio de la capital campana y fracasó tanto en su intento directo, como en el indirecto aproximándose a Roma.

Estos acontecimientos constituyen el punto de inflexión de la guerra y el de máximo control territorial púnico sobre el sur de Italia. A partir de este momento comenzará un lento retroceso de las armas cartaginesas. Aníbal perdía terreno progresivamente y apenas daba abasto para ir a socorrer las ofensivas que de manera simultánea y en diversos puntos de los territorios que había conquistado, planteaban los diversos ejércitos romanos que operaban en el sur de Italia.

Mientras, las fuerzas romanas en Hispania lograban entrar en la Bética, derrotando en la Batalla de Baecula al ejército comandado por el hermano de Aníbal, Asdrúbal. Sin embargo este acontecimiento convenció a Asdrúbal de la necesidad de salir cuanto antes de Hispania con las tropas locales, cuya fidelidad era cada día más dudosa, y logró reconstruir antes de terminar el año las tropas perdidas uniendo los otros dos ejércitos púnicos en la península ibérica; El de su hermano Magón Barca y el de Asdrúbal Giscón, con quienes se reunió junto al río Tajo.

Con su ejército nuevamente operativo y abundantes fondos, se preparó para iniciar su viaje a Italia por vía terrestre emulando lo que hiciera su hermano Aníbal once años antes. Logró cruzar los Pirineos burlando el dispositivo romano al norte del Ebro y tras reclutar nuevos efectivos en la Galia Transalpina aguardó a terminar el invierno para cruzar los Alpes con su ejército de refuerzo.

De nuevo se presentaba una oportunidad para Aníbal. Otro ejército púnico al norte de la península italiana supondría un nuevo frente de guerra para Roma en el que distraer efectivos, lo que le daría mayor libertad de acción en el sur. Y si lograba la unión con el mismo, un importantísimo incremento de efectivos.

ANÍBAL QUEDA AISLADO

Aníbal se dirigió nuevamente a Apulia donde esperaba la llegada de su hermano Asdrúbal Barca para marchar sobre Roma. Pero, antes de poder unir sus fuerzas con las de Aníbal, Asdrúbal caería muerto en Umbría, en la ribera del Metauro en 207 a. C., tras resultar derrotado y aniquilado su ejército por la acción conjunta del ejército del pretor en la Galia, Lucio Porcio Licino, el del cónsul Marco Livio Salinator y un pequeño refuerzo comandado por el otro cónsul Cayo Claudio Nerón que, encargado de vigilar a Aníbal, se unió a su colega a fin de hacer frente a Asdrúbal.

Los romanos lanzaron la cabeza seccionada de Asdrúbal al campamento cartaginés, por lo que Aníbal al conocer la noticia, se retiró al Brucio donde acantonó a su ejército durante los años que siguieron. La combinación de estos eventos marcó el final de los éxitos de Aníbal en Italia.

Al año siguiente, 205 a C. el hermano menor de Aníbal, Magón, habiendo sido derrotado en Hispania, logró desembarcar con tropas en Liguria, abriendo de nuevo, un frente de guerra en el norte de Italia. Ese contingente pudo ser reforzado por mar desde Cartago con varios miles de hombres y varios elefantes. Pero es derrotado a finales de 203 a.C. por los ejércitos del procónsul Marco Cornelio Cetego y el del pretor Publio Quintilio Varo.

LA BATALLA DE ZAMA

Los romanos, dirigidos por Escipión “el Africano” hijo del derrotado Publio Cornelio Escipión, obtuvieron un importante éxito diplomático en el 206 a C., garantizándose los servicios del príncipe númida Masinisa, antiguo aliado de Cartago en Hispania. En el 204 a C., los romanos desembarcaron en África del Norte con el objetivo de forzar a Aníbal a salir de Italia, y trasladar el combate a sus propias tierras.

Ahora que Escipión progresaba en tierras africanas, Hannón el Grande, trataba de negociar desesperadamente,  un armisticio con los romanos, al tiempo que continuaba dificultando el envío de refuerzos a Aníbal.

Mientras Cartago perdía la guerra, y todo lo que había ido ganando, Aníbal su mejor recurso, había quedado aislado por su propio pueblo, perdido en tierras italianas y sin capacidad de movimiento.

Finalmente cuando todo estaba perdido, y los romanos acechaban Cartago, el senado Cartaginés decidió recurrir al olvidado Aníbal, abandonado a su suerte en Italia.  Aníbal fue llamado por el gobierno de Cartago con urgencia, al cual acudió de inmediato en su auxilio. Por otra parte, Magón gravemente herido en batalla, trató de unirse a su hermano en África embarcando las tropas que le quedaban, pero pereciendo durante el trayecto.

Los barcos desembarcaron en África, en Leptis Minor (la actual Lamta) y Aníbal estableció, tras dos días de viaje, sus cuarteles de invierno en Hadrumetum. Su retorno reforzó la moral del ejército cartaginés, compuesto por mercenarios que había enrolado en Italia y reclutas locales.

Aníbal, por primera vez en una batalla contra Roma, contaba con un ejército superior en número, pero la mayoría de sus soldados eran mercenarios celtas y ciudadanos cartagineses (no soldados), sin ninguna experiencia, no preparados para la guerra y muy jóvenes, al igual que los 80 elefantes, que ni siquiera habían terminado el adiestramiento.

Por el contrario, los romanos disponían de mejor caballería, ya que ahora la caballería númida de Aníbal, había cambiado de bando gracias al reino de Masinisa. Aníbal y su mano derecha, el fiel Maharbal, eran conscientes de que todo estaba perdido.

Por ello, en el año 202 a C., Aníbal se reunió con Escipión a fin de tratar de negociar una paz con la República. A pesar de su admiración mutua, las negociaciones fracasaron debido a que los romanos echaron en cara a los cartagineses la ruptura del tratado firmado tras la Primera Guerra Púnica durante el ataque a Sagunto y el saqueo de una flota romana estacionada en el Golfo de Túnez.

A pesar de todo, los romanos propusieron un tratado de paz que estipulaba que Cartago no mantendría más que sus territorios en África del Norte, que el reino de Masinisa sería independiente, que Cartago debía reducir el tamaño de su flota y pagar una indemnización. Los cartagineses, reforzados por el regreso de Aníbal y la llegada de suministros, rechazaron las condiciones.

La batalla decisiva del conflicto tuvo lugar en Zama, lugar de Numidia que se encuentra entre Constantina y Tunez, el 19 de ocubre del 202 a C. Aníbal perdió en Zama cerca de 40.000 hombres en contraposición con los 1.500 de los romanos y el respeto de su pueblo, que vio a su mejor general ser derrotado en la última y más importante batalla del conflicto.

La ciudad púnica estaba obligada a firmar la paz con Roma y Escipión, que tras la guerra adoptó el apodo de “El Africano”. El tratado estipulaba que la otrora mayor potencia mediterránea debía renunciar a su flota de guerra y a su ejército, y que debía pagar un tributo durante 50 años.

ANÍBAL ENTRA EN EL SENADO CARTAGINES

Aníbal, que entonces contaba con 46 años, decidió entrar a formar parte de la vida política cartaginesa dirigiendo el partido democrático, y elegido sufete en el 196 a C. Aníbal restauró la autoridad y el poder del Estado, representando así una amenaza para los oligarcas. La ciudad estaba dividida en dos importantes corrientes ideológicas.

El partido democrático, que estaba dirigido por los Bárcidas (los Barca), y comprometido a continuar con las conquistas en África a expensas de los númidas.

El segundo movimiento político estaba encabezado por Hannón el Grande y basado en la oligarquía conservadora y en la búsqueda de una prosperidad económica basada en el comercio, los impuestos portuarios, y los tributos impuestos a las ciudades subordinadas a Cartago.

Aníbal legisló que la indemnización impuesta a Cartago por Roma tras la guerra, no debía proceder del tesoro de Cartago, sino de los oligarcas a través de impuestos extraordinarios ya que eran los más ricos.

Los oligarcas no intervinieron directamente contra el sufete sino que realizaron un llamamiento a los romanos que, alarmados por la nueva prosperidad de Cartago, exigieron la entrega de Aníbal con el pretexto de una relación epistolar de este último con Antíoco III. Aníbal decidió voluntariamente exiliarse en el 195 a C.

Exilio en Asia

Aníbal se dirigió a Éfeso, donde fue recibido con honores militares por el rey Antioco III Megas de Siria, que se preparaba para la guerra contra Roma.

Estando en la corte de Antíoco III, Escipión y Aníbal, tuvieron una charla diplomática y discutieron sobre la cuestión de la competencia de los generales en presencia de numerosos espectadores, y Escipión preguntó a Aníbal cuál era según él, el más grande general, a lo que este último respondió: «Alejandro Magno».

Escipión estuvo de acuerdo. Después preguntó a Aníbal quien estaría a continuación. Este respondió a Pirro, porque era el más audaz.
Escipión que esperaba ser nombrado por Aníbal le preguntó a quien pondría en tercera posición, esperando que le concediera ese privilegio. Pero Aníbal respondió: «Yo mismo; He conquistado Hispania, y atravesado los Alpes, hechos tan solo igualados por los dioses. He atravesado Italia y habéis temblado de terror, huyendo de 400 poblaciones y todo ello sin recibir dinero ni refuerzos de Cartago».
Escipión celoso, le volvió a preguntar: ¿Y en qué posición te situarías de no haber sido derrotado por mí? Aníbal respondió: «Delante de Alejandro». Dando a entender a Escipión que había tenido el privilegio de derrotar al mejor, y adulándole de esta forma.
Aníbal acogió como su invitado y pese a su rivalidad mostraban su admiración como grandes comandantes que eran.

Acabada la reunión, el general cartaginés aconsejó al rey equipar una flota y un cuerpo de tropas terrestres en el sur de Italia, y le ofreció ocupar el mando. Pero no consiguió que el soberano le confiara un puesto importante, debido, a los celos y envidia de sus cortesanos y generales, que temían que el púnico se llevara toda la gloria de la victoria, por lo que a Aníbal le encomendaron dirigir una flota fenicia, pero fue vencido en el río Eurimedonte por los romanos y sus aliados rodios.

Temiendo ser entregado a estos últimos al término del acuerdo de paz que firmó Antíoco III, Aníbal huyó de la corte poniendose al servicio de Prusias I que estaba también en guerra.

Logró una vistoria naval sobre Eumenes II en el mar, lanzando calderos llenos de serpientes a los barcos enemigos y fundó la ciudad de Prusa (actual Bursa en Turquía) a petición del rey Prusias I. Esta fundación, junto con la de Artaxata en Armenia, elevaría a Aníbal al rango de «soberano helenístico».

Existía una profecía que se difundió en el mundo griego entre el 185 y el 180 a C. evocaba a un rey llegado de Asia para hacer pagar a los romanos la sumisión que habían impuesto a griegos y macedonios. Muchos se empeñaron en pensar que este texto hacía referencia a Aníbal. Los romanos no podían ignorar esta amenaza, y poco después enviaron una embajada a Prusias.

Obedeciendo a los romanos, el rey bitinio decidió traicionar a su huésped que residía en Libisa, en la costa oriental del Mar de Mármara. A Aníbal ya no le quedaba salida, iba a ser entregado a los romanos, por lo que decidió suicidarse en el invierno del 183 a C. empleando un veneno que portaba en un anillo.

E aquí la historia de un general excepcional, incluso los cronistas romanos le consideran un maestro militar supremo y escriben acerca de él que «no exigió jamás a otros algo que no hubiera hecho él mismo». Según Polibio, «como sabio gobernante, supo contentar y someter a su gente, dándole lo que necesitaba, y ésta jamás se rebeló contra él ni se planteó ningún intento de sedición. Aunque su ejército estuviera compuesto por soldados de diversos países: africanos, españoles, ligures, galos, cartagineses, italianos y griegos, que no tenían en común entre ellos ni leyes, ni costumbres, ni idioma, Aníbal logró gracias a su capacidad reunir a todas esas diferentes naciones y someterlas a la subordinación de su liderazgo, imponiéndoles sus mismas opiniones».

Según el historiador Theodore Ayrault Dogge, es el más grande general, ya que ningún otro marchó una y otra vez contra tantos ejércitos que le excedieran en número y equipamiento. Ningún hombre resistió por si mismo durante tanto tiempo condiciones adveras con tanto ingénio y coraje, desafiando a los mejores soldados dirigidos por los más respetados generales.


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